jueves, 9 de agosto de 2012

Un eremita en Capriasca

Entrevista al Padre Gabriel Bunge 

Giacomo Baruffali

P. Gabriel Bunge

Nosotros, queridos jóvenes, estamos habituados a vivir en una sociedad de masas. Esto significa que estamos siempre inmersos entre la gente. Es difícil concebir nuestra existencia fuera de este esquema. Si bien, hay algunas personas que logran vivir muy bien fuera de este modo de vida. La persona que mejor representa esta categoría de gente es sin duda el eremita. En esta edición, he pensado hablarles de uno de ellos... Obviamente para estar mejor informado sobre el tema de los eremitas me fue necesario encontrarme con uno y escuchar de él las razones de su elección. Encontrar a un eremita ha sido para mí fácil porque en un país no lejano del mío, se encuentran nada menos que dos, el padre Gabriel y el padre Rafael. Y me he dicho: “al menos he encontrado al eremita para entrevistar” pero, permanecía, sin embargo, con un cierto temor: “¿qué decir? ¿qué preguntas le haré?” En definitiva, pensaba que él sería una persona distinta a nosotros. Pero apenas conocí al padre Gabriel, él me ha hecho rápidamente cambiar de idea. Él mismo me ha dicho: “¡Soy un hombre como todos los otros!”
Entonces mi temor rápidamente desapareció y se despertó en mí una gran curiosidad. Conocía muy poco de la vida de un eremita. Cuando pensaba sobre ellos se me venía a la mente una persona vestida de negro y que vivía, quien sabe cómo, en un lugar apartado de todos. Para mí lo más importante era entender el por qué de semejante elección tan extraña para nosotros. Antes que nada, el padre Gabriel me explicó:
“No es pues una elección tan extraña o anormal. En la larga historia de la Iglesia han habido siempre eremitas, basta pensar en los primeros precursores como Elías, Juan el Bautista y San Antonio abad. También aquí en Tesino, la presencia de los eremitas ha estado siempre: los éramos de San Bernardo y el de San Zeno y el del bienaventurado de Riva, san Vitale, son un claro ejemplo”.
Pero, le pregunto: “¿es necesario retirarse y vivir lejos de la gente?”
Él me responde: “el nombre mismo del eremita, que proviene del término griego éremos (= desierto) significa aquel que vive en el desierto. La elección de vivir aislados está dada por el hecho de que se busca encontrar la paz. El objetivo de nuestra vida de monjes, de personas que viven aisladas, está explicado muy bien en una frase de uno de nuestros padres precursores, Macario el grande, quien dijo: “el monje es aquel que noche y día conversa con Dios y piensa sólo en las cosas de él, justamente por no tener posesiones en la tierra”. Nosotros, los monjes, seguimos la figura de Antonio abad. No vivimos en medio de la gente y nos esforzamos en pensar en las cosas de Dios, pero no estamos desconectados de todo. Nuestra elección de vivir aislados no quiere decir que nos retiremos a las periferias de la Iglesia sino que, por el contrario, estamos en su corazón. Nosotros, no huimos de las personas, sino que tenemos siempre por ellas un gran amor y una gran caridad cristiana. Nosotros, no olvidamos a la gente, sino que tomamos distancia de la sociedad moderna que no nos permite permanecer solos con nosotros mismos. La existencia del monje es por tanto lo opuesto a la de las personas que viven en la sociedad.”
“Un Padre de la Iglesia decía que sólo encerrándose en la propia habitación se puede encontrar completamente con uno mismo y, por consecuencia, se puede encontrar uno con Dios. ¿Cómo puede hablar con Dios un hombre que no está en paz consigo mismo?”
“Nosotros aquí seguimos la regla de San Benito que nos exhorta a orar y a trabajar (Ora et labora). De esto resulta que mi jornada está dividida en dos momentos bien distintos: uno dedicado a la oración y otro dedicado al trabajo. Tengo siete momentos de oración al día, dos largos, a la mañana y a la tarde, y cinco más breves durante la jornada. El trabajo consiste, en cambio, en trabajar en el huerto, cortar leña, traducir libros, etc. Otro trabajo importante que desarrollo es el de encontrarme con las personas que me vienen a buscar. ¿Ves cómo no estoy ni espiritualmente, ni incluso, a veces, físicamente lejos de las personas? Yo no me olvido jamás de la gente, sólo tomo distancia de ellas”
He pues descubierto que el eremita no tiene tiempo para aburrirse: su jornada está siempre llena de actividad. Luego mis preguntas fueron acerca del padre Rafael, el eremita tesinese. Con respecto a él el padre Gabriel me dijo:
“Es necesario aprender a ser eremita. Rafael está aquí desde hace siete años bajo mi guía. Los jóvenes tienen siempre, en todas las dimensiones, necesidad de alguien que les ayude en su crecimiento espiritual. Si tú ves a un joven subir por sí solo al cielo, tíralo hacia abajo por los pies, decía un viejo Padre de la Iglesia. Es necesario evitar el riesgo de hacer una religión a nuestra medida y por esto es necesario dejarse someter por un guía.”
El Padre Gabriel no baja casi nunca a la ciudad, sólo cuando debe hacer algún trámite importante y esto se da en muy pocas ocasiones.
“Mi intención es la de permanecer siempre aquí -me dijo- si bien un eremita no debe apegarse a las cosas terrenas. Por lo cual, debo estar siempre dispuesto a dejar mi éramo en cualquier momento. Sobre todo si este comienza a encontrarse muy cerca de la civilización.”
Ciertamente, se puede entender que sería triste para él dejar aquel oasis de paz. Incluso con respecto a la infraestructura el éramo es muy bonito. Están las pequeñas cabañas de los dos monjes, una capilla y otra cabaña en reconstrucción. Todo el lugar ha sido hecho de nuevo recientemente.
Después de este encuentro me parece tener un panorama bastante claro de lo que quiere decir ser un eremita. Sólo un pequeño detalle me queda oscuro y sobre esto me dejo iluminar por las explicaciones del padre Gabriel. Me interesa saber qué hacía antes de retirarse al éramo:
“Estudié filosofía por dos años y luego, a los 22 años, entré en un convento benedictino. En este período realicé los cursos de teología en la universidad. Permanecí en el convento por dieciocho años y desde hace doce años vivo aquí…”
Conocer al padre Gabriel ha sido para mí un bellísimo descubrimiento. Antes de saludarme, él me dijo una última cosa: “no tengas temor de escribir cosas demasiados difíciles en tu artículo. Los jóvenes, incluso si no lo llegaran a entender todo, recibirán una primera información sobre la vida de un eremita.”
En ese momento dejé su bello éramo y volví a mi casa, lleno de energía y de entusiasmo, para escribir mi artículo. Concluyendo, agradezco al padre Gabriel por su gentil disponibilidad y le deseo que pueda gozar por siempre de la paz que ha encontrado en aquel delicioso lugar sobre el Roveredo. 
 
