lunes, 14 de enero de 2013

Félix de Nola, Santo


Confesor de la fe, Enero 14
 
Félix de Nola, Santo
Félix de Nola, Santo

Confesor de la fe

Martirologio Romano: En la ciudad de Nola, en la Campania (hoy Italia), san Félix, presbítero, el cual, según cuenta san Paulino, mientras arreciaba la persecución fue encarcelado y sometido a crueles sevicias. Restablecida la paz, pudo volver entre los suyos y vivió en la pobreza hasta una venerable ancianidad, como invicto confesor de la fe (s. III/IV).

Natural
Félix de Nola, Santo
Félix de Nola, Santo
de Nola, abrazó el servicio apostólico desde muy joven.

Al morir su padre, Félix distribuyó su herencia entre los pobres y fue ordenado sacerdote por San Máximo, Obispo de Nola.

Al iniciarse una cruel persecución contra la Iglesia, Máximo huyó al desierto para continuar al servicio de su rebaño.

Al no ser encontrado por los soldados romanos, Félix, quien lo sustituía en sus deberes pastorales, fue tomado preso, azotado, cargado de cadenas y encerrado en el calabozo cuyo piso estaba lleno de vidrios.

Sin embargo, el Ángel del Señor se le apareció y le ordenó ir en ayuda de su Obispo, quien yacía medio muerto de hambre y de frío.

Ante su incapacidad de hacerlo volverlo en sí, el Santo acudió a la oración y al punto apareció un racimo de uvas, cuyas gotas derramó sobre los labios del maestro, el cual recuperó el conocimiento siendo conducido luego a su Iglesia.

Félix permaneció escondido orando permanente por la Iglesia hasta la muerte de Decio; sin embargo, continuó siendo perseguido hasta que se estableció la paz de la Iglesia.

Murió en medio de la pobreza y el servicio de los más necesitados, a pesar de que fue elegido como Obispo de Nola.
 
 
Velas
14 de enero

  San Felix de Nola

Señor Dios, Rey Omnipotente: tú que le permitiste a tu mártir
San Félix conseguir favores tan maravillosos para sí y
para sus devotos, haz que nuestra fe sea también
tan grande que consigamos maravillosas intervenciones tuyas
en favor nuestro y en favor de los que necesitan
la ayuda de nuestra oración. Amen.
 
Jesús en la CruzNola es una pequeña y antiquísima ciudad, situada a unos 20 kilómetros de Nápoles. Allí vio la luz san Félix, cuyo nombre significa "feliz", en el siglo III. Su padre Hermias era sirio, de profesión militar. Nuestro santo, en cambio, prefirió ser soldado de Cristo. Poco sabemos de su infancia y juventud. Padeció las terribles persecuciones desatadas por Decio y por Valeriano. Por estas circunstancias carecemos de actas que hubieran podido proporcionar noticias precisas. Los rasgos más exactos que conocemos a través de san Paulino, poeta y obispo de Nola, quien escribió su biografía a fines del siglo IV y lo tuvo como santo protector. También escribieron sobre él Beda, san Agustín y Gregorio Turonense. El papa san Dámaso le dedicó un poema.
Para destruir la Iglesia, el emperador Decio ordenó prender y procesar principalmente a los obispos, presbíteros y diáconos. Gobernaba entonces la grey de Nola el obispo Máximo, cargado de años, quien se refugió en las montañas de los Apeninos. Félix, que era presbítero, se quedó en la ciudad para vigilar y proteger a los fieles.
No duró mucho tiempo la seguridad de Félix, pues Nola era una pequeña ciudad donde todos se conocían y él no disimuló su condición de cristiano. Arrestado y conducido a la cárcel, lo ataron con cadenas, y así permaneció durante meses. Por su parte, en las montañas, el obispo Máximo padecía hambre, frío, tristeza y dolor.
Félix fue un ejemplo de devoción al obispo. Socorrió a Máximo corriendo gravísimos riesgos y compartió con él la dura experiencia de la persecución.
Habiendo escapado de la furia desatada por Decio, Félix se vio nuevamente amenazado, junto con toda su comunidad, por las disposiciones que contra los cristianos dictó el emperador Valeriano, entre los años 256 y 257.
Al morir Máximo quisieron forzar a Félix a ocupar la silla episcopal, pero él rehusó tal dignidad, prefiriendo continuar como presbítero su misión evangelizadora. Murió el 14 de enero, se cree que del año 260. Fue enterrado en Nola y su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinación. En Roma le fue consagrada una basílica.
Los campesinos de su tierra invocan a san Félix de Nola como protector de los ganados. San Gregorio de Tours ha escrito sobre los numerosos milagros operados junto a su tumba. 
 

