sábado, 12 de enero de 2013

Apología del Concilio Vaticano II



Introducción
A pesar de ser un concilio ecuménico, no es poco frecuente escuchar de la boca de personas que profesan la fe católica (o dicen hacerlo) desatinados ataques a este sacrosanto concilio.

“¡Fue manipulado por Satanás! ¡Es el culpable de todos los males de la Iglesia! ¡Ha causado el éxodo masivo de católicos al protestantismo! ¡La reforma litúrgica ha protestantizado la misa!” son algunos de las mas desatinadas objeciones que he escuchado. Otros simplemente se escandalizan porque hay quienes quieren mantener vivo el espíritu del concilio.

Sin embargo, es la misma enseñanza de la Iglesia y del Papa Benedicto XVI la que me exhorta a mantener vivo el espíritu del Vaticano II. No en balde el papa Benedicto XVI nos exhortó arezar junto con él para que la Virgen María ayude a todos los creyentes en Cristo a tener siempre vivo el espíritu del Concilio Vaticano II, para contribuir a instaurar en el mundo aquella fraternidad universal que responde a la voluntad de Dios sobre el hombre, creado a imagen de Dios” (Y por eso no vamos a pensar que el Santo Padre estaba “poseso”)

¿Cómo entender esta apología? 

Para que esta apología le pueda a algún lector servir de algo, es necesario a que esté dispuesto a ser dócil a la enseñanza de la Iglesia. Los comentarios que aquí haré no son para un lefebvrista, que se niega a someterse a la autoridad de la cátedra de Pedro, pero si para aquellos que, afirmando ser católicos, y dóciles al sumo pontífice, se deshacen en ataques contra su persona y contra un concilio ecuménico. Sirva como un llamado a la reflexión y vean realmente si su postura está de acuerdo a la enseñanza del Magisterio de la Iglesia.

¿Qué es el Concilio Vaticano II? 
Concilio Vaticano II

El Concilio Vaticano II es un concilio ecuménico convocado y presidido por el Papa Juan XXIII y posteriormente por el Papa Pablo VI a la muerte de su predecesor. Celebrado desde 1962 hasta 1965 es con toda propiedad el concilio mas grande en cuanto a participación (asistieron unos 2.540 padres conciliares, mientras que en Calcedonia 200 y en Trento 950) y en cuanto a catolicidad pues es la primera vez que participan obispos en modo sustancial no europeos (sobre todo africanos y asiáticos).

El Concilio constó de cuatro sesiones las cuales tras un largo y duro trabajo, se redactaron 16 documentos, que pueden consultar aquí:

Documentos del Concilio Vaticano II

Puede también leer una introducción más extensa al concilio Vaticano II aquí:

Introducción al Concilio Vaticano II

¿Es solo un Concilio pastoral?
Concilio Vaticano II

Los detractores del Vaticano II suelen alegar que como el Concilio Vaticano II es un concilio pastoral no es infalible, por tanto sus textos pueden tener errores y deben ser revisados. Para ellos el concilio es un acto del Magisterio auténtico pero no infalible. 
Ante todo hay que comenzar a aclarar que todo Concilio Ecuménico es infalible tal como afirma el teólogo Marín Solá: «Está revelado que “todo Concilio ecuménico es infalible”, o lo que es lo mismo, está revelado que “todo Concilio es infalible si es ecuménico”.» (La Evolución Homogénea del Dogma Católica, Marín Sola, ed. BAC, Madrid 1963, p. 435). Curiosa a este respecto es la posición del presbitero Basilio Méramo quien en base a esto opta por rechazar como ecuménico al Concilio Vaticano II.
Sin embargo es oportuno matizar que efectivamente el Concilio Vaticano II al no pretender definir ninguna doctrina es, en cuanto al contenido, Magisterio ordinario. Que puede ser infalible, cuando enseña una doctrina como definitiva, pero no toda la enseñanza del Concilio Vaticano II pretende ser definitiva. Pero un católico no está obligado solamente a aceptar la enseñanza infalible, sino también a aceptar el Magisterio auténtico de la Iglesia, aun en el caso de que no sea infalible. La Tradición es un proceso vivo donde La Iglesia es la mejor intérprete de sí misma y un Concilio es una interpretación-actualización de la Tradición.

