sábado, 11 de agosto de 2012

Petra de San José (Ana Josefa Pérez Florido), Beata


Fundadora, 16 de agosto
 
Petra de San José (Ana Josefa Pérez Florido), Beata
Petra de San José (Ana Josefa Pérez Florido), Beata

Fundadora de la Congregación
de Hermanas Madres de Desamparados y San José de la Montaña

Martirologio Romano: En Barcelona, en España, beata Petra de San José (Ana Josefa) Pérez Florido, virgen, que ofreció con alegría un cuidado asiduo a los ancianos abandonados y fue fundadora de la Congregación de Hermanas Madres de los Desamparados (1906).
La Beata Petra de San José nació el 7 de diciembre de 1845, en el Valle de Abdalajís (Málaga). En el bautismo recibió el nombre de Ana Josefa. Fue la más pequeña de cinco hermanos. Sus padres, José Pérez Reina y María Florido González, la educaron en un ambiente familiar verdaderamente cristiano.

A través de sus escritos, de los testimonios de quienes la conocieron y de la obra que nos dejó, se llega a la conclusión de que poseía una fuerte y magnética personalidad: inteligente, de agudo ingenio, segura de sí, tenaz, afectiva y emotiva, pero equilibrada, muy sensible al dolor ajeno, alegre, sencilla, de simpatía arrolladora, con un claro y coherente proyecto de vida... Cualidades que, luego, se verían dinamizadas y transformadas por el Espíritu de Dios, al que siempre se mantuvo abierta.

Al llegar a la adolescencia, como cualquier joven de su edad, Ana Josefa se enamoró de un apuesto joven del pueblo, José Mir, al que amó mucho y con el que rompió, cuando Cristo, de manera muy singular, se cruzó en su vida. A partir de entonces no tuvo otro deseo que consagrarse totalmente a Él.

Con la firmeza y tenacidad que siempre la caracterizaron, al ver que el camino hacia la Vida Religiosa le estaba vedado, de momento, por la oposición de su padre, decidió vivir su entrega al Señor en su mismo pueblo, dedicándose a la oración y al cuidado de los más necesitados, especialmente de los ancianos abandonados. Su entrega al Señor y su espíritu de servicio los compartió, primeramente, con una joven muy piadosa y caritativa, Josefita Muñoz Castillo, y, más tarde, con Frasquita e Isabel Bravo Muñoz y con Rafaela Conejo Muñoz. Con ellas extendió su acción caritativa hasta el vecino pueblo de Álora.

Una vez muerto su padre, en 1877, la senda hacia la Vida Religiosa queda despejada. Una frase suya, de esta época, condensa muy bien lo que fue, para siempre, la consigna de su vida: Señor, Vos sobre todas las cosas. Por consejo de su confesor, ingresa en la naciente Congregación de las Mercedarias de la Caridad, en 1878. Unos meses más tarde, convencida de que el Señor no la quiere allí, sale de las Mercedarias. Guiada por su confianza en el Señor y por su profundo sentido de fidelidad a la Iglesia, presenta su situación al Obispo de Málaga, D. Manuel Gómez Salazar, que, con palabra profética, pone fin a su incertidumbre y le señala un camino que ella, en su humildad y sencillez, jamás se había planteado: Fundadora de una nueva Familia Religiosa en la Iglesia, las Madres de Desamparados.

Las compañeras del Valle que la habían seguido al entrar en la Congregación de las Mercedarias —Frasquita, Isabel y Rafaela— la siguen, igualmente ahora, al salir de la misma; ya que comprenden, lo mismo que ella, que el Señor no las llama por ese camino. Las tres, como Madre Petra, serán Madres de Desamparados, formarán parte de la primitiva Comunidad Fundacional y llevarán, respectivamente, los nombres de Madre Magdalena de San José, Madre Natividad de San José y Madre Trinidad de San José.

Madre Petra comienza su itinerario de Madre de Desamparados con la emisión de sus Votos temporales, en la Iglesia de San Juan Bautista de Vélez-Málaga, el 2 de febrero de 1881. Su consagración definitiva al Señor tuvo lugar en la Casa de Ronda (Málaga), en el marco incomparable de su bella Iglesia, el 15 de octubre de 1892. Una oración-ofrenda, compuesta por ella misma, en este día, pone de manifiesto la verdad y radicalidad de su entrega: Señor, disponed de mí, a toda vuestra voluntad, a toda vuestra libertad…y como dueño absoluto y legítimo de todo mi ser. Haced que todo lo que haga sea acepto a vuestros purísimos ojos; de otro modo no quiero vivir.

La andadura vocacional de Madre Petra no fue, precisamente, un camino de rosas. Quiso seguir a Cristo con la máxima fidelidad, por lo que la cruz del Señor se le hizo presente de muchos modos. Asusta contemplar las muchas dificultades, persecuciones, calumnias, soledad y, finalmente, enfermedad, que marcaron su vida, ya desde los comienzos. También asombra el comprobar su actitud de confianza ilimitada en el Señor, en medio de las adversidades, así como la exquisita caridad y elegancia de espíritu con que respondió siempre a los que la calumniaron y la hicieron sufrir.

La vida de Madre Petra se caracteriza también por constituir un prodigioso equilibrio entre la contemplación y la acción apostólica. Su amor apasionado a Cristo la lleva a buscarlo, tanto en la soledad y el silencio como en el rostro de los ancianos y niños desamparados.

Agotada por su entrega sin límites, por las persecuciones sufridas y por una grave enfermedad, murió a los 60 años, cuando aún se podría haber esperado mucho de ella. Ocurrió en Barcelona, el 16 de agosto de 1906.

La fama de santidad de Madre Petra y los muchos favores atribuidos a su intercesión, dan lugar a que se abra en Barcelona, en 1932, el Proceso Diocesano de Beatificación y Canonización. El 14 de junio de 1971 el Papa Pablo VI aprueba sus virtudes heroicas y la declara Venerable.

El 16 de octubre de 1994, fue beatificada en Roma por Su Santidad Juan Pablo II.

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