San Félix de Nola, presbítero y confesor
fecha: 14 de enero
†: s. III/IV - país: Italia
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos», Alban Butler
En la ciudad de Nola, en la Campania, san Félix, presbítero, el cual, según cuenta san Paulino, mientras arreciaba la persecución fue encarcelado y sometido a crueles tormentos. Restablecida la paz, pudo reintegrarse a los suyos y vivió en la pobreza, hasta una venerable ancianidad, como invicto confesor de la fe.
patronazgo: protector contra los perjurios.

Debemos recordar que san Paulino de Nola, considerado como la autoridad básica sobre san Félix, vivió más de un siglo después de la muerte de éste, y es muy probable que ya para entonces la tradición se hubiera contaminado de algunos datos legendarios. San Paulino nos cuenta la vida de san Félix de la manera siguiente:
San Félix era nativo de Nola, colonia romana de la Campania, a veinte kilómetros de Nápoles, donde su padre había adquirido algunas posesiones y se había establecido. El padre de san Félix era sirio de nacimiento y había servido en el ejército. Al morir, dejó sus posesiones a Félix y Hermías, sus dos hijos. Hermías abrazó la carrera de las armas, en tanto que Félix decidió buscar la felicidad que su nombre latino le prometía, en el servicio del Rey de reyes, Jesucristo. Así pues, distribuyó su herencia entre los pobres, y fue ordenado sacerdote por san Máximo, obispo de Nola, quien, encantado de su virtud y prudencia, hizo de él su brazo derecho en aquellos agitados tiempos y le consideró como destinado a sucederle.
El año 250, el emperador Decio emprendió una cruel persecución contra la Iglesia. Máximo, comprendiendo que iba a ser una de las primeras víctimas, se retiró al desierto, no por temor de morir, sino para continuar en el servicio de su rebaño. Como los perseguidores no encontrasen al obispo, se apoderaron de Félix, quien le sustituía celosamente en los deberes pastorales. El gobernador le mandó azotar, le cargó de cadenas y le encerró en un calabozo con el suelo cubierto de trozos de vidrio, de modo que el mártir no podía estar de pie ni acostarse sin hacerse daño, según nos informa Prudencio. Una noche, se le apareció un ángel en medio de una gran luz, y le ordenó ir en ayuda de su obispo. Al ver caer sus cadenas por tierra y abrirse las puertas de la prisión, Félix siguió a su guía, quien le condujo a un sitio, en donde Máximo yacía sin conocimiento, medio muerto de hambre y de frío; la angustia por sus fieles y las penalidades de la vida solitaria le habían hecho sufrir más que en el martirio. Incapaz de hacer volver en sí a su obispo, Félix acudió a la oración y al punto apareció un racimo de uvas al alcance de su mano. Félix exprimió unas cuantas en los labios de su maestro, el cual recobró el conocimiento. En cuanto reconoció a Félix, el buen obispo le rogó que le transportase a su iglesia. El santo le tomó en brazos y le llevó, antes del amanecer, a su casa en la ciudad, donde una devota mujer se encargó de cuidarle.
Félix permaneció escondido, orando incesantemente por la Iglesia, hasta la muerte de Decio, en 251. En cuanto reapareció, su celo exasperó de tal manera a los paganos, que decidieron tomarle preso nuevamente; pero el cielo no permitió que le reconocieran al verle. Sus perseguidores le preguntaron dónde se encontraba Félix, a lo cual el santo dio una respuesta evasiva. Los enemigos cayeron pronto en la cuenta de su error y volvieron al sitio en el que le habían visto; pero ya para entonces, Félix había tenido tiempo de introducirse en un muro cercano, a través de un agujero que se cubrió milagrosamente de telarañas en cuanto el santo pasó. Sus perseguidores, sin sospechar siquiera que Félix se hallaba detrás de la espesa red de telarañas, se retiraron vencidos, después de una búsqueda infructuosa. Félix descubrió un pozo medio seco, entre dos casas en ruinas, y se ocultó en él durante seis meses. Una devota cristiana se encargó de traerle alimentos. Cuando la paz se restableció en la Iglesia. Félix salió de su escondite y fue recibido con gran gozo en la ciudad.