Así, no tuvo el Concilio Vaticano II que definir ninguna doctrina para interpretar-actualizar la Tradición bajo el contexto actual, que es precisamente lo que aclara el Papa en su carta a los obispos de la curia romana, sosteniendo que no hubo ruptura entre el Vaticano II y la Tradición de la Iglesia.  Los pontífices también han reafirmado en más de una ocasión la autoridad e importancia del Concilio Vaticano II. Lo hizo Juan Pablo II en su discurso al congreso, celebrado en el Vaticano en marzo en el año 2000, lo mismo que Benedicto XVI cuando reafirmó la actualidad del concilio, ambos padres conciliares del mismo.

A este respecto recomiendo también leer:

Mensaje del Cardenal Angelo Sodano enviado en nombre del Santo Padre al presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa

El Concilio, Eje del Magisterio de Benedicto XVI, según el Cardenal Bertone

Juan Pablo II vivió y acogió Concilio Vaticano II, afirma Benedicto XVI.
El cardenal Ratzinger, a diez años de la clausura del Concilio, en 1975 dijo:Hay que dejar bien claro, ante todo, que el Vaticano II se apoya en la misma autoridad que el Vaticano I y que el concilio Tridentino: es decir, el Papa y el colegio de los obispos en comunión con él. En cuanto a los contenidos, es preciso recordar que el Vaticano II se sitúa en rigurosa continuidad con los dos concilios anteriores y recoge literalmente su doctrina en puntos decisivos” 
Informe sobre la fe, capítulo 2, por Cardenal Joseph Ratzinger

Nota: Puede descargar el libro completo aquí:

Informe sobre la fe, Card. Joseph Ratzinger

Tomando en cuenta esto, todo aquel católico, o "católico" que persista en rechazar la enseñanza de este Concilio Ecuménico estará pretendiendo ser más “papista que el Papa”, o para ser más preciso,“mas papista que varios Papas y 2.540 padres conciliares”.

¿Se opone el Concilio Vaticano II a la enseñanza de la Tradición en los Concilios Ecuménicos anteriores?
Concilio Vaticano II

Muchos han tratado de ver el Concilio como una ruptura con el pasado y la Tradición de la Iglesia, y por tanto hacen parecer que su oposición esta cimentada en los concilios anteriores en contra del Vaticano II, pero esta posición es también un error.

Así como su santidad el Papa Benedicto XVI veía una continuidad entre el concilio Vaticano II y los concilios anteriores, también deduce de esto dos consecuencias: “Primera: es imposible para un católico tomar posiciones a favor del Vaticano II y en contra de Trento o del Vaticano I. Quien acepta el Vaticano II, en la expresión clara de su letra y en la clara intencionalidad de su espíritu, afirma al mismo tiempo la ininterrumpida tradición de la Iglesia, en particular los dos concilios precedentes. Valga esto para el así llamado “progresismo” , al menos en sus formas extremas. Segunda: del mismo modo, es imposible decidirse a favor de Trento y del Vaticano I y en contra del Vaticano II. Quien niega el Vaticano II, niega la autoridad que sostiene a los otros dos concilios y los arranca así de su fundamento. Valga esto para el así llamado “tradicionalismo” , también éste en sus formas extremas. Ante el Vaticano II, toda opción partidista destruye un todo, la historia misma de la Iglesia, que sólo puede existir como unidad indivisible” (Informe sobre la fe, capítulo 2, por Cardenal Joseph Ratzinger)

Monseñor Agostino Marchetto, secretario del Consejo Pontificio para la pastoral de los migrantes, en su libro “Il Concilio Vaticano II: contrappunto alla sua storia” (“El Concilio Vaticano II: contrapunto a su historia”) hace un análisis crítico de la historiografía del Concilio Vaticano II, donde se rechaza la visión malentendida del concilio como un evento que rompió la continuidad de la tradición eclesial, sino que por el contrario “conjuga lo nuevo y lo antiguo, tradición y apertura a la novedad, conservando la continuidad de la fe y encarnándola como es debido en la contemporaneidad” . Para más información leer:

