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Juan de Santa Marta, Beato |
Presbítero y Mártir
Martirologio Romano: En Kioto, de Japón, beato Juan
de Santa Marta, presbítero de la orden de los Hermanos
Menores y mártir, que, mientras era conducido al lugar del
suplicio, iba predicando al pueblo y cantando el salmo Alabad
al Señor, todas las gentes (1618).
(1578‑1618)
Beatificado por Pío IX el 7 de julio de 1867.
Juan
de Santa Marta nació cerca de Tarragona, España. A los
8 años era monaguillo cantor de la catedral de Zaragoza:
se dedicó al estudio del latín y se destacó por
su amor a la música. Después formó parte de la
Schola Cantorum de la catedral de Zamora. Luego ingresó en
la Orden Franciscana.
Se mostró fiel a la gracia de la
vocación, tendió a la perfección y llegó a ser modelo
de las virtudes religiosas. Ordenado sacerdote, Dios le inspiró consagrarse
al apostolado entre los pueblos infieles. Partió para Filipinas con
Fray Sebastián de San José y otros 30 misioneros Franciscanos,
muchos de los cuales darían luego la vida por Cristo.
De
las Filipinas Juan pasó al Japón, donde abrió una escuela
de música que reunió más de 400 alumnos, a los
cuales enseñaba canto, órgano y otros instrumentos. En el Japón
ejerció durante 10 años un intenso apostolado, evangelizando varias provincias.
Fue puesto a la cabeza de la misión de Fuscimi,
en donde se mostró un auténtico apóstol de Cristo, infatigable
en la obra evangelizadora. Amante de la seráfica pobreza, llevaba
una túnica remendada, caminaba descalzo sin sandalias inclusive en la
estación más cruda. Su virtud le mereció la veneración de
los cristianos y de los mismos paganos.
Al tiempo de la
promulgación del edicto de persecución, en 1614, Fray Juan de
Santa Marta fue desterrado, pero poco después reingresó en el
Japón y disfrazado de japonés recorrió las provincias de Arima
y de Omura, donde la persecución era más violenta. El
santo misionero visitaba a los cristianos en sus casas, fortalecía
a los vacilantes, reconducía a los apóstatas a la iglesia,
administraba los Sacramentos, cada día celebraba la Santa Misa, ya
en un lugar, ya en otro. Por la noche se
retiraba a algún monte, donde reposaba.
Fue arrestado y puesto en
prisión, donde permaneció por tres años con indecibles sufrimientos. El
confesor de Cristo vio llegar el día del último combate.
Mientras lo conducían al suplicio todavía habló del Evangelio, luego
entonó el “Te Deum”. Al llegar al lugar del martirio
oró por sus perseguidores, elevó luego los ojos al cielo
y ofreció la cabeza al hacha del verdugo. Era el
16 de agosto de 1618 y tenía 40 años. Algunas
partes de su cuerpo fueron recogidas por cristianos y rodeadas
de veneración, realizaron prodigios.
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