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Juan de Fermo (o de la Verna), Beato |
Franciscano
Martirologio Romano: En el monte Alvernia, también en la Toscana,
beato Juan de Fermo, presbítero de la Orden de los
Hermanos Menores, que vivió solitario, dominando su cuerpo con abstinencia
y penitencia admirables (1322).
Etimología: Juan = Dios es misericordia.
Viene de la lengua hebrea.
León
XIII el 24 de junio de 1880 aprobó su culto.
Juan
de la Verna nació en Fermo, en las Marcas, en
1259 de familia acomodada. A la edad de 10 años
fue encomendado a los canónigos regulares de San Agustín, pero
después prefirió ingresar entre los Hermanos Menores para satisfacer su
deseo de vida retirada y penitente. Su decisión coincidió con
un período de inquietud en la Orden de los Hermanos
Menores de las Marcas. En este ambiente fue escrito por
un marquesano de la misma circunscripción de Fermo, el célebre
libro de “Las Florecillas de San Francisco”. El autor de
las “Florecillas” dedicó algunas narraciones al Beato Juan de la
Verna, a quien en varios lugares declara haber conocido.
Aspirando a
una mayor soledad Juan abandonó en 1292 a sus cohermanos
de las Marcas para retirarse a la Verna, la montaña
donde San Francisco buscó refugio y recibió los estigmas. Su
larga permanencia en el santo monte hasta su muerte le
dio el apelativo de “Juan de la Verna”.
Un día, estando
en oración, se le apareció San Francisco y le dijo:
“He aquí, hijo mío, los Estigmas que deseas ver!” y
le mostró las manos, los pies y el costado dejándolo
inundado de celestial consuelo. Por tres meses gozó de la
presencia habitual de su Angel custodio que lo visitaba en
su celda y hablaba con él de la Pasión del
Salvador y de los gozos del cielo. En la Verna,
entre las muchas capillas también está la del Beato Juan
de la Verna antecedida de un murito que encierra un
pequeño espacio rectangular. Varias veces fue visto en aquel lugar
paseándose y hablando familiarmente con Jesús. Tenía gran devoción a
las almas del Purgatorio, elevaba al Señor fervientes oraciones en
sufragio de ellas; entre otras, celebrando la Misa el 2
de noviembre en la conmemoración de todos los difuntos, mientras
elevaba la hostia suplicó a Dios, por los méritos de
Jesús víctima, librar del Purgatorio a los difuntos, y vio
una multitud de almas salir del lugar de expiación y
subir al cielo. Era tanta la alegría que inundaba su
corazón en la oración, que rogaba al Señor que le
quitara tal dulzura.
Los últimos años de su vida los
dedicó al ministerio apostólico. Evangelizó ciudades y pueblos en la
provincia de Arezzo, recorrió la mayor parte del norte y
del centro de Italia: Florencia, Pisa, Siena, convirtiendo pecadores, reduciendo
herejes al seno de la madre Iglesia. Hacía prodigios, tuvo
el don de profecía y intuición de los corazones, leía
en las mentes como en un libro abierto, recordaba a
los penitentes las culpas que olvidaban al confesarse. Preparaba las
predicaciones en el silencio de la oración. Decía: “Cuando predico,
me persuado de que no soy yo quien habla y
enseño las verdades divinas, sino Dios mismo quien habla por
mí”. Fue amigo de Fray Jacopone de Todi y le
administró los últimos sacramentos cuando estaba próximo a la muerte.
Juan
previó la hora de su muerte, por lo cual se
apresuró a regresar de Cortona a La Verna y el
9 de agosto de 1322 su bendita alma se fue
a recibir en el cielo la recompensa de sus trabajos
apostólicos y de sus méritos. Tenía 63 años.
¡Felicidades a quien
lleve este nombre!
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