Vaticano II: ¿Revolución o síntesis entre tradición y novedad?
Polémica respecto a la libertad de conciencia y religiosa de la Dignitatis Humanae
Una de las cuestiones que más resistencia ha generado a la hora de que sectores ultra-tradicionalistas acepten el concilio, es la aparente ruptura de continuidad entre la Tradición de la Iglesia y el Concilio y el Magisterio posterior de los Papas. Para ellos, hay oposición entre la Dignitatis Humanae y documentos como la Quanta Cura y la Syllabus.
Alegan que la Dignitatis Humanae erra al reconocer el derecho de la persona humana, no solo para profesar la religión que desee libremente, sino para “manifestar externamente los actos internos de religión” sin que se le prohíba que se comunique con otros en materia religiosa y “profese su religión en forma comunitaria”, por lo que "las religiones falsas no tienen derechos".
A este respecto es oportuno citar al Papa Benedicto XVI que sale el paso de estas aparentes dificultades y explica que "hechas las debidas distinciones entre las situaciones históricas concretas y sus exigencias, resultaba que no se había abandonado la continuidad en los principios; este hecho fácilmente escapa a la primera percepción" .
Y luego: El concilio Vaticano II, reconociendo y haciendo suyo, con el decreto sobre la libertad religiosa, un principio esencial del Estado moderno, recogió de nuevo el patrimonio más profundo de la Iglesia. Esta puede ser consciente de que con ello se encuentra en plena sintonía con la enseñanza de Jesús mismo (cf. Mt 22, 21), así como con la Iglesia de los mártires, con los mártires de todos los tiempos.


El concilio Vaticano II, con la nueva definición de la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del pensamiento moderno, revisó o incluso corrigió algunas decisiones históricas, pero en esta aparente discontinuidad mantuvo y profundizó su íntima naturaleza y su verdadera identidad. La Iglesia, tanto antes como después del Concilio, es la misma Iglesia una, santa, católica y apostólica en camino a través de los tiempos; prosigue "su peregrinación entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios", anunciando la muerte del Señor hasta que vuelva (cf. Lumen gentium, 8). 
A este respecto recomiendo leer completa la carta del Papa:
Hay que recordar que sólo el Magisterio de la Iglesia - ordinario o extraordinario, no infalible o falible - interpreta auténticamente; es decir, con autoridad.
¿Ha perdido vigencia el Concilio Vaticano II?
Este es otro argumento que he llegado escuchar incluso de algunos teólogos católicos (o que dicen serlo). Un comentario que tome como ejemplo es este:
"...Hay que cerrar la etapa conciliar. El Concilio ya es viejo, quizás más viejo que cualquier otro Concilio, por lo mismo en que porfió en ser moderno. El mundo cambió enormemente en estos cincuenta años.
Hablar de la Guerra Fría, los viajes interplanetarios o la descolonización es más viejo que definir la naturaleza cristológica ortodoxa, o la posibilidad de nuetra razón de acceder a la existencia de Dios. No hay nada más transitorio que lo actual, y eso marcó fuertemente de temporalidad un Concilio que quiso ser una estrategia de apertura a un hombre moderno que en realidad no existía. El humanismo no floreció en humanosmo integral, siguió la deriva del antropocentrismo moderno y devino humanismo antropolátrico y ateo" Extracto de comentario de Luis, blogs de Luis Fernando Pérez
Por fortuna, ante este tipo de objeciones también ha salido al frente el Santo Padre, reafirmando la actualidad del Concilio Vaticano II. Y es que fue precisamente el Papa quien recordó la importancia del Concilio Vaticano II e invitó a los fieles presentes a tener siempre vivo el espíritu de este gran acontecimiento eclesial. En Informe sobre la fe Benedicto XVI (entonces Card. Ratzinger) comenta "Por esto, no me cabe en la cabeza que se pueda pensar (con un sentido nulo de la realidad) en seguir caminando como si el Vaticano II no hubiera existido nunca. Los efectos concretos que hoy contemplamos no corresponden a las intenciones de los Padres, pero no podemos ciertamente decir: «mejor sería que nunca hubiera existido»".
Todo laico católico debería tener en mayor estima la guía del Santo Padre, que la de cualquier “teólogo”, por más “Papista que el Papa” que pretenda ser.
¿Han sido negativos los frutos del Concilio?

