martes, 12 de junio de 2012

LOS DEMONIOS


Jesús exorcizando demonios
El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos. Su pecado consistió en que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Precisamente, el carácter irrevocable de su elección es lo que hace que el pecado de los ángeles no pueda ser perdonado. Viven así, con odio a Dios y a los hombres eternamente. Satanás es el jefe o príncipe de los demonios. 

Satanás es el mal en continuo movimiento, es la mentira y la oscuridad personificadas, es lo opuesto al amor de Dios, es el odio y la violencia en persona... y quiere dominar sobre toda la humanidad y construirse su propio reino de tinieblas y oscuridad, imitando en todo lo que puede a Dios. Por eso, se le llama con frecuencia "el mono de Dios".

"Es el príncipe de este mundo" (Jn. 12,31). San Juan dirá que es el que "peca desde el principio" (1 Jn. 3,8). Él es la serpiente antigua, que tentó a nuestros primeros padres, y Dios la maldijo: "Maldita serás... pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Ella (la Sma. Virgen) te aplastará la cabeza" (Gén 3,14-15).

Satanás tiene mucho poder debido a su naturaleza angélica. Él es el jefe de millones y millones de demonios entre los que hay una jerarquía o sumisión de esclavitud y no de amor. Ellos están llenos de odio contra Dios y los hombres.

Pueden manifestarse de diferentes formas a los ojos humanos, pues son espíritus y, por tanto, sus apariencias visibles dependerán de lo que quieren causarnos. Si quieren causarnos agrado y atractivo, pueden presentarse como ángeles de luz, incluso pueden tomar la apariencia de Jesús o de caballeros o damas bellas y simpáticas... o de niños inocentes, que nos invitan a desobedecer. También pueden presentarse bajo las formas más horripilantes que podamos imaginar, cuando quieren inculcarnos miedo y temor. A veces, a los santos se les presentan como gigantes con cuernos o sin cuernos, con alas negras o sin ellas, con olores agradables o desagradables.

La imaginación se queda corta ante la gran variedad de figuras bajo las cuales se pueden presentar, generalmente, para asustar. Y esto, no solamente en apariencias visibles, también lo hacen -y de manera más común y frecuente- a través de pensamientos, fantasías e imaginaciones de las más variadas e inculcando sentimientos de suicidio, tristeza, temor a condenarse, miedo, desesperación, etc. Su presencia, aunque invisible, siempre causa inquietud y desasosiego; mientras que Dios y sus ángeles siempre nos dejan alegría y paz. Algunos santos, sabiendo que pueden presentarse bajo la apariencia de Jesús, de María o de santos y ángeles, para no engañarse, les echaban agua bendita o les hacían repetir: ¡Viva Jesús! ¡Viva María!

De todos modos, el poder de Satán no es infinito. No es más que una criatura, poderosa por ser espíritu puro, pero siempre criatura. Es un gran misterio el que Dios permita la actividad diabólica, pero nosotros sabemos que en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que le aman (Rom 8,28).

El poder de Cristo contra el demonio
se manifiesta vivamente por medio
de la medalla de San Benito.
El holocausto de 60 millones de abortos anuales, las limpiezas étnicas, los narcotraficantes o los terroristas que matan sin piedad... son claros ejemplos de la influencia del maligno en el mundo. El poder y la influencia del maligno se manifiesta, de modo especial, en los grupos ocultistas, que buscan poderes superiores. Y caen muy fácilmente en la magia, hechicería, espiritismo, adivinación, etc. Son grupos que tratan de llenar el vacío de Dios existente en tantos contemporáneos nuestros, que ya no quieren creer en la religión tradicional y buscan nuevas experiencias o revelaciones. Buscan gurús extraños y profetas en cualquier sitio y van de secta en secta, buscando la verdad y la felicidad. Caen en las redes del error sin discernir la verdad de la mentira. Cuando se dan cuenta, muchas veces es quizás demasiado tarde y habrán podido caer en graves problemas de salud, sobre todo, mental.

El mayor triunfo del demonio es que no crean en él y en sus asechanzas o, en su defecto, que crean en él y le rindan tributo. La existencia del demonio es un dogma de nuestra fe que enseña la Sagrada Escritura y proclama el magisterio infalible de la Iglesia. La herejía modernista ha suprimido en la doctrina o, cuando menos, en la catequesis y el púlpito, la enseñanza sobre este enemigo de nuestro alma que ronda como león para devorarnos con sus tentaciones, como a él se refiere la Palabra de Dios.

La vida del católico es una milicia. ¿Cómo podrá combatir cuando no conoce a su adversario? ¿Cómo enfrentarse a sus asechanzas si no tiene presente al maligno, al gran tentador? Es un acto criminal que no se predique este peligro al pueblo fiel. ¿Cuántas veces se habla hoy del demonio? Los herejes modernistas callan porque ya no creen en él y los que aún tienen fe muchas veces también no predican en su contra por no sentirse "anticuados".

Pidamos a Dios, una y otra vez, en el Padrenuestro, no caer en la tentación y que nos libre del mal, es decir del maligno. Portemos la medalla de San Benito y oremos diariamente a San Miguel Arcángel:

"San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha, sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste su poder contra él, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que ambulan por el mundo para la ruina y perdición de las almas".

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