martes, 21 de agosto de 2012

¿Qué es la oración contemplativa?






Respuesta:
Primeramente es importante definir con claridad lo que es la “oración contemplativa”. Para los propósitos de este artículo, la oración contemplativa no es sólo “estar en contemplación mientras estás orando.” La Biblia nos enseña que “oremos con nuestro entendimiento” (1 Corintios 14:15), así que claramente la oración incluye la contemplación. Sin embargo, orar con el entendimiento no es lo que la “oración contemplativa” ha venido a significar.

Lentamente y año con año, la oración contemplativa ha incrementado su popularidad y práctica desde mediados de los años 90’s, junto con el surgimiento del Movimiento de la Iglesia Emergente – un movimiento que contiene muchas ideas y prácticas anti-bíblicas, siendo la oración contemplativa una de tales prácticas.

La oración contemplativa, también conocida como “la oración concentrada,” es una práctica meditativa, donde sus practicantes se enfocan en una palabra y la repiten una y otra vez, durante todo el curso del ejercicio. De acuerdo con el sacerdote católico Thomas Keating, así es como se hace: “Elige una palabra sagrada como el símbolo de tu intención para ingresar a la presencia y la acción de Dios en tu interior. Sentado confortablemente y con los ojos cerrados, reposa brevemente y en silencio introduce la palabra sagrada, como el símbolo de tu consentimiento a la presencia y la acción de Dios en tu interior. Cada vez que te vuelvas consciente de los pensamientos, regresa siempre tranquilamente a la palabra sagrada. Al final del período de oración, permanece en silencio con los ojos cerrados por un par de minutos.”

Aunque esto puede sonar como un ejercicio inocente, este tipo de “oración” no tiene ningún soporte bíblico. De hecho, es justamente lo opuesto a la manera en que la oración es definida en la Biblia. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.” (Filipenses 4:6). “En aquel día no me preguntaréis nada. De cierto, de cierto os digo, que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará. Hasta ahora nada habéis pedido en mi nombre; pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea cumplido.” (Juan 16:23-24). Estos versos y otros más, describen claramente la oración como una comunicación comprensible con Dios, no una meditación mística y esotérica.

La oración contemplativa, por diseño, se enfoca en tener una experiencia mística con Dios. Sin embargo el misticismo es puramente subjetivo, y no se basa en la verdad o los hechos. Sin embargo, la Palabra de Dios nos ha sido dada justamente con el propósito de basar nuestra fe y nuestras vidas en la Verdad (2 Timoteo 3:16-17).

Lo que conocemos de Dios está basado en hechos; el confiar en el conocimiento experimental por sobre los registros bíblicos, coloca a una persona fuera de la norma que es la Biblia.

La oración contemplativa no difiere de los ejercicios meditativos utilizados en las religiones orientales y los cultos de la Nueva Era. La mayoría de sus partidarios adoptan una espiritualidad abierta entre los adeptos de todas las religiones, promoviendo la idea de que la salvación es ganada por muchos caminos, aunque Cristo Mismo estableció que la salvación solo viene a través de Él, (Juan 14:6). La oración contemplativa, como ha venido a significar en el movimiento moderno de la oración, está en oposición a la cristiandad bíblica y debe ser definitivamente evitada.

CONDICIONES PARA LA ORACION CONTEMPLATIVA.
1. Fe
Creer que Dios está presente. Vivo en la fe, la fe que me dice Dios está aquí. ¿Lo veo? No ... simplemente lo sé.
2. Deseo inicial de oración y perseverancia
A esto llama Santa Teresa "determinada determinación", que se requiere para iniciar el camino de oración y para mantenerse en él. Esta determinación es necesaria para poder enfrentar las resistencias que vamos a tener. Estas vienen de nuestro interior y del exterior.
Los primeros obstáculos que se anteponen a la oración son el temor y la duda. Y el Demonio tienta con la duda para que no comencemos. Y con el temor para que, una vez tomada la decisión y haber comenzado, no continuemos con la oración de silencio.
Otra tentación puede ser pensar que se está muy avanzado en años para la contemplación. Pero nunca es tarde para empezar. Siempre hay obreros de última hora, también en la oración.
Pero la determinación no es sólo necesaria para el arranque inicial, sino sobre todo para continuar en el camino. Recordemos que el Enemigo no quiere que oremos, mucho menos que lleguemos a la oración contemplativa.
3. Pureza de corazón
Buscar a Dios por lo que es y no por lo que da. "Buscar no los consuelos de Dios, sino el Dios de los consuelos" (Sta. Teresa de Jesús). Se trata de buscar al Señor y no los dones del Señor. Se debe esperar al Señor que es el imprevisible por excelencia y no los dones del Señor.
Esto implica que se debe ir a la oración desapegado. Y esto significa estar dispuesto a aceptar la manera que el Señor elija para encontrarse El con nosotros: puede ser árida, fervorosa, sensible, contemplativa. El orante va a dar su vida, su ser, su "nada". En una palabra: se va a la oración a "dársele" uno a Dios.
4. Humildad
La Contemplación es don "que no se puede merecer" (Santa Teresa). ¡Es un super-privilegio! Reconocerse "nada" ante Dios … pues lo somos … Y reconocernos indignos de ser consentidos por el Señor con dones contemplativos.
Dios es el "Todo". Sus creaturas nada somos, nada podemos, nada tenemos fuera de El. Creer esto de veras es comenzar a ser humilde.
5. Sencillez, pobreza e infancia espiritual
"Yo te alabo, Padre, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a los sencillos. Sí, Padre, así te pareció bien" (Mt 11, 25).
Hacernos sencillos, es decir, sabernos incapaces, para poder recibir en la oración la Sabiduría que viene de Dios.
Hacernos pobres en el espíritu para dejarnos colmar de todos los bienes del Señor, a través de la oración.
Hacernos pequeños para que Dios pueda crecer en nosotros a través de la oración.
Hacerse niños para poder creer y confiar en Dios nuestro Padre como los niños confían en sus padres.
6. Entrega de la voluntad
La Oración de Contemplación requiere una entrega total, un "sí" incondicional y constante. Buscar a Dios para dárnosle, sólo porque El es. El orante "ha de ir contento por el camino que le llevare el Señor" (Santa Teresa).
Entregar la voluntad es ir conformando la voluntad con la de Dios; no imponerle a Dios nuestra propia voluntad.
Entregar la voluntad es ir aceptando los planes de Dios para nuestra vida; no es imponer a Dios nuestros propios planes.
Entregar la voluntad es cooperar con los proyectos que Dios tiene para nuestra existencia; no es exigir a Dios Su cooperación para los proyectos que nosotros nos hemos hecho.
Entregar la voluntad es esperar pacientemente el momento del Señor, pues Dios tiene sus ritmos y sus tiempos. "Su Majestad sabe mejor lo que nos conviene; no hay para qué aconsejarle lo que ha de dar".
Entregar nuestra libertad para que El pueda hacer en nosotros según Su Voluntad es condición importante para la Contemplación.
7. Desapego de lo creado:
Memoria del Creador,
olvido de lo creado,
atención al interior
Y estarse amando al Amado.
(San Juan de la Cruz)
Al tener un apego irresistible a Dios, estamos en el desapego.
8. Vivir el presente
Para orar hay que centrarse en el momento presente. No hay que hurgar en el pasado -salvo en los casos en que debemos revisarlo para corregir nuestras tendencias. Tampoco hay que pensar en el futuro, sobre nuestros planes y deseos.
Hay que estar en el ahora: aquí está Dios. La siguiente experiencia mística puede mostrar cuán importante es esta condición para la oración:
"Estaba lamentándome del pasado
y temiendo el futuro.
De repente mi Señor estaba hablando:
MI NOMBRE ES 'YO SOY' ...
Cuando vives en el pasado con sus errores y pesares, es difícil, Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO FUI' ...
Cuando vives en el futuro con sus problemas y temores, es difícil. Yo no estoy allí.
MI NOMBRE NO ES 'YO SERE' ...
Cuando vives en este momento, no es difícil.
Yo estoy aquí.
MI NOMBRE ES 'YO SOY'"