Ya en la introducción comentaba como esta es una de las objeciones de los detractores del concilio, al que echan la culpa del éxodo masivo de católicos de la Iglesia y casi todos los males que sufre en la actualidad. “Las iglesias están vacías”, “hemos perdido miles de vocaciones” . Un ejemplo bastante descriptivo de este tipo de críticas lo he tomado de un foro católico:
“Después del Concilio Vaticano II, quitaron los púlpitos de las iglesias, muchos sacerdotes tiraron la sotana, se aliaron con el comunismo (teología marxista de la liberación), el racionalismo, el humanismo, el modernismo, con lo que se mundanizaron en testimonio, se protestantizaron en liturgia, y acomodaron la sana doctrina de Cristo a filosofías y doctrinas de hombres.

Con lo que surgió una Iglesia de guitarristas, bailarines, conferenciantes, charlatanes, "catequistas" (que no saben lo que enseñan ni entienden lo que dicen), encuentros, comidas....circo, humo y ruido” 
Este tipo de razonamientos es simplista. Bastante complejo es el problema de la deserción de católicos de la Iglesia, para asumir que la situación hubiera sido mejor sin el concilio. A este respecto explica el padre Antonio Rivero (Profesor de oratoria y teología en el Seminario Maria Mater Ecclesiae de sao Paulo) en su libro "Breve historia de la Iglesia":
 

El Vaticano II produjo más frutos positivos que negativos... ¿Quién lo duda?
Pero hubo otras consecuencias muy positivas, además de las que ya comentamos anteriormente. ¿Cuáles son?
El concilio abrió ampliamente los caminos del ecumenismo, aunque todavía hay mucho por hacer.
El concilio también impulsó la inculturación del evangelio, es decir, la tarea de llevar el mensaje de Cristo a las diversas culturas, con respeto y amor. En su encíclica «Evangelii Nuntiandi» Pablo VI dice lo siguiente: «Hay que hacer a la Iglesia del siglo XX todavía más apta para anunciar el evangelio a la humanidad del siglo XX...Es una alegría evangelizar, aun cuando sea preciso sembrar en medio de lágrimas». En esta nueva evangelización, la iglesia de occidente está preocupada por los problemas de la secularización, de la búsqueda de un sistema de valores, de una reforma moral. La iglesia de América Latina se siente interpelada por la miseria, la explotación económica y la revolución social. A todas partes urge el mensaje liberador y salvador de Cristo.
Gracias al concilio, Dios hizo surgir los movimientos eclesiales y nuevas comunidades. Así ha crecido la importancia del papel del apostolado de los seglares, si bien en la historia del cristianismo éste no es un fenómeno nuevo, porque es suficiente leer los Hechos de los Apóstoles para darse cuenta de que los cristianos laicos, a pesar de las persecuciones, ya en aquellos tiempos proclamaban a Cristo por doquier, contribuyendo a la difusión de la fe en las ciudades y en los lugares que visitaban. E iban de casa en casa, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad.
A lo largo de la historia de la iglesia, los seglares han desempeñado diversos ministerios, como bautizar, llevar la eucaristía a los enfermos y a los prisioneros, participar en la preparación de los penitentes al sacramento de la reconciliación, y también desarrollaban un papel activo en la celebración de los matrimonios.
El problema del laicado fue uno de los temas fundamentales estudiados por el Concilio Vaticano II. El papa Juan Pablo II dedicó una exhortación apostólica llamada «Christifideles laici», del 30 de diciembre de 1988, sobre la misión de los laicos en la iglesia y en el mundo. Este documento pontificio ha sido definido como el «vademécum de la iglesia» en el campo de la vocación y de la misión de los laicos ante el Tercer Milenio.
Y dicho documento dedica también atención a los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, que son un fenómeno típico del posconcilio.
¿Qué pide la iglesia a todos estos movimientos?
Una vez que la iglesia ha aprobado los estatutos de dichos movimientos, es necesario que estos movimientos, permaneciendo fieles a su propio carisma, estén en comunión con los obispos diocesanos y cooperen con ese carisma en la pastoral diocesana. Estos movimientos presentan ante el mundo la pluriformidad de los carismas, pero dicha pluriformidad debe estar orientada a la unidad en el Espíritu.
La experiencia de la unidad en la pluralidad, vivida y testimoniada por los movimientos puede y debe constituir un punto de referencia para ese camino de comunión eclesial, superando cualquier sombra de particularismo. Todos los movimientos, siguiendo cada uno el propio carisma inspirado por el Espíritu Santo a sus respectivos fundadores, deben responder a la llamada de este mismo Espíritu para la renovación de la iglesia.
Casi llegan ya al centenar los movimientos aprobados por la Santa Sede. Entre los más conocidos se encuentran: Focolares, Camino neocatecumenal, Comunidad del Arca, Obra de Schönstatt, Comunión y Liberación, Renovación Carismática cristiana, Cursillos de Cristiandad, Cooperadores Salesianos, Regnum Christi, Talleres de Oración y Vida, Movimiento Nazareth, Sígueme, Movimiento Teresiano del Apostolado, Comunidad de Sant´Egidio, Milicia de la Inmaculada, Legión de María, Katholische Integrierte Gemainde, Foi et Lumière, Movimiento de Vida cristiana, etc...