 

Regla para eremitas

Para los que vivimos en cualquier parte.
En el mundo o fuera de él
más allá de todo mundo
y en cualquier tiempo
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LECTOR:
Tienes la oportunidad de dejar este mundo y de seguir al Señor. No dudes un instante. No permanezcas observando lo que queda atrás, en el camino, ni sueñes con tu fantasía, gestando fantasmas en un futuro que no es y que, seguramente, nunca será.
Deja. Aventúrate, en cambio, por las sendas de la Eternidad, que ya están a tu disposición. No sólo no están lejos sino que en este mismo instante se abren para ti.
Tal vez pensabas que alcanzarías una vida mejor mudando de lugar o escapándotedel tiempo. Nada de eso. Aquí hallarás una pequeña senda para horadar el instante y el lugar en que te encuentras y pasar del otro lado. Más allá.
No te turbe tu pasado. No te angustie el mañana. Simplemente estás aquí y ahora con el Señor. Es Él quien te llama.
Y no quieras saber otra cosa. No te pierdas en vericuetos ni te distraigas en tu propio laberinto. No te justifiques buscando razones para escapar de la senda del Señor. Que no te deslumbren los espejismos de un mundo que perece.
Aquí intentamos no caer en el precipicio de la muerte. Aquí pedimos al Señor la Salvación… No pretendemos dar lecciones sino aprender a abrir las puertas de par en par al Salvador.
Abre estas páginas y reconoce, en ellas, una insinuación. Una suerte de invitación a subir mucho más alto. Solo son un punto de partida.
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PRIMERA PARTE