(Poema de Hellen Mallicoat).
9. Se requiere soledad y silencio:
Hay que empezar por crear soledad. "Así lo hacía El siempre que oraba", dice Santa Teresa. Soledad para entender "con Quién estamos".
Silencio del cuerpo y de la mente para buscar a Dios en nuestro interior.
Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios.
En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El.
Las cosas que suceden en el alma son como algo que sucede en las profundidades del mar. Arriba en el mar hay turbulencia, pero mientras más se baja, hay total y absoluto silencio.
El deseo de buscar silencio y soledad es un síntoma de que estamos llegando a la verdadera oración.
En el caso de los Dominicos, Santo Domingo de Guzmán quería que en las comunidades se generara un ambiente adecuado para la contemplación. Se hablaba de la santísima ley del silencio, que si era quebrantada por algún fraile, éste debía ser corregido con penas graves. Esta ley manifestaba que sin silencio, no había predicación, porque no había contemplación.
10. Nuestra participación en la oración
La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores).
El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos.
Hay que ir con un corazón dispuesto. Nuestra alma es como las tinajas de las Bodas de Caná. Hay que llenarlas de agua, bien hasta los bordes, para que el Señor transforme ese agua.
Nosotros llenamos las tinajas como los sirvientes de las Bodas de Caná, es decir, aportamos nuestra buena voluntad (quiero amar, entregarme a El).
Pero Jesús es el que puede transformar el agua en vino, es decir, transforma nuestra entrega en su Amor.
11. La participación de Dios
La participación de Dios escapa totalmente nuestro control, porque El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su acción en el alma del que ora.
En ese silencio de la oración contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.
La efectividad de la oración contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas. Se mide por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc.
ARIDEZ:
La participación de Dios puede ser en aridez. Cuando ésta venga –que vendrá- hay que tener cuidado, porque puede convertirse en una tentación.
Pudiera suceder que cuando ya hemos avanzado algo en la oración o cuando estamos agobiados de trabajo y se descuide la oración, se comience a creer que la oración de contemplación no es para uno. Ese sería un triunfo del Demonio, pues hace todo lo que puede para que nos quedemos exteriorizados.
Cuando estemos en aridez, más hay que adorar. Puede ser cansado. Es como sacar agua del pozo, en vez de recibirla por irrigación o –mejor aún- de la lluvia (cf. Santa Teresa de Jesús).
La aridez es parte del camino de oración. Porque creer en el Amor de Dios no es sentir el Amor. Es, por el contrario, aceptar no sentir nada y creer que Dios me ama.
Así que no hay que juzgar la vida de oración según ésta sea árida o no. La sequedad es un dolor necesario. No podemos amar a Dios por lo que sentimos, sino por lo que El es.
La aridez es necesaria para ir ascendiendo en el camino de la oración. Así que, viéndolo bien, la aridez es un don del Señor, tan grande o mayor que los consuelos en la oración.
Con la aridez el Señor nos saca del nivel de las emociones y nos lleva al nivel de la voluntad: oro aunque no sienta porque deseo amar al Señor.
La aridez, entonces, cuando no es porque nos hemos alejado del Señor por el pecado o por no orar, es un signo de progreso en la oración.
CONCLUSION:
La oración contemplativa es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no, estemos en aridez o no.
Y recordemos: orar se aprende orando, "sin desfallecer", como dice el Señor. La única forma de aprender a orar es: orar, orar, orar.

Oración de Contemplación, Qué es y Cómo es

Oración Contemplativa, Qué es y Cómo es 

ORACION CONTEMPLATIVA o CONTEMPLACION

En este tipo de oración el orante no razona, sino que trata de silenciar su cuerpo y su mente para estarse en silencio con Dios.
La oración de silencio o contemplativa ha sido descrita detalladamente en las obras de dos Doctores de la Iglesia:  Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
La búsqueda en nuestro interior o interiorización se fundamenta en un dato de fe:  Dios nos inhabita, somos “templos del Espíritu Santo” (cf. 1 Cor 3, 16).
“Entra”, dice Santa Teresa, porque tienes “al Emperador del cielo y de la tierra en tu casa … no ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí … Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y se entra dentro de sí con su Dios”.
La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que el orante se entrega a Dios que habita en su interior.  Ya no razona acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en el alma su trabajo de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad.
La contemplación consiste en ser atraído por el Señor, quedarse con El y dejarle que El actúe en el alma.
La contemplación, según Santo Tomás, es una anticipación de la Visión Beatífica.  Es vivir de manera incompleta y sólo por  un instante lo que Dios vive eternamente.
Sea la contemplación o sean gracias místicas  que pueden darse en este tipo de oración, son don de Dios.  Por ello, no pueden lograrse a base de técnicas.   Ni siquiera son fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, sino que como don de Dios que son, El da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.
A Santa Teresa se las daba por cantidad a Santa Teresita por poquitos.   Decía ella “por charquitos”.
Dios es libérrimo y se da a su gusto y decisión:  un día puede darnos un regalo de contemplación y al día siguiente podemos sentir la oración totalmente insípida.  Dios es el imprevisible por naturaleza:  no podemos prever lo que nos va a dar.  Casi siempre nos sorprende.

Buscar a Dios en la oración de silencio depende del orante.   Recibir el don de la contemplación depende de Dios.   Dice Sta. Teresa:  “Es ya cosa sobrenatural … que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos”.
Pero cuando deseamos ahondar un poco más en la adoración, el Espíritu Santo puede darnos un poco de consuelo, haciéndonos sentir su Amor, su consentimiento, sus gracias.
Es muy importante tener en  cuenta que las gracias místicas que puedan derivarse de este tipo de oración no son su verdadero fruto, ni siquiera son necesarias para obtener ese fruto.
En la contemplación somos instruidos por el Espíritu Santo de manera especial, en silencio, aún sin ver ni oír nada.  Si es Voluntad Divina, el Espíritu Santo puede regalarnos gracias especiales de visión o de escucha, hasta de olfato.  Pero las gracias verdaderamente importantes no están en esas experiencias sensoriales, que son consentimientos del Señor y que no son indispensables para avanzar en la oración.
El fruto verdadero de la oración (vocal, mental o contemplativa) es:
1. ir descubriendo la Voluntad de Dios para nuestra vida.
2. irnos haciendo dóciles a la Voluntad de Dios.
3. llegar a que sea la Voluntad de Dios y no la propia la que rija nuestra vida:  nuestra voluntad unida a la de Dios, o sea, la “unión de voluntades” de que habla Santa Teresa.
Un error común es creer que ésta, que es la oración más elevada, está reservada sólo para unas poquísimas almas escogidas, generalmente monjas o monjes de claustros y comunidades contemplativas.  Ese concepto le encanta al Enemigo, que no quiere que seamos verdaderos orantes.
La oración de silencio, de recogimiento, de contemplación es para todo aquél que desee buscarla.  Santa Teresa de Jesús dice que la oración contemplativa es la “Fuente de Agua Viva” que Jesús promete a la samaritana y que la promete para  “todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed” (Jn 4, 13).  No dice el Señor que la dará a unos y a otros, no.

¿CÓMO DISPONERSE A LA CONTEMPLACION?