Otras consecuencias positivas del Concilio Vaticano II

Enunciemos otras consecuencias positivas:
  • La renovación del gobierno central de la iglesia,
  • La internacionalización del colegio cardenalicio y de la curia romana.
  • El Santo Oficio o Inquisición desaparece y nace la Congregación para la Doctrina de la fe.
  • Se incrementa el ejercicio de la colegialidad por medio de las conferencias episcopales y del sínodo de obispos.
  • Los laicos ocupan puestos de responsabilidad en la Iglesia y cooperan en su misión evangelizadora.
     
    El Cardenal Ratzinger (hoy el Papa Benedicto XVI) sale al paso de estas objeciones , tal como explica Informe sobre la fe:

    “«Descubramos el verdadero Vaticano II» No son, pues, ni el Vaticano II ni sus documentos (huelga casi mencionarlo) los que constituyen problema. En todo caso, a juicio de muchos —y Joseph Ratzinger se encuentra entre estos desde hace tiempo—, el problema estriba en muchas de las interpretaciones que se han dado de aquellos documentos, interpretaciones que habrían conducido a ciertos frutos de la época posconciliar.”

    Seguía diciendo Ratzinger hace diez años: «Hay que afirmar sin ambages que una reforma real de la Iglesia presupone un decidido abandono de aquellos caminos equivocados que han conducido a consecuencias indiscutiblemente negativas».
    En cierta ocasión escribió: «El cardenal Julius Döpfner decía que la Iglesia del posconcilio es un gran astillero. Pero un espíritu crítico añadía a esto que es un gran astillero donde se ha perdido de vista el proyecto y donde cada uno continúa trabajando a su antojo. El resultado es evidente».
    Pero no deja de repetir con la misma claridad que «en sus expresiones oficiales, en sus documentos auténticos, el Vaticano II no puede considerarse responsable de una evolución que —muy al contrario— contradice radicalmente tanto la letra como el espíritu de los Padres conciliares».
    Dice: «Estoy convencido de que los males que hemos experimentado en estos veinte años no se deben al Concilio «verdadero», sino al hecho de haberse desatado en el interior de la Iglesia ocultas fuerzas agresivas, centrífugas, irresponsables o simplemente ingenuas, de un optimismo fácil, de un énfasis en la modernidad, que ha confundido el progreso técnico actual con un progreso auténtico e integral. Y, en el exterior, al choque con una revolución cultural: la afirmación en Occidente del estamento medio-superior, de la nueva «burguesía del terciario», con su ideología radicalmente liberal de sello individualista, racionalista y hedonista».
    La consigna, la exhortación de Ratzinger a todos los católicos que quieran seguir siendo tales, no es ciertamente un «volver atrás», sino un «volver a los textos auténticos del auténtico Vaticano II». Para él, insiste «defender hoy la verdadera Tradición de la Iglesia significa defender el Concilio. Es también culpa nuestra si de vez en cuando hemos dado ocasión (tanto a la «derecha» como a la «izquierda») de pensar que el Vaticano II representa una «ruptura», un abandono de la Tradición. Muy al contrario, existe una continuidad que no permite ni retornos al pasado ni huidas hacia delante, ni nostalgias anacrónicas ni impaciencias injustificadas. Debemos permanecer fieles al hoy de la Iglesia; no al ayer o al mañana: y este hoy de la Iglesia son los documentos auténticos del Vaticano II. Sin reservas que los cercenen. Y sin arbitrariedades que los desfiguren».