Conducta y actitudes en la jornada
1. Al comenzar el día, ármese, el lector, con la señal de la Cruz y conságrelo, todo entero, en un breve acto al Señor.
2. Renuncie explícitamente, con una cortísima invocación, a cualquier vanidad o distracción durante la jornada. Haga el propósito, sinceramente, de no apartarse del Señor. Recuerde el aforismo de San Juan de la Cruz que nos enseña que sólo Dios es digno del pensamiento del hombre.
3. Pida, en fin, con plegarias e invocaciones, la gracia de la contemplación y de su perseverancia.
4. Sepa que el diablo lo tentará con muchisimas distracciones u ocupaciones disfrazadas de la razón de bien. Rechace, con vigor, estos engaños y no viva volcadohacia afuera sino recogido y advertido. Pida al Señor el don del discernimiento y busque la paz. Su principal ascesis sea el silencio.
5. No por mucho empeñarse logrará mejores resultados. Combata la ansiedad que lo oprime y permanezca quieto, atento al silencio interior. El Señor no quiere esos sus trabajos y sus cosas sino a toda su persona. No pierda el tiempo.
6. El mundo, en el que le toca peregrinar, se asemeja al caos. La mayoría de los hombres, en los centros urbanos, vive en desorden y desarmonía. No tema, ni se deje atrapar por ningún lazo. Sobre todo, no preste atención a lo efímero.
7. La mano izquierda no ha de saber lo que hace la derecha. Transcurra la jornada en olvido de sí.
8. Recuerde que lo más grande siempre resulta incómodo. Con la ayuda de Dios vencerá cualquier asedio. El Verbo de Dios, en la estrechez e incomprensión de este mundo, en su humillación y obediencia, no pierde grandeza sino que es exaltado.
9. No se apresure. Deténgase y sosiéguese. No haga una cosa después de otra con precipitación. Anímese a dejar que se vaya su medio de locomoción. No corra detrás de nada. Vuélvase a cerrar delicadamente las puertas cuando pasa a través de ellas y, como aprenden los Cartujos en su Noviciado, no las cierre de un golpe sino articulando su mecanismo. Entre paso y paso descubrirá el silencio.
10. Interrumpa, con frecuencia, sus movimientos. Respire hondo e invoque al Señor antes y después de cada paso. Sosiéguese. No se apresure ni en hablar ni en responder.
11. No se apresure por hacer esto o aquello. Con antelación a cualquier trabajo o empeño diga una jaculatoria. Desconfíe de sus propias urgencias.
12. Sea firme en sus convicciones, pero siempre dispuesto y pronto para abrazar la verdad.
13. Trabaje en silencio, sin decir lo que hace. No busque reconocimiento ni aplauso. Acepte lo que la misma Providencia le depara en todo lo que se refiere a sus acciones.
14. Sepa, en todo lo que emprende, que su Patria verdadera es el Cielo y que ahora se halla en el misterio del exilio. Pero no olvide que encontrará ya el cielo en su alma. Su mismo espíritu le anticipa la eternidad.
15. No establezca ni se ate con un horario rígido. Adhiera a un orden armónico que pueda, fácilmente, adaptar. Busque también la belleza en la sucesión de las horas.
16. Intente integrar las sorpresas, esto es: lo imprevisto. No desvanezca ante ello. La vida contemporánea abunda en lo que no se aguarda. En ocasiones se trata de las trampas del diablo para que pierda el equilibrio en su camino. No preste atención ni se angustie, que todo pasa. Continúe como si nada ocurriera, morando en el silencio de su propio interior. Cultive la paz.
17. Aprenda a vivir en algunos minutos o, quizá, en algunas horas, lo que otros viven a lo largo de todo su tiempo. Así la soledad, el retiro, el recogimiento… Seamonje de un sólo día. Aproveche los momentos y las auroras. Descubra en las horas y en los paisajes, en la música y en toda manifestación de la belleza, la hondura de su verdadera soledad interior.
18. Se ha dicho que el verdadero hombre es el del verdadero día, del eterno día. Es capaz de vivir toda la vida en un solo día. Quizá porque todas sus jornadas son las de siempre. Oriéntese, pues el lector y peregrino, hacia el último día. Cada instante le entregará la Eternidad.
19. Aprenderá a prolongar los instantes privilegiados, cuando el tiempo es atravesado verticalmente. Así la Santa Misa, como toda celebración de la Liturgia en la que haya participado. Y aún aquéllas que le son lejanas, en el tiempo y en el espacio. Únase, por dentro, a la vida que no ve y que, sin embargo, requiere de su plegaria y de su vigilia.
20. Lo mismo en los instantes de silencio y de recogimiento. Especialmente descubra el misterio religioso de la noche y haga de esas horas su propio desierto.
21. Tenga en cuenta que velar en la noche puede ser mayor que esconderse en el fondo del desierto. La soledad –decía André Louf– era un porción del mundo que servia al ermitaño para situarse en el universo. La porción que ahora le pertenece es: tiempo. Vigile y vele, según sus posibilidades, y proyecte su vigilia en todas las horas.
22. Tenga presente lo que enseñaba San Isaac el Sirio: si un monje, por razones de salud, no pudiese ayunar, su espíritu podría, por las solas vigilias, obtener la pureza de corazón y aprender a conocer en plenitud la fuerza del Espíritu Santo. Pues sólo quien persevera en las vigilias puede comprender la gloria y la fuerza que se esconden en la vida monástica.
23. Permanezca en vigilia por medio de la oraciones breves. Practique la Lectura espiritual y, a ser posible, rece, diariamente, todas las horas del Oficio Divino.