ADORACION yo
RECOGIMIENTO yo y Dios
CONTEMPLACION Dios
Hay que sintonizar a Dios, como sintonizamos una estación de radio-comunicación.  El Señor puede trasmitir, o en silencio, o con palabras, o con visiones, o con agradables aromas.  Nunca lo sabremos de antemano.
La sintonización la podemos hacer con la  a d o r a c i ó n  y/o con actos anagógicos.   Puede el Señor dejarnos en adoración o recogernos en su silencio.  Y puede ir más allá:  darnos contemplación y gracias místicas.
COMO ADORAR:
Recordemos la escena de los Reyes Magos ante el Niño Jesús y la de los 24 Ancianos del Apocalipsis, los cuales se postraron y adoraron al Señor, quitándose sus coronas.
Quitarnos nuestras coronas es despojarnos de nuestro yo.  Despojarnos de nosotros mismos es estar frente a Dios en la verdad.  “Los verdadero adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23).  Somos capaces de ser veraces prácticamente sólo cuando adoramos.  La adoración es lo que nos hace estar en verdad.
Y ¿cuál es nuestra verdad?  Que somos directamente dependientes de Dios.  No nos valemos por nosotros mismos.  La adoración exige esa pobreza de las bienaventuranzas:  ser pobre de espíritu.  Es la pobreza radical de quien se sabe nada.  Nada somos, nada tenemos.  Dios es Todo, yo soy nada.
Al descubrir a Dios como Creador, descubrimos inmediatamente que no somos nada y que todo lo recibimos de El.  Nos ponemos, entonces, delante de Dios en desnudez, como Job cuando al final aceptó -por fin- que recibía todo de Dios:  “Reconozco que lo puedes todo” (Job 42, 1-6).
Como la canción Maranatha:  “Haz que me quede desnudo ante tu presencia, haz que abandone mi vieja razón de existir”.   Hay que abandonar las alforjas que cargamos y el viejo vestido, que llevamos puesto.  Y que pretendemos llevarlo –inclusive- a la oración.
La alforja que más pesa es el orgullo.  Es inútil buscar mucho cuál es nuestro pecado dominante:  es el orgullo en todas o en algunas de sus formas.  El orgullo fue el pecado original y luego se ha repetido con diversas melodías cacofónicas a lo largo de la historia de la humanidad:
Engreimiento, deseo de poder, vanidad (querer quedar bien, querer ser apreciado, reconocido, estimado, aprobado, consultado, alabado), preferido, defensa de  los propios criterios (que no suelen provenir de la oración, sino de los razonamientos estériles) defensa de los propios intereses, creerse indispensable, querer aparecer, defensa de la propia imagen, temor a perder la fama,  temor a la crítica y aún a la corrección,  etc. etc. etc.  Son todas formas de orgullo.
El orgullo nos impide adorar, porque el orgulloso no es capaz de quitarse su corona, esa corona que está cargada de todas esas formas de orgullo, que van contra la humildad y contra la pobreza de espíritu.
Por eso, al no más darnos cuenta de alguna forma de orgullo, hay que ponerse en adoración en seguida.  Porque, si el orgullo nos impide orar, por consecuencia lógica:  la adoración nos quita el orgullo.
Por la adoración vamos poco a poco, progresivamente, siendo humildes, permitiendo al Espíritu Santo que nos vaya curando del orgullo y regalándonos humildad, base de todas las demás virtudes y de muchos otros regalos del Espíritu Santo.
La adoración es el verdadero camino que nos conduce de manera segura –aunque paulatina- a la humildad.
Y ¿qué es la humildad?  Volvemos al tema del comienzo:  La Búsqueda de la Verdad.  “Humildad es andar en verdad”, según Santa Teresa de Jesús.  Y andar en verdad es reconocernos creaturas dependientes de Dios que nada somos ante El y nada podemos sin El.

¿COMO HACER ORACION DE CONTEMPLACION?

1. Se requiere soledad y silencio:
Hay que empezar por crear soledad. “Así lo hacía El siempre que oraba”, dice Santa Teresa. Soledad para entender “con Quién estamos”. Silencio del cuerpo y de la mente para buscar a Dios en nuestro interior. Es en el silencio cuando Dios se comunica mejor al alma y el alma puede mejor captar a Dios. En el silencio el alma se encuentra con su Dios y se deja amar por El.
2. ¿Quién puede hacer este tipo de oración?
Según Sta. Teresa, la oración de contemplación es la “Fuente de Agua Viva” que prometió el Señor a la Samaritana (cfr. Jn. 4). “Mirad que os llama a todos … no dijo a unos daré y a otros no”. Es decir, no dijo que daría de esta “Agua” a ciertos escogidos, sino dijo: “Todo el que beba de este agua, no volverá a tener sed” (Jn. 4, 13).
3. Nuestra participación en la oración
La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores). El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos. Además, orar se aprende orando, “sin desfallecer”, como dice el Señor. La única forma de aprender a orar es: orar, orar, orar.
4. La participación de Dios
La participación de Dios escapa totalmente nuestro control y El -soberanamente- escoge cómo ha de ser su acción en el alma del que ora. En ese silencio de la oración contemplativa Dios puede revelarse o no, otorgando o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de Dios, no depende del orante, sino de El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere. La efectividad de la oración contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas, sino por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios, aumento en los frutos del Espíritu, etc.
La oración contemplativa es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no.

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La oración de contemplación

 
La contemplación es mirada de fe, fijada en Jesús. "Yo lo miro y él me mira", decía, en tiempos de su santo cura, un campesino de Ars que oraba ante el Sagrario. Esta atención a Él es renuncia a “mí”. Su mirada purifica el corazón. La luz de la mirada de Jesús ilumina los ojos de nuestro corazón; nos enseña a ver todo a la luz de su verdad y de su compasión por todos los hombres. La contemplación dirige también su mirada a los misterios de la vida de Cristo. Aprende así el "conocimiento interno del Señor" para más amarlo y seguirlo (Cf San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales 104). La contemplación es escucha de la palabra de Dios. Lejos de ser pasiva, esta escucha es la obediencia de la fe, acogida incondicional de siervo y adhesión amorosa del hijo. Participa en el “sí” del Hijo hecho siervo y en el "fiat" de su humilde esclava. La contemplación es silencio, este "símbolo del mundo venidero" (San Isaac de Nínive, Tractatus Mystici 66) o "amor silencioso" (San Juan de la Cruz). Las palabras en la oración contemplativa no son discursos, sino ramillas que alimentan el fuego del amor. En este silencio, insoportable para el hombre "exterior", el Padre nos da a conocer a su Verbo encar-nado, sufriente, muerto y resucitado, y el Espíritu filial nos hace partícipes de la oración de Jesús (Catecismo de la Iglesia Católica 2715 - 2717).

Junto a la oración vocal y a la meditación, la oración contemplativa es una de las tres grandes clases de oración cristiana. El Catecismo de la Iglesia Católica las resume así en los números 2721 - 2724:

La tradición cristiana contiene tres importantes expresiones de la vida de oración: la oración vocal, la meditación y la oración contemplativa. Las tres tienen en común el recogimiento del corazón.
La oración vocal, fundada en la unión del cuerpo con el espíritu en la naturaleza humana, asocia el cuerpo a la oración interior del corazón a ejemplo de Cristo que ora a su Padre y enseña el “Padrenuestro” a sus discípulos
(el Catecismo de la Iglesia Católica la explica con más amplitud en los números 2700 - 2704).

La meditación es una búsqueda orante, que hace intervenir al pensamiento, la imaginación, la emoción, el deseo. Tiene por objeto la apropiación creyente de la realidad considerada, que es confrontada con la realidad de nuestra vida (el Catecismo de la Iglesia Católica la explica con más amplitud en los números 2705 - 2708).
La oración contemplativa es la expresión sencilla del misterio de la oración. Es una mirada de fe, fijada en Jesús, una escucha de la Palabra de Dios, un silencioso amor. Realiza la unión con la oración de Cristo en la medida en que nos hace participar de su misterio (el Catecis-mo de la Iglesia Católica la explica con más amplitud en los números 2709 - 2719).

Esta forma de oración, la contemplativa, no por ser la última que se trata es la menos importante. Al contrario, la oración contemplativa es un medio privilegiado para llegar a un conocimiento íntimo y experimental de Jesucristo que acrecienta y fortalece el amor a Él. Es, como dice el Catecismo, la expresión sencilla del misterio de la oración (Cf Catecismo de la Iglesia Católica 2713). Al mismo tiempo, es la oración de los grandes santos, verdaderos maestros de la unión con Dios: San Ignacio de Loyola, San Juan de la Cruz, Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, San Francisco de Asís, etc. Es un tipo de oración que, precisamente por su simplicidad, está al alcance de todo el mundo, independientemente de su temperamento o de su mayor o menor capacidad intelectual. Es aquella en la que resulta más fácil iniciarse con verdadero fruto, sin rutina.

La oración contemplativa o de contemplación consiste en “hacerse presente” en la escena o el misterio que se contempla. Es tomar, por ejemplo, un pasaje evangélico y recrearlo en la mente metiéndose en él como protagonista (tomar el papel de uno de los personajes que aparecen como, por ejemplo, asumir la figura de Juan a los pies de la cruz de Cristo en Juan 19, 25-27) o destinatario (pensar que todo eso sucede por mí o para mí: Cristo nace para mí, muere por mis pecados, etc.). La forma de “meterse” es a través de los sentidos actuados en y con la imaginación: ver las personas que entran en la escena, oír lo que dicen o pueden decir, lo que comentan entre sí, mirar buscando centrar la atención en lo que hacen los personajes, participar, ayudar, etc. Lo que se hace no es recordar un hecho histórico de forma artificial, sino actualizar la historia de la salvación compuesta de eventos situados en la historia, pero con un alcance universal (Cristo cuando muere, muere por los pecados de todos los seres humanos de todos los tiempos y los redime; cuando nace, nace para todos los hombres de todas las edades de la historia; sus enseñanzas son también para siempre y para todos). Por ello, no se trata de ser mero espectador de todos los sucesos y enseñanzas que presenta el Evangelio, sino de actualizarlos trayéndolos al aquí y al ahora de nuestras vidas. Por eso es válido revivirlos en el corazón, recrear un diálogo con el Señor, escucharlo, actuar en las distintas situacio-nes que presenta la Escritura (por ejemplo, ser recibido en los brazos del Padre como el hijo pródigo o recibir a Cristo en casa como Marta y María). De todo ello se sacan enseñanzas muy válidas para la vida espiritual que ayudan a revisar a fondo la conciencia y a dialogar con más naturalidad con Cristo.

El centro de este tipo de oración está en la aplicación de los sentidos y de todas las facultades humanas que actúan a partir de ellos: la imaginación, el entendi-miento, la voluntad. Efectivamente, el contemplar los misterios y meter en ellos el oído, el gusto, la vista, hace más fácil el paso a los sentimientos (por ejemplo, el amor a Dios al ver cómo nos acoge y perdona, el deseo de seguir a Cristo al ver su compor-tamiento paciente y humilde en los sufrimientos de la pasión, el contento, el descon-tento, el rechazo, la confianza, la alegría, etc.), a la valoración y apropiación de las verdades de fe (por ejemplo, la maldad del pecado al ver lo que hace Cristo para borrarlo, la divinidad de Cristo al contemplar su resurrección o los milagros que realizaba, etc.) o a las resoluciones de la voluntad (por ejemplo, el deseo de no cometer ningún pecado para corresponder así a la amistad de Cristo que sufrió mucho por mí, el propósito de confesar los propios pecados al contemplar la misericordia que usó Jesucristo con la adúltera, la resolución de imitar el amor de Cristo en el perdón y la disculpa de las ofensas al contemplar el momento en que pronuncia la frase: “perdónalos porque no saben lo que hacen” o el servicio humilde a los demás cuando les lava los pies en la Última Cena). Esto es lo que hace más sencillo este tipo de oración, porque involucra a todo el ser humano. En otras formas de oración resulta más trabajoso meter todas las facultades humanas.

El dinamismo de este modo de oración es, por tanto, el siguiente: parte de la contemplación de un misterio o de un hecho de la vida del Señor, de la Santísima Virgen o de la Historia de la salvación (ver las personas, escuchar lo que dicen, considerar las acciones) y sus implicaciones para la propia vida, hasta llegar a los afectos y las mociones de la voluntad que engendran la decisión de la entrega, el seguimiento y la imitación. Al final se recogen los frutos de la contemplación, que son muchos y, seguramente, el más importante es que nos hace partícipes del misterio de Cristo (Cf Catecismo de la Iglesia Católica 2718).

Todo lo dicho hasta aquí podría hacer pensar que en la oración contemplativa se avanza casi sin esfuerzo. Sin embargo, la oración contemplativa también requiere de ese necesario combate de la oración para vencer las objeciones, las distracciones, las dificultades, las tentaciones, y perseverar en el amor (Cf Catecismo de la Iglesia Católica 2725 - 2758). “La oración es un don de la gracia y una respuesta decidida por nuestra parte. Supone siempre un esfuerzo. Los grandes orantes de la Antigua Alianza antes de Cristo, así como la Madre de Dios y los santos con Él, nos enseñan que la oración es un combate. ¿Contra quién? Contra nosotros mismos y contra las astucias del Tentador que hace todo lo posible por separar al hombre de la oración, de la unión con su Dios. Se ora como se vive, porque se vive como se ora. El que no quiere actuar habitualmente según el Espíritu de Cristo, tampoco podrá orar habitual-mente en su Nombre. El combate espiritual de la vida nueva del cristiano es insepara-ble del combate de la oración” (Catecismo de la Iglesia Católica 2725).

Como ya se ha dicho, la contemplación simplifica mucho el trabajoso esfuerzo por poner orden e interés en todas las facultades durante la oración. Esto se verifica de modo especial con la imaginación, que Santa Teresa definió como “la loca de la casa” (Cf Castillo Interior, Moradas IV, capítulo 1, 13), y que siempre resulta difícil convertirla en aliada de la oración. Con este método contemplativo está siempre activa y metida de lleno en la recreación de los hechos que se presentan como fondo de nuestro diálogo con Dios. Para otros tipos de distracciones, siempre será conve-niente tener en cuenta lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2729: “Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecer al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir”. Combatir la distracciones es absurdo; lo mejor, la única solución, es simplemente volver a concentrarse en la contemplación. De todas formas, hay que pedir a Dios la gracia de eligirlo siempre a Él y no a la distracción.

Siempre, para evitar la subjetividad, resulta muy importante seguir los textos de la Sagrada Escritura o de la liturgia y marcarse con claridad el fruto que se desea alcanzar de Dios como, por ejemplo, el amor de Pedro que sabe rectificar y pedir perdón por haber traicionado al Señor. Para que sea de verdad oración, todo esto ha de hacerse buscando el diálogo con Dios y la respuesta personal llevada a la vida. De nada serviría el esfuerzo si las actitudes, los afectos, las decisiones, que nacen en la contemplación, no tuviesen ningún efecto en la vida de todos los días. Esta gracia hay que pedírsela a Dios y, al mismo tiempo, hay que buscar sacar aplicaciones concretas de lo que se aprendió y contempló en la oración.

Por sus características, la contemplación tiene que hacerse con tranquilidad, con el tiempo suficiente. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recomienda lo siguiente al respecto: “La elección del tiempo y de la duración de la oración de contemplación depende de una voluntad decidida, reveladora de los secretos del corazón. No se hace contemplación cuando se tiene tiempo, sino que se toma el tiempo de estar con el Señor con la firme decisión de no dejarlo y volverlo a tomar, cualesquiera que sean las pruebas y la sequedad del encuentro. No se puede meditar en todo momento, pero sí se puede entrar siempre en contemplación, independiente-mente de las condiciones de salud, trabajo o afectividad. El corazón es el lugar de la búsqueda y del encuentro, en la pobreza y en la fe” (Catecismo de la Iglesia Católica 2710).

Otro elemento que beneficia la oración contemplativa es el silencio. Toda oración requiere concentración, es decir, una atención lo más completa posible a lo que se está contemplando. Para ello, hay que olvidarse de todo lo demás y buscar un ambiente adecuado que no ofrezca estímulos que distraigan nuestra atención del diálogo con Dios. Vale la pena abandonar momentáneamente muchas cosas para meterse a fondo en la oración y después salir de ella enriquecidos.

Soy consciente de que faltan por tratar muchos temas relacionados con la oración y muchas formas de oración como la Liturgia de las Horas, el Ángelus, las novenas, la meditación cristiana, que no tiene nada que ver con las modernas formas de meditación, etc. Espero, con la ayuda de Dios, poder hacerlo en otro momento. Hay dos milenios de tradición cristiana en la que los discípulos de Cristo han buscado dialogar con su Maestro y toda esa riqueza es imposible agotarla en tan pocas páginas. Este esfuerzo se hizo con el fin de acercar un poco ese tesoro a los fieles de la arquidiócesis de México esperando que les sea de utilidad para conocer y amar mejor a Jesucristo, centro de la vida del hombre, verdadero y único Salvador.