    "Lo repito: el católico que con lucidez y, por lo tanto, con sufrimiento, ve los problemas producidos en su Iglesia por las deformaciones del Vaticano II, debe encontrar en este mismo Vaticano II la posibilidad de un nuevo comienzo. El Concilio es suyo"
    Informe sobre la Fe, capítulo 2, Joseph Ratzinger
     
    Hoy, más que nunca, en vez de estar buscando culpar a un Concilio Ecuménico asistido por el Espíritu Santo de todos los males de la Iglesia, deberíamos en sintonía con el Papa y reconocer que "Estamos en deuda con el Concilio Vaticano II"
    La aprobación de la reforma litúrgica
    La intención del Concilio en materia litúrgica: «procurar la reforma y el fomento de la liturgia», objetivo que fue logrado con la Sacrosanctum Concilium, promulgada al final de la segunda sesión de trabajo, el día 4 de diciembre de 1963 y con un consenso impresionante: 2,158 votos a favor y solamente 4 en contra, (casi unánimemente). A pesar de esto no falta quien todavía se deshace en críticas y ataques a una reforma aprobada en pleno por un concilio ecuménico.
    Algunos se quejan de los profundos cambios en materia litúrgica, olvidando que la «La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia; por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades de las distintas razas y pueblos. Examina con simpatía y, si puede, conserva íntegro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo acepta en la misma Liturgia, con tal que se armonice con su verdadero y auténtico espíritu» (n.37).
    La liturgia es un organismo vivo. El Papa Juan XXIII decía a este respecto «La liturgia no debe ser un precioso objeto de museo sino la oración viva de la Iglesia». Monseñor Bugnini explica también «que la liturgia alimenta la vida de la Iglesia; ella misma debe ser vital; no puede estancarse y esclerotizarse».
    En mi opinión, uno de los más grandes avances a este respecto es la introducción de las lenguas vulgares en la liturgia. A este respecto el Papa Pablo IV repetía con San Agustín «Es preferible que nos critiquen los doctos, a que la liturgia continúe siendo ininteligible para el pueblo», cosa que muy cierta.
    Otros ven en la reforma un ataque que intenta suprimir otros ritos, cuando esa nunca fue la intención del Concilio, que por el contrario sentencia “ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios. Desea, además, que, si fuere necesario, sean íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de hoy.” (n. 4).
    Otros pretenden, no conformes con que el Papa ha permitido para todo aquel que lo pida la liturgia de la forma extraordinaria, se elimine e invalide la forma ordinaria, lo cual es en mi opinión un completo desatino.
    Recomiendo para profundizar en este punto leer:
    Conclusión
    Un católico no está obligado solamente a aceptar la enseñanza infalible, sino también a aceptar el Magisterio auténtico de la Iglesia, aun en el caso de que no sea infalible, tal como queda claro en la "Ad Tuendam Fidem". Esta precisión es importante para hacerla porque quien persista en rechazar al Concilio Vaticano II, persiste en rechazar el Magisterio, ya sea ordinario o extraordinario.

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