jueves, 10 de enero de 2013

Agonía y Muerte de Nuestro Señor


Para muchos de nosotros hoy viernes santo, es un día más como otro viernes cualquiera, el último día de la semana laboral, un día en el que ya se está planeando el juntarse con los amigos para el fin de semana de diversión. En diferentes países del mundo, ésta semana santa es para salir a los diferentes sitios turísticos y divertirse. Los salones de clase a todos los niveles escolares suspenden sus estudios pero no como observancia del significado que tiene la semana santa. Si visitamos las playas y lugares turísticos como Miami Beach en la Florida (Estados Unidos) o Cancún y Acapulco en México, por mencionar algunos, veremos a la juventud gozando, y la mayoría de las veces abusando del alcohol, el sexo desenfrenado y la libertad de conciencia en esta semana mayor, en la que Jesucristo nos invita a vivir los momentos más dolorosos de su vida en este mundo. Donde nos exhorta a que no lo abandonemos y caminemos junto a El, en ese camino doloroso hacia el Gólgota.
Antes de crucificar a una persona acostumbraban los soldados romanos a exponerlo a toda clase de torturas, siendo la flagelación la más cruel de todas. Ataban al reo a una columna muy baja para que su cuerpo quedara totalmente encorvado y así tuvieran más efecto los latigazos que recibía al azotarlo sin ninguna compasión. Los azotes eran tiras de cuero que llevaban en el extremo pedacitos de hueso, de marfil o de plomo. Las llamaban “flagelos”. Muchos morían mientras recibían los azotes, otros perdían el conocimiento y eran muy pocos los que permanecían conscientes después de haber recibido la flagelación.

¿Cuántos azotes le dieron a Nuestro Señor? No lo sabemos. Pero una sola cosa es cierta: la flagelación fue muy cruel y que juzgar por el odio que tenían los soldados romanos hacia los judíos.  Muchas veces la muerte del paciente ponía fin a la flagelación y a veces después de los azotes, quedaban a descubierto las entrañas. Entre los romanos la flagelación podía remplazar la pena de muerte. El flagelado, después de la flagelación, era considerado como un hombre sin nada de humano, desfigurado puesto que los azotes no solo eran recibidos en la espalda, sino que también en el rostro, estomago y costillas. La flagelación se hacía en un lugar público. Dicen los evangelistas que después de que Jesús fue azotado lo entraron al palacio. Señal que fue azotado afuera, antes la multitud que gritaba con odio y rencor, ¡crucifícalo!
Dice la Palabra de Dios en Mateo 27,31 “Y lo llevaron a crucificar”. Después de haber recibido la más cruel y sanguinaria tortura, es obligado a cargar el madero que sería el instrumento de su muerte. El autor judío Klausner dice: “La crucifixión es la muerte más terrible y cruel imaginada por los hombres para vengarse de su próximo”. Y Cicerón quien vivió antes de Cristo exclamaba, “La crucifixión es la tortura más cruel y horrible”. Tácito, que vivió también por aquellos tiempos, decía que la crucifixión solo se le debía dar a los esclavos más miserables. Por eso San Pablo dice a los Filipenses que la máxima Humillación de Jesús fue haberse humillado hasta morir en la cruz”     (Filp. 2). Klausner nos da otro dato acerca de cómo era crucificado un hombre: “Cuando lo fijaban en la cruz estaba convertido ya en una masa sangrante, debido a los azotes. Allí permanecía horas y horas para morir de hambre y sed, de asfixia y deshidratación, y atormentado por el calor del sol, incapaz de defenderse siquiera de la tortura de las moscas numerosas que se posaban sobre sus heridas sangrantes”.

La costumbre era que el condenado a muerte llevara el travesaño de la cruz. El palo vertical ya estaba clavado en el suelo la mayoría de las veces. No sabemos si Jesús tuvo que llevar toda la cruz o solamente el travesaño superior. Después de tantos sufrimientos de la noche anterior, de toda la madrugada y de toda la mañana, Jesús estaba sin fuerzas, agotado por falta de alimento, por las emociones, la flagelación y los malos tratos. Es por eso que su cuerpo sucumbió 3 veces ante todo esto y ante el peso de la cruz. Humanamente hablando, pudo ya no haberse levantado pero el amor por todos nosotros y por su misión encomendada por el Padre le dio la fuerza para levantarse y llegar a su destino. Los romanos, temerosos de que Jesús no llegara al Gólgota, obligaron a un hombre de Cirene a que le ayudara a cargar la cruz. Lo hermoso de este acto de solidaridad es que nosotros podemos hacer cada día el oficio del Cirineo y con los mismos méritos: cada vez que ayudamos a un próximo a llevar la cruz de sus penas y amarguras, estamos ayudando al mismo Cristo, porque el mismo prometió, “Todo lo que hacéis a los demás, aunque sea al más humilde, a mí me lo hacéis” (Mt.25,40).
“Dios  mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?(Mt 27,46). No es una queja sino una oración. Jesús estaba repitiendo el salmo 21 que es la descripción más conmovedora de su Pasión. Como buen israelita sabía los salmos de memoria y los iba recitando en los momentos más oportunos. Los crucificados duraban horas y hasta días agonizando en la cruz. A los otros dos compañeros de Jesús tuvieron que romperles los brazos y piernas a garrotazos para que se murieran. En cambio Jesús murió a las tres horas de estar crucificado. ¿Por qué tan pronto?

Un grupo de científicos ingleses ha dicho lo siguiente: El Evangelio de San Juan dice que al atravesarlo con el lanzazo, el corazón de Cristo manó sangre y agua (Jn 19,34).  ¿Por qué sangre y agua si en el corazón nunca están mezcladas la sangre y el agua? Lo que pudo suceder es lo siguiente: que poco antes de la lanzada se había producido una rotura del corazón a causa de las inmensas penas morales que estaba sufriendo. Así que Jesús murió con el corazón destrozado, en el sentido verdadero. Al rompérsele el corazón se produjo una hemorragia interna en el pericardio y los glóbulos rojos se posaron debajo, mientras que el humor acuoso permaneció encima, de manera que cuando el pericardio se abrió por la lanzada, salieron separados, los glóbulos rojos y el elemento acuoso de la sangre. Sangre y agua. (Riccioti).

La crucifixión de Jesús es como un río de sangre que se desborda e inunda de bendiciones para el mundo entero. La Cruz de Jesús es nuestra Arca de la Alianza. Los Israelitas llevaban al hombro el Arca de la Alianza para poder entrar en la Tierra Prometida. Jesús va delante de nosotros cargando la Cruz para abrirnos la entrada a la Tierra Prometida de la eternidad feliz.

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