La oración contemplativa


de Thomas Merton
La oración contemplativa es, en cierto modo, simplemente la preferencia por el desierto, el vacío, la pobreza. Cuando uno ha conocido el sentido de la contemplación, intuitiva y espontáneamente busca el sendero oscuro y desconocido de la aridez con preferencia a ningún otro. El contemplativo es el que más bien desconoce que conoce, más bien no goza que goza, y el que más bien no tiene pruebas de que Dios le ama. Acepta el amor de Dios en fe, en desafío a toda evidencia aparente. Ésta es una condición necesaria, y muy paradójica, para la experiencia mística de la realidad de la presencia de Dios y de su amor para con nosotros. Sólo cuando somos capaces de «dejar que salgan» todas las cosas de nuestro interior, todos los deseos de ver, saber, gustar y experimentar la presencia de Dios, entonces es cuando realmente nos hacemos capaces de experimentar la presencia con una convicción y una realidad abrumadoras, que revolucionan toda nuestra vida interior.
Walter Hilton, un místico inglés del siglo catorce dice en su Scale of Perfection:
«Es mucho mejor ser separado de la visión del mundo en esta noche oscura, por muy penoso que eso pueda resultar, que morar fuera, ocupado en los falsos placeres del mundo… Porque cuando estás en esa noche, te encuentras mucho más cerca de Jerusalén que cuando estás en la falsa luz. Abre tu corazón al movimiento de la gracia y acostúmbrate a residir en esta oscuridad, intenta familiarizarte con ella y encontrarás rápidamente que la paz, y la verdadera luz de la comprensión espiritual inundarán tu alma…»
La contemplación es esencialmente una escucha en el silencio, una expectación. Y también, en cierto sentido, debemos empezar a escuchar a Dios cuando hemos terminado de escuchar. ¿Cuál es la explicación de esta paradoja? Quizá que hay una clase de escucha más elevada, que no es una atención a la longitud de cierta onda, una receptividad para cierto mensaje, sino un vacío que espera realizar la plenitud del mensaje de Dios dentro de su aparente vacío. En otras palabras, el verdadero contemplativo no es el que prepara su mente para un mensaje particular, que él quiere o espera escuchar, sino el que permanece vacío porque sabe que nunca puede esperar o anticipar la palabra que transformará su oscuridad en luz. Ni siquiera llega a anticipar una clase especial de transformación. No pide la luz en vez de la oscuridad. Espera la Palabra de Dios en silencio, y cuando es “respondido”, no es tanto por una palabra que brota del silencio. Es por su silencio mismo cuando de repente, inexplicablemente revelándose a él como la palabra de máximo poder, llena de la voz de Dios.
Pero no debemos aceptar una visión puramente quietista de la oración contemplativa. No es mera negación. Nadie se convierte en contemplativo sencillamente por «oscurecer» las realidades sensibles, y permanecer solo consigo mismo en la oscuridad. En primer lugar, uno que hace eso como un montaje, a propósito, como conclusión de un razonamiento práctico sobre el tema, y sin una vocación interior, sencillamente entra en una oscuridad artificial que se ha fabricado él mismo. No está solo con Dios, sino solo consigo mismo. No está en presencia del Único Trascendente, sino de un ídolo, el de su propia identidad complaciente. Se ve inmerso y perdido en si mismo, en un estado de narcisismo inerte, primitivo e infantil. Su vida es »nada» no en el sentido misterioso, dinámico, en el que la nada del místico es paradójicamente el todo de Dios. Es sencillamente la nada de un ser finito, abandonado a si mismo en su propia trivialidad.
Los místicos Rhenish del siglo catorce tuvieron que luchar contra muchas formas heréticas de contemplación y contra la pasividad de la voluntad propia, arbitraria, de los que abrazaban la forma quietista de oración de una manera sistemática, dedicándose a cultivar simplemente la inercia como si ella fuera, por si misma, suficiente para resolver los problemas. De ésos dice Tauler:
«Estas personas han entrado en un camino sin salida. Confían totalmente en su inteligencia natural y están totalmente orgullosos de ellos mismos al hacerlo. Nada saben de las profundidades y riquezas de la vida de Nuestro Señor Jesucristo. Ni siquiera han formado sus propias naturalezas por el ejercicio de la virtud y no han avanzado en los caminos del verdadero amor. Confían exclusivamente en la luz de su razón y en su falsa pasividad espiritual.»
El problema que entraña el racionalismo es que se engaña a sí mismo en su racionalización y manipulación de la realidad. Hace culto del «permanecer sin moverse”, como si eso en si mismo tuviera un poder mágico para resolver todos los problemas y llevar al hombre al contacto con Dios. Pero de hecho es sencillamente una evasión. Es una falta de honradez y seriedad, una banalidad con la gracia y una huida de Dios. Esto es realmente el “quietismo puro”. Pero, ¿podemos decir que algo semejante existe en nuestros días?
El quietismo absoluto no es un peligro omnipresente en el mundo de nuestro tiempo. Para ser un quietista absoluto, uno tendría que hacer esfuerzos heroicos para permanecer sin hacer nada, y tales esfuerzos están más allá del poder de la mayoría de nosotros. Sin embargo, existe una tentación de una clase de pseudoquietismo que afecta a los que han leído libros sobre el misticismo sin entenderlos en absoluto. Y eso los lleva a una vida espiritual deliberadamente negativa, que no es más que una dejación de la oración, por ninguna otra razón que por la de imaginar que, dejando de ser activo, uno entra en la contemplación. Eso lleva en realidad a la persona a estar vacía, sin una vida espiritual, interior, en la que las distracciones y los impulsos emocionales gradualmente los afirman a expensas de toda actividad madura, equilibrada, de la mente y el corazón. Persistir en esta situación de paréntesis puede llegar a ser muy perjudicial espiritual, moral y mentalmente.
El que sigue los caminos ordinarios de la oración, sin prejuicio alguno y sin complicaciones, será capaz de disponerse mucho mejor para recibir su vocación a la oración contemplativa a su debido tiempo, dando por sabido que le llegará su momento.
La verdadera contemplación no es un truco psicológico, sino una gracia teologal. Sólo nos viene en forma de un regalo, y no como resultado de nuestro empleo inteligente de técnicas espirituales. La lógica del quietismo es una lógica puramente humana, en la cual dos más dos son cuatro. Desgraciadamente, la lógica de la oración contemplativa es de un orden enteramente diferente. Está más allá del dominio estricto de causa y efecto, porque pertenece enteramente al amor, a la libertad, a los desposorios espirituales. En la verdadera contemplación no hay “razón por la que” el vacío nos deba llevar necesariamente a ver a Dios cara a cara. Ese vacío nos puede llevar de la misma manera a encontrarnos cara a cara con el demonio, y de hecho a veces lo hace. Es parte del riesgo de este desierto espiritual. La única garantía contra el enfrentamiento con el demonio en la oscuridad, si es que podemos hablar realmente de algún tipo de garantía, es simplemente nuestra esperanza en Dios, nuestra confianza en su voz, en su misericordia.
Ha quedado claro que el camino de la contemplación no es de ninguna manera una “técnica” deliberada de vaciarse uno mismo, para conseguir una experiencia esotérica. Es una respuesta paradójica a la llamada de Dios casi incomprensible, lanzándonos a la soledad, zambulléndonos en la oscuridad y el silencio, no para retirarnos y protegernos del peligro, sino para llevarnos a salvo a través de peligros desconocidos, por un milagro de su amor y de su poder.
El camino de la contemplación no es, de hecho, camino alguno. Cristo es el único camino, y él es invisible. El “desierto” de la contemplación es sencillamente una metáfora para explicar el estado de vacío que experimentamos cuando hemos abandonado todos los caminos, nos hemos olvidado de nosotros mismos y hemos tomado a Cristo invisible como nuestro camino. Como dice san Juan de la Cruz:
«Y así grandemente se estorba un alma para venir a este alto estado de unión con Dios, cuando se ase a algún entender, o sentir, o imaginar, o parecer, o voluntad, o modo suyo, o cualquiera otra obra o cosa propia, no sabiéndose desasir y desnudar de todo ello… Por tanto, en este camino, el entrar en camino es dejar su camino; o por mejor decir, es pasar al término y dejar su modo, es entrar en lo que no tiene modo, que es Dios. Porque el alma que a este estado llega, ya no tiene modos, ni maneras, ni menos se ase ni puede asir a ellos… aunque en sí encierra todos los modos, al modo del que no tiene nada, que lo tiene todo.»
Esto podría completarse con las palabras que siguen de John Tauler:
«Cuando hemos probado esto en la auténtica profundidad de nuestras almas, nos hace hundirnos y disolver-nos en nuestra nada y pequeñez. Cuanto más brillante y más pura es la luz que se derrama en nosotros por la grandeza de Dios, tanto más claramente veremos nuestra nada y pequeñez. En realidad así es cómo podemos discernir la autenticidad de esta iluminación. Porque es el brillo divino de Dios en lo más profundo de nuestro ser, no por medio de imágenes, no por medio de nuestras facultades, sino en las auténticas profundidades de nuestras almas. Su efecto será hundirnos más y más en nuestra propia nada.»
Se pueden sacar dos sencillas conclusiones de todo esto. Primero, que la contemplación es la culminación de la vida cristiana de oración, porque el Señor no desea nada de nosotros más que convertirse él mismo en nuestro “camino”, en nuestra “verdadera vida”. Esta es la única finalidad de su venida a la tierra para buscarnos, para poder elevarnos, juntamente con él, al Padre. Sólo en él y con él podemos alcanzar al Padre invisible, al que nadie podrá ver y seguir viviendo. Muriendo a nosotros mismos, y a todas las “maneras”, “lógicas” y “métodos” propios nuestros, podemos ser contados entre aquellos a los que la misericordia del Padre ha llamado a sí en Cristo. Pero la otra conclusión es igualmente importante. Ninguna lógica propia puede conseguir esta transformación de nuestra vida interior. No podemos argumentar que el “vacío” es igual a la “presencia de Dios”, y luego sentarnos tranquilamente para conseguir la presencia de Dios vaciando nuestras almas de toda imagen. No es cuestión de lógica ni de causa y efecto. Tampoco es cuestión de deseo, o de una empresa proyectada, o de nuestra propia técnica espiritual.
Todo el misterio de la oración contemplativa simple es un misterio de amor divino, de vocación personal y de don gratuito. Esto, y sólo esto, consigue el verdadero «vacío», en el que ya nada queda de nosotros mismos.
Un vacío deliberadamente cultivado, para llenar una ambición espiritual no responde en absoluto al concepto de vacío espiritual. Es la plenitud de uno mismo. Tan lleno que la Luz de Dios no tiene sitio alguno por donde poder penetrar. No hay grieta ni rincón abandonado donde algo pueda encajarse en ese duro corazón, fruto de la autoabsorción, que es nuestra opción de vivir centrados en nuestro propio ser. Y, en consecuencia, cualquiera que aspire a convertirse en contemplativo debe pensarlo dos veces antes de ponerse en camino. Quizá la mejor forma de convertirse en contemplativo seria desear con todo el corazón ser cualquier cosa menos contemplativo. ¿Quién sabe?
Pero, naturalmente, tampoco eso es verdad. En la vida contemplativa, ni el deseo ni el rechazo del deseo es lo que cuenta, sino sólo aquel “deseo” que es una forma de “vacío”, que asiente con lo desconocido y avanza tranquilamente por donde no ve camino alguno. Todas las paradojas acerca del camino contemplativo se reducen a ésta: estar sin deseos significa ser llevado por un deseo tan grande que es incomprensible. Es demasiado grande para ser completamente sentido. Es un deseo ciego, que parece un deseo de “la vaciedad”, sólo porque nada puede contentarlo. Y porque es capaz de descansar en la vaciedad, entonces, relativamente hablando, descansa en la vaciedad.
Pero no en una vaciedad como tal, en una vaciedad por si misma. Realmente no existe tal entidad como pura vaciedad, y la vaciedad meramente negativa del falso contemplativo es una “cosa”, no la “nada”. La «cosa” que se reduce a la oscuridad misma, de la cual todos los demás seres están excluidos deliberadamente y por todos los medios.
Pero la verdadera vaciedad es la que trasciende todas las cosas, y aún es inmanente a todas ellas. Porque lo que parece vaciedad en este caso es puro ser. O al menos un filósofo podría describirla así. Pero para el contemplativo es otra cosa. No es ni ésta ni aquélla. Todo lo que digáis de ella es diferente a lo que se decía. Lo propio de la vaciedad, al menos para un cristiano contemplativo, es puro amor, pura libertad. Amor que está libre de todo, no determinado por nada, o visto en alguna clase de relación. Es un compartir, a través del Espíritu Santo, en la infinita caridad de Dios. Y así, cuando Jesús dijo a sus discípulos que amaran, se refería a una forma de amar tan universal como la del Padre, que envía su lluvia lo mismo sobre justos que sobre pecadores. “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto.” Esta pureza, libertad e indeterminación del amor es la auténtica esencia del cristianismo. A esto aspira sobre todo la vida monástica.