SEGUNDA PARTE

Elementos generales

El lector ha de tener en cuenta su posición con respecto al mundo, una vez que lo ha dejado todo por Dios. La formulación exacta es la siguiente: se ha dejado a sí mismo y ha acudido al llamado del Señor que es su vida. Antes que cualquier decisión posterior se ha postrado para adorar. Con ello reconoce el primado de la contemplación.
Ahora, con abandono, siga su camino y observe:
24. No afincarse en época ni en lugar alguno. Renunciar decididamente a cualquier forma de poder aún cuando aparezca conveniente o con el pretexto de contribuir a formas apostólicas. Despojarse de cualquier medio y presentarse en el Nombre y la Palabra de Dios. No apelar a ninguna alianza ni servirse de ella.
25. No habitar espiritualmente ningún lugar transitorio. Los cristianos habitan el mundo pero no son del mundo… los cristianos viven de paso en moradas corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos (Ep Diogn. VI.3 y 8), Habitan sus propias patrias como forasteros… Toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria, tierra extraña (Ibid. V.5). Ser, por tanto, peregrino en el desierto de este mundo.
26. Abandonarlo todo en el Señor. Abandonar todo es consecuencia de la metanoia. Lo que caracteriza el desierto interior es el total abandono en el Señor. La apatheia cristiana – ha dicho Hans Urs von Balthasar - es lo contrario de una técnica hecha para protegerse del sufrimiento, es el puro abandono al amor eterno, más allá del placer y del dolor. Dejar de lado previsiones e inquietudes. Péguy decía que no es mayor pecado la inquietud que la pereza.
27. La renuncia a cualquier poder de este mundo, comporta armarse de las propias fatigas. La misma palabra koposutilizada por San Juan (Jn. 4,38) y por San Pablo (I Cor. 3,8) para designar las fatigas del apostolado es empleada en los Apotegmas de los Padres para expresar los trabajos del monje.
28. Dejar cualquier compromiso con el poder de este mundo implica, desde luego, disponerse a la contemplación y a la única obra de Dios.
29. El peregrino no ha de temer la lucha sino confiar en la Gracia del Señor con humildad y con paciencia. Tenga presente el siguiente texto de Diadoco: La impasibilidad no consiste en no ser atacado por los demonios, pues entonces deberíamos, como lo dice el Apóstol, irnos de este mundo (I Cor. 5,10), sino en permanecer inexpugnables cuando nos atacan (XCVIII-160).
30. Practique el silencio interior según el siguiente Apotegma: El Abad Isaac estaba sentado un día junto al Abad Poimén; se oyó, entonces, el canto de un gallo. Aquél dijo: ¿es posible oír esto aquí, Abad? El otro respondí: ¿Isaac, por qué me fuerzas a hablar? Tú y los que se te asemejan escucháis esos sonidos, pero el hombre vigilante no se preocupa por ello (Poimén 107 – Sentencias 245).
31. Convertirse en discípulo que sabe escuchar y discernir. En muchas ocasiones los sonidos manifiestan el silencio. En efecto, lo importante no es lo que llega sino cómo lo recibimos.
32. Permanecer débil y vulnerable, sin fuerzas, sin alianzas comprometedoras, sin tratados ni defensas. En lugar de espiritualidades, dar lugar al Espíritu.
33. Tenga el corazón fijo en Dios y cuando padezca la adversidad o sufra algún despojo, o lo que sea, no se compadezca a sí mismo ni se observe, no guarde en la memoria ni recuerde. Pase por encima de las miserias de este mundo, respetando y aceptando el nivel de cada cosa.