San Máximo murió poco después, y Félix fue elegido por unanimidad para sucederle. Sin embargo, logró persuadir al pueblo que era más prudente confiar la diócesis a Quinto, un sacerdote de más edad. El resto de las posesiones del santo había sido confiscado durante le persecución. Los cristianos le aconsejaron que reclamase a las autoridades como otros lo habían hecho con éxito: pero el santo respondió simplemente que, en medio de la pobreza encontraría más seguramente a Cristo. Ni siquiera pudieron convencerle de que aceptara lo que los ricos le ofrecían. Félix rentó tres acres de tierra que cultivó con sus propias manos, para satisfacer sus necesidades y poder hacer algunas limosnas. Todos los regalos que recibía los pasaba inmediatamente a los pobres. Si tenía dos túnicas, los pobres podían estar seguros de que pronto les daría la mejor, y más de una vez cambió sus vestiduras por los andrajos de un mendigo. Félix murió siendo ya muy anciano, el 14 de enero, día en que le conmemoran los martirologios.
Había pasado ya más de un siglo desde su muerte, cuando Paulino, distinguido senador romano, se estableció en Nola y fue elegido obispo de dicha ciudad. Paulino atestigua que una gran multitud de peregrinos acudía de Roma y de otras ciudades aún más distantes, a celebrar la fiesta del santo, en su santuario. El mismo testigo añade que todos llevaban algún regalo a la iglesia, como, por ejemplo, cirios para adornar la tumba de Félix, pero que él había escogido ofrecer al santo el humilde homenaje de su predicación y de su corazón. Paulino expresa su devoción en los términos más fervorosos y piensa que todas las gracias que ha recibido del cielo se deben a la intercesión de san Félix. Describe por menudo las pinturas del Antiguo Testamento que adornaban el santuario, y que eran como libros que los iletrados podían comprender. Los versos del santo obispo reflejan su entusiasmo. Refiere igualmente un gran número de milagros obrados en la tumba de san Félix, así como curaciones instantáneas y salvaciones de graves peligros. Afirma que él mismo fue testigo ocular de alguno de esos prodigios y declara que nunca recurrió a la intercesión del santo, sin recibir socorro inmediato. También san Agustín nos dejó una narración de los milagros obrados en el santuario de San Félix. En aquella época, no estaba permitido enterrar a los muertos dentro de los muros de la ciudad. Como la iglesia de San Félix se hallaba fuera de las murallas de Nola, muchos cristianos pedían ser sepultados en ella para que su fe y devoción les conservaran bajo la protección del santo, aun después de la muerte. San Paulino consultó el caso con san Agustín, quien le respondió en su obra sobre «El cuidado de los muertos», en la que demuestra que la fe y devoción de quienes querían ser sepultados en la iglesia de San Félix no era inútil, pues ahí participarían del fruto de las buenas obras de los peregrinos.
Como lo indicamos arriba, los poemas de san Paulino constituyen nuestra principal fuente sobre la vida de san Félix. Beda resumió dichos poemas en prosa; su resumen se encuentra, junto con otros documentos en Acta Sanctorum, 14 de enero. En Analecta Bollandiana, vol. XVI (1897), pp. 22 ss., se encontrará una curiosa ilustración de la confusión introducida por Ado y otros hagiógrafos, quienes inventaron a un «San Félix in Pincis». Tal confusión se originó probablemente de la existencia de una iglesia dedicada a San Félix de Nola en el Pincio. El papa san Dámaso agradece a san Félix en un poema la curación de que él mismo fue objeto. Cf. Quentin, Les Martirologes historiques pp. 518-522.

Nota de ETF: debe evitarse también la confusión, muy frecuente, entre este san Félix de Nola y otro, obispo, del 15 de noviembre, que murió un siglo más tarde y