PEQUEÑO TRATADO DE ORACIÓN CONTEMPLATIVA, PARA BUSCADORES SOLITARIOS DE DIOS
Según la Inspiración del Espíritu y la experiencia personal de un Ermitaño Anónimo
 
ALGUNOS CONSEJOS A LA HORA DE USAR UNA IMAGEN
        Una imagen es una obra de arte destinada a propiciar la oración y la contemplación. No es por lo tanto un objeto de decoración o de adorno.
         Ha sido creada para ayudar a los creyentes en la plegaria individual, familiar o de pequeños grupos.
         Mantenla oculta siempre que no estés en oración y evita que lo profanen miradas de otras personas o las tuyas propias cuando no estás orando.
         No es un objeto para enseñarlo a las amistades ni una decoración exótica para la casa.
         Es una evocación de lo Sagrado a través de una imagen.
         Antes de elegir un icono, una imagen o una figura, mira bien si realmente evoca en ti lo Sagrado. No tengas prisa en elegir. Tómate todo el tiempo que haga falta.
         Un icono, una figura, una imagen, un templo o cualquier lugar de oración no es imprescindible; afortunadamente Dios está en todas partes; pero lo que tienes que ver es si tú lo ves en todas partes. Si es así, no te hace falta ningún elemento externo de ayuda, pero tienes que ser muy sincero y si no es así, y resulta que una imagen, un icono, determinadas iglesias o cualquier otro elemento te ayuda a evocar la presencia de lo Sagrado, entonces es bueno y sabio el que lo utilices.
 
ALGUNOS CONSEJOS SOBRE LA ORACIÓN
         En la oración no se trata de pedir cosas a Aquel que todo conoce. La oración no es para decirle a Dios lo que quieres sino para escuchar lo que Él quiere para ti y que no es otra cosa que compartir lo que Él es: Tranquilidad profunda, Beatitud, Paz, Bondad, Belleza, Amor ...
         No se trata de pedir cosas sino de comprender que no necesitas nada más que la presencia de Dios y descansar en esa morada llena de sus cualidades.
         Antes de orar debes de comprender que detrás de todos tus deseos de objetos o de situaciones del mundo, solo hay un deseo: la paz profunda. Y ese deseo último que tanto anhelas y que proyectas en los objetos y situaciones del mundo solo lo puedes obtener en la interioridad. La tranquilidad y la plenitud solo están en tu espíritu, que es el espíritu de Dios.
         Una persona se pone a orar cuando ha comprendido claramente la futilidad y la relatividad de todos los objetivos convencionales humanos que, aún teniendo su importancia relativa, no pueden darle la paz profunda, la plenitud que todo ser humano anhela con nostalgia. Es comprendiendo claramente esto, bien sea por la propia inteligencia, o movido por las constantes dificultades de la vida, cuando uno se acerca a la Paz, la Belleza, la Bondad, la Plenitud y la Alegría que proporciona el contacto con lo Absoluto y con lo Sagrado a través de la oración en su calidad más contemplativa.
         Sumergirse en el "acto orante" es el síntoma más claro de que se ha llegado al discernimiento (entre lo verdadero y lo falso), al desapego (de las cosas del mundo), a la sumisión (a la presencia de Dios), a la humildad (respecto a nuestra capacidad humana), a la sabiduría (habiendo comprendido donde está la plenitud y el gozo verdaderos), a la caridad (al abrazar en nuestra oración a toda la creación), y a todas las demás virtudes... Todas las virtudes están contenidas en la oración.
         Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado.
         No te compliques con rituales ni con palabrería o con lecturas excesivas. Orar es muy sencillo, no hace falta que te leas todos los libros que hay sobre el tema. Se trata de orar, no de leer sobre ello. Vale más un minuto de presencia en lo Sagrado que un año de lecturas sobre la oración.
         El rato de oración es un paréntesis de tranquilidad en tu vida. Nunca tengas prisa. La prisa, la ansiedad, la complicación y la dispersión son los mayores enemigos del espíritu. Mantenlos a raya cueste lo que cueste. Nunca te dejes llevar por ellos. Mantente todo el tiempo que haga falta hasta que reconozcas la presencia de lo Sagrado. Esto puede llevarte desde unos pocos minutos hasta horas. Ten paciencia y espera.
         Evita hacerlo de manera mecánica y rutinaria; hazlo, no por obligación, sino por devoción. Eso te coloca en una actitud y en una atmósfera totalmente diferentes.
         El pensamiento racional puede llegar a ser un gran enemigo del espíritu. No pienses, razones ni elucubres sobre lo que haces. Simplemente hazlo; simplemente reza. Entra en esa atmósfera, no pienses sobre ella. El pensamiento no entiende esos estados y antes, durante o después de la oración, pondrá todo tipo de impedimentos y de razonamientos haciéndote ver lo absurdo de la práctica. El pensamiento empleará todo tipo de argumentos de lo más convincentes e ingeniosos. ¡No hagas caso al pensamiento! Diga lo que diga la mente, tú continúa con tu práctica de oración.
         Ten en cuenta que esto te sucederá, incluso, después de muchos años de práctica y de frecuentación de esos "lugares del Espíritu". Muchos son los testimonios de personas de oración y de vida interior que así lo confirman. Nunca hagas caso a esos pensamientos. La mente pensante, hiperdesarrollada en las personas actuales, no puede abarcar ciertas moradas y se resiste con todas sus fuerzas poniendo una barrera que debemos vencer con perseverancia e inspiración.
* * *
         Enciende una vela delante del Oratorio y siéntate en el suelo, con las piernas cruzadas, sobre los talones o en un banquillo, según prefieras.
         Puedes permanecer así desde unos minutos.... hasta el día entero. No hay límite para la adoración. Acuérdate del consejo evangélico de «permanecer en oración constante».
         Preferentemente puedes rezar el Santo Rosario o el Ave María, haciéndolo con tranquilidad y dejando que en tu alma se reproduzca la receptividad de la Virgen María ante el anuncio del Ángel.
         También puedes emplear una invocación más simple como por ejemplo:
AMOR
PADRE
DIOS
¡¡ TE AMO !!
         La repetición se irá uniendo, poco a poco, a la respiración: AMOR al tomar aire, AMOR al expulsarlo.
         Puede llegar un momento en el que el aliento en sí, se transforma en oración. El contenido de la palabra se trasvasará al aliento, al cuerpo y al mundo. Entenderás lo que es «ver a Dios en las formas y las formas en Dios».
         Si decides usar otra plegaria, mira que sea una sencilla frase o palabra que evoque en ti lo Sagrado y que repetirás con tranquilidad dejándote impregnar por su sabor.
         Puedes centrar tu atención en el corazón. Eso enraíza la oración en el cuerpo y despeja a la mente del continuo pensamiento. De esa manera el espíritu se "corporaliza" y el cuerpo se "espiritualiza". En el corazón vivirá entonces una llama orante permanentemente encendida; como una luz que señala donde hay un "templo vivo de Dios".
         Puedes abrir los ojos de vez en cuando un momento y mirar a la imagen que te inspira, de manera que añadas un impulso más hacia las alturas a través de la visión.
         No fuerces la plegaria, ni mucho menos la respiración. Una de las claves fundamentales de la oración está en aprender la manera en que la plegaria "suceda" por sí misma, a su propio ritmo, "se rece" en ti, lo mismo que la respiración "ocurre" sin ningún esfuerzo.
         Los momentos más propicios para la oración son el amanecer y el anochecer (los tradicionales momentos de Laudes y Vísperas), pero puedes hacerlo en cualquier otro momento del día o de la noche.
         Con el tiempo la oración se irá haciendo continua en tu vida, tanto la «Oración Verbal» cuando sea posible, como la «Presencia en el Sabor de lo Sagrado» que se mantendrá como plano de fondo a lo largo de todo el día.
         Sobre ese sagrado "lienzo de fondo" verás que se van dibujando las situaciones, los movimientos, las conversaciones, el trabajo etc... Toda tu vida quedará cubierta por el manto de tranquilidad de lo Sagrado e iluminada por la "dorada luz del Tabor"; un gran manto de tranquilidad, lucidez, comprensión y gracia que irá abarcando las situaciones, los paisajes, las personas en cada momento de tu vida.
         También con el tiempo esa invocación, ese sabor o esa luz, se mantendrán por la noche durante los sueños.
         Si sois una familia, acostumbraros a orar juntos al atardecer o antes de dormir. ¡Apaga la televisión y enciende el Oratorio... tu alma te lo agradecerá!
         A los niños les resulta muy fácil la oración siempre y cuando no se les complique con palabrerías inútiles o con doctrinas que no llegan a comprender. Enséñales a orar con el Padre Nuestro o con una invocación simple. Ya tendrán tiempo para doctrina y teología más adelante. Los niños captan magníficamente el "sabor" de lo Sagrado y les deja un recuerdo indeleble en sus almas. Valen más unos minutos de oración contemplativa todas las noches &endash;viendo además el ejemplo de sus padres&endash; que todas las explicaciones teóricas que se les pueda dar. Cuando sean mayores te agradecerán las horas pasadas en esa atmósfera sagrada en vez de viendo la televisión. Habrás sembrado una semilla de paz, alegría y plenitud con unas consecuencias que ni siquiera imaginas ahora.
         Si en periodos largos de oración sientes molestias en el cuerpo, aprende a moverte muy lenta y armoniosamente. Inclínate hacia delante, hacia los lados o extiéndete hacia atrás. Haz, armoniosa y lentamente, torsiones hacia los lados o cualquier otro movimiento que te alivie las molestias. Aprende a moverte tan suavemente que el movimiento no perturbe el estado de oración. Así el movimiento también será oración e invocación.
         De la misma manera que una palabra o una frase pueden invocar y evocar lo sagrado, también un movimiento, un gesto o la evocación visual de una imagen pueden hacerlo. Si sinceramente ese es tu caso hazlo así, pero no lo hagas por estar a la moda o por ser original; mira si eso realmente te sitúa en presencia de lo Sagrado. A fin de cuentas lo que importa es llegar a la presencia de Dios y el vehículo que empleemos para ello será, simplemente, aquel que más nos ayude a ese fin.
         Reconocerás la presencia del Espíritu por sus frutos. Ahí donde aparezca una Alegría sin motivo mundano, una Bondad desinteresada, un Amor en estado puro y sin excepciones, una Belleza que todo lo abarca con su manto, una Paz interior y un Agradecimiento independientes de las circunstancias exteriores, ahí estará sin duda el Espíritu.
         Cuando aparezca esa Alegría sin objeto, contémplala, quédate mirándola; permanece en esa vivencia durante todo el tiempo que puedas, minutos, horas o días. Cuando aparezca la Bondad, contémplala, quédate impregnándote de esa vivencia; quédate con ella todo el tiempo que puedas. Así con todas las demás cualidades divinas: el Amor, la Libertad, la Misericordia, la Infinitud, el Silencio, la Paz profunda, etc... Conforme vayan apareciendo en la oración, quédate contemplándolas y así irán tomando cada vez más presencia en tu vida.
         También reconocerás la presencia de lo Sagrado cuando al intentar describir la vivencia aparezcan las paradojas. Expresiones como: una "vacuidad plena", una "plenitud sutil", un "silencio sonoro", una "densidad ligera", una "soledad acompañada", etc. denotan que se ha visitado ese lugar donde mora el Espíritu.
         A veces también lo puedes reconocer por algunos cambios físicos: notarás un cambio en la respiración que tomará una calidad "diferente", más profunda o más intensa o más lenta, según el momento o las personas. Puedes notar también algunos cambios en la calidad de la mirada, o en la relajación de la columna o de los plexos nerviosos. Pero todos estos cambios, si es que ocurren, ocurrirán de manera espontánea y como consecuencia de la profundización, no puedes forzarlos ni fingirlos desde afuera.
         De la oración contemplativa al silencio contemplativo solo hay un paso. No fuerces el silencio; llegará de forma natural cuando el alma quede impregnada del Espíritu en una unidad. Entonces, de manera natural, cesará la repetición de la plegaria y te mantendrás en la simple presencia silenciosa. No quieras, por orgullo, llegar a lo más alto y permanece tranquilamente ahí donde Dios te ha puesto y donde puedas sentir su presencia. En estos tiempos es una pena que muchas personas con gran capacidad y vocación de interioridad, por querer llegar directamente al último peldaño de la unión mística.... ni siquiera alcancen el primero de paz interior. El silencio forzado será un silencio "vacuo", desprovisto de gracia, y que no tiene ningún sentido espiritual. Con frecuencia, incluso, se convierte en algo angustioso. Eso en vez de acercarte al Cielo, te deja a las puertas del Infierno. El silencio en sí mismo no es el objetivo, sino la presencia de Dios. La presencia de Dios viene acompañada de silencio, pero el silencio no siempre es acompañado por la presencia de Dios.
         La palabra caerá como una fruta madura cuando aparezca lo que ella invoca. Entonces reposa y descansa en ese Santo Silencio, en esa Santa Presencia. Cuando veas que ese perfume desaparece, cuando veas que vuelve la inquietud o la sequedad, entonces vuelve a la palabra hasta que el fuego se avive de nuevo. Una y mil veces.
         Por otra parte no debes forzar la oración verbal, la palabra, cuando veas que el silencio te ha tomado o esté llamando a tu puerta. En esos momentos, incluso la palabra que te elevaba puede convertirse en un estorbo y hacerte descender de esa «ligereza plena». No tengas miedo al silencio. La simple presencia, o el simple aliento son oración cuando están impregnados de Gracia.
         Si tienes la bendición de encontrar un maestro de oración aprende de él, será una gran suerte. Desgraciadamente en los tiempos que corren, esto es cada vez más difícil por no decir imposible. Esto no debe desanimarte, confía en la inspiración y en la ayuda del Espíritu Santo y haz el camino en soledad. Si no tienes ayuda en la tierra confía en la ayuda del Cielo. La ayuda para el espíritu llega a raudales a las pocas personas que, en este profanado mundo de hoy en día, optan por una orientación interior. Con el tiempo puede que encuentres a algunas pocas personas como tú. Os reconoceréis enseguida.
         Aunque estés en soledad, ponte en camino y ora en soledad. El mundo del espíritu ha estado desde siempre lleno de ermitaños y solitarios, y ahora, con el actual descalabro espiritual, sigue estándolo aunque permanezcan ocultos en las ciudades. Si lo puedes hacer en grupo o en familia hazlo así, pero sea cual sea la situación no dejes de meditar, orar y contemplar lo Sagrado.
         No puede un ser humano hacer acto más bello que la oración. Sumergirse en el acto orante es sumergirse en la belleza que encierra dicho acto... El abandono y la entrega al acto orante es la mayor belleza que puede acompañar nuestra vida; esa entrega... esa rendición ante lo que nos sobrepasa...
         Uno puede optar por cubrir su vida con un manto de belleza o permanecer en la sequedad, el desasosiego, la inquietud, la fealdad o en la amargura. En algún momento de tu vida tendrás que optar por lo uno o por lo otro, más allá de ideologías, argumentaciones y razonamientos de la mente pensante.
         Merece la pena apostar por lo primero y que tu paso por este mundo esté acompañado de la Luz, el Calor y la Belleza de lo Sagrado, convirtiéndote así en un foco de irradiación de esas cualidades para tu entorno.
         Si tu impulso y tu vocación son fuertes, esa opción se hará de una vez y para siempre. Pero lo más habitual es que esa opción sea un gesto que se renueva cada día o cada momento del día en una apuesta y una decisión constante.
         Hay momentos de "sequedad" interior; cuando la "noche oscura", el desánimo y la aspereza invaden cada célula. En esos momentos lo mejor es poner orden en la vida exterior y mantener un "mínimo" de oración. Pueden bastar tres minutos a la mañana y tres a la noche. Eso no cuesta ningún esfuerzo a pesar de que estemos en plena "noche oscura". Aunque te parezca poco, eso es mejor que nada. En esos momentos tienes que ser humilde y reconocerte en tu humanidad. No puedes en ese estado ponerte metas muy altas; se como un niño, Dios no te pide nada más allá de tus posibilidades actuales. Comprobarás como tan solo tres avemarías pueden obrar milagros...
 
ALGUNOS CONSEJOS PARA CUANDO SE HACE ORACIÓN EN GRUPO
         Si en algún momento tienes la bendición de encontrar otras personas que, como tú, también practican la oración contemplativa, puede ser positivo el reunirse para orar en común algún día de la semana o quizás en períodos más largos como un fin de semana.
         Cuando varias personas se reúnen es necesario un mínimo de estructuración para que la reunión pueda ser espiritualmente productiva y no termine por ser un desorden y una dispersión totalmente antiespiritual. Recuerda que la belleza y el orden son un reflejo y una cualidad de lo Absoluto.
         Al tomar cualquier decisión, hasta la más mínima, o hasta la que parezca sin ninguna importancia, no perdáis nunca de vista el objetivo de «estar en presencia de lo Sagrado». Comprobar si aquella decisión realmente es buena para favorecer la presencia de Dios o no.
         Hay que ser muy sincero y muy tajante en esto porque de ello depende la eficacia espiritual del grupo.
         Tanto en el caminar solitario como cuando se hace en pequeños grupos, es posible y puede ser incluso recomendable la practica del Oficio Divino o la simple salmodia del Salterio como fuente de gracia, de inspiración y, cuando se hace en grupo, como oración compartida. Esto se puede hacer al comienzo del periodo de práctica y sin que llegue a ser la parte predominante, de manera que la mayor parte del tiempo sea de oración interior.
         Los salmos se pueden recitar en grupo simplemente con el tono normal de lectura, pero todavía mejor es hacerlo con la entonación gregoriana que es muy sencilla de aprender y practicar, y que además crea una atmósfera mucho más contemplativa.
         En reuniones de varios días, y si esto fuera posible, se puede incluir la celebración de la Eucaristía. Hacerlo de la manera más austera. Hacerlo sin prisa. Que no se pierda el sabor interior orante durante la celebración.
         De utilizar cánticos, que sean gregorianos, evitando esa clase de músicas emocionales y dulzonas que se acostumbran hoy en día y que no favorecen para nada la elevación espiritual. No confundáis una subida emocional o sentimental, con la ascensión espiritual. Es mejor no emplear cantos antes que emplearlos mal. Si no conocéis la música gregoriana mejor hacerlo con la simple y austera palabra, y con abundantes momentos de silencio.... la mejor de las músicas.
         Al estar en grupo es mejor marcar unos periodos de oración que resulten adecuados para el grupo. Alguien se encargará de marcar el tiempo con un toque de campana y si se hace la salmodia, alguien se encargará de dirigirla mínimamente.
         Sobre todo nada de complicación y de dispersión. Lo más simple es lo más eficaz. Si a la simple oración se añaden algunos elementos es con el fin de facilitar la presencia del Espíritu, la inspiración, o el funcionamiento grupal, pero no es para nada obligatorio. Si no es necesario añadir nada, tanto mejor; y si se hace, que sea para mejorar la calidad de transparencia interior no para difuminarlo todo con decoraciones o emocionalidades.
         El lema de un grupo contemplativo orante debe de ser el tradicional monástico de «Soledad compartida».
 

Contemplación


La contemplación es el estado espiritual que aparece en el ser humano cuando practica el silencio mental.

El silencio mental

El silencio mental se consigue con el desapego de pensamientos y sensaciones. Se puede trabajar para que aparezca mediante la meditación o la oración en silencio. El desapego por lo material surgirá como resultado de la práctica.

La práctica

La práctica se puede acompañar de lecturas que inspiren a la persona a continuar en el silencio interno y lo ilustren de cómo otros lograron que ese estado espiritual sucediera. Aparece, ya que no lo podemos provocar voluntariamente, sino sólo meditando en silencio sin buscarlo.
La contemplación ha sido practicada desde tiempos inmemoriales por la humanidad.

En las diferentes culturas

Formas de contemplación diversas las podemos encontrar en diferentes culturas y épocas de la humanidad, desde los chamanes o brujos de las tribus, hasta los tiempos actuales como los sufíes, los monjes tibetanos, los maestros zen, los gurus de la India, etc. Para que aparezca la contemplación, primero debemos de ver en nuestra mente que no puede tener interferencias de tipo, pensamiento, imaginación, etc. Luego simplemente contemplar, la maravilla de la contemplación surge, aparece en la propia contemplación sin dar nombre a lo contemplado. Contemplar no tiene nada que lo rodea, nada que lo envuelve, es la magia de la propia contemplación sin ser magia. Como contemplación no necesita nada mas.

Contemplación cristiana

Se trata de hacerse consciente de las realidades sobrenaturales, centrando la mente en Dios.
Los primeros grados para alcanzar la contemplación se basan en la ascesis, en que se domina el cuerpo para iluminar el alma, haciéndola más sensible a la Presencia Divina. El último grado de contemplación se podría definir como experiencia mística, aunque para llegar a este estado no es necesario experimentar éxtasis o levitaciones, pero puede ir acompañado de estos fenómenos (ver Místicos españoles).
El iniciado debe ir evolucionando en su capacidad de contemplación a medida que se va haciendo más sensible al Amor transmitido por Dios. La intimidad con Jesucristo hace posible la unión con el Padre, haciéndonos Uno con Él, a través de la asistencia del Espíritu Santo. Mediante esta unión nos vinculamos a todo el Cosmos creado.
Los principales maestros contemplativos de la Iglesia se encuentran en las órdenes contemplativas, especializadas en la oración. Para llegar a este estado mental y espiritual se pueden usar diferentes tipos de oración, generalmente la meditación. Para practicar la contemplación no es necesario ser clérigo o religioso, basta con tener fe y fuerza de voluntad.
Existe una oración contemplativa por excelencia, el Oficio divino; en el cual se meditan salmos y lecturas del Nuevo Testamento y se dirigen preces o peticiones a Dios. Siendo muy útil para disipar de la mente los pensamientos vanales, haciendo del Creador el centro del pensamiento.
Una lectura recomendada acerca de la contemplación cristiana es La nube del no-saber, un libro anónimo inglés del siglo XIV.

Véase también

Enlaces externos

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