TERCERA PARTE

El Recogimiento

34. El recogimiento es lo esencial de esta Regla. Se entiende por recogimiento la unificación interior de la persona en la Presencia de Dios.
35. Aún cuando no pudiera, por motivo válido, ser observado uno u otro de los artículos de esta Regla, bastará esta tercera parte para cumplir con ella.
36. Vivir de la Presencia de Dios en todo tiempo y lugar y someterle todo.
37. Estos artículos no se refieren, desde luego, a cuanto compete al cristiano en su condición de tal. Presuponen el llamado a la santidad y a la unión con Dios. En cambio apuntan al recogimiento habitual de los que perciben una especial vocación a la contemplación y a la intimidad con el Señor.
38. La Contemplación consiste en atender y adherir a la Presencia de Dios en el fondo, raíz y centro de nuestro ser. Teniendo en cuenta que ésta es una gracia, viva de ella y pídala constantemente. Recuerde que el contemplativo no conoce más o menos que otros, sino que –como decía un cartujo– es capaz de extasiarse donde los demás pasan con indiferencia.
39. La Contemplación no es un camino de conocimiento sino un llamado a una experiencia que trasciende todo camino o proyecto.
40. Disponga de un tiempo infinito para Dios. Practique, asiduamente, la Lectura espiritual.
41. Si, alguna vez, se hallara en un ambiente adverso y descubriera que los más cercanos son los más distantes, convierta todo ello en escuela de Caridad y aprenda a trascender, por lo alto o por lo bajo, las imposiciones de cualquier lugar.
42. No deje de combatir. Sea fiel y constante. Huya de los laberintos. La lucha es siempre saludable. Sea perseverante en las pruebas.
43. Silencio y recogimiento. Solo Dios basta. En un corazón puro no existen más disonancias ni distancias con Dios. Está abierto al Misterio y se halla en conformidad con la Voluntad del Padre. El auténtico silencio es propio de un corazón puro, semejante y unido al Corazón de Dios. Podrá, pues, vivir en un silencio completo cuando descanse sin reparos, como un niño, en el mismo Señor.
44. El silencio consiste, sobre todo, en callar para oír algo siempre más grande. Deje sus análisis y el alud de sus deducciones. Permita que el silencio se manifieste en su interior. Puede estar muy empeñado en todo tipo de actividades y, al mismo tiempo, gozar del silencio, que es patrimonio del alma y expresión de Dios.
45. No cometa agresiones ni abuse de cuanto pasa. Respete y no se apresure a responder o a intervenir en lo que sea. Mira con benevolencia. Todo está a su favor.
46. Libérese de todo lo que no lo atañe. No dependa de personas o de situaciones. Calle las voces que lo lleven a analizar en exceso. Busque su refugio y su auxilio en sólo Dios. Nunca será defraudado.
47. Corazón puro. Unificado en el Señor. Va a Dios por Dios. Dios mismo es su vida. Que la invocación del Nombre de Jesús le recuerde, constantemente, la Presencia del mismo Señor y su unidad interior e intima en Él.
48. Encuentre el misterio del desierto en su proprio interior y en cuanto eventualmente lo circunda.
49. Toda desolaciónprueba podrá conducirlo, si así lo quiere, al Misterio de Cristo.
50. Es propio del solitario estar con el Señor en su Agonía. Ofrezca y consagre las horas y el sufrimiento consciente de su fecundidad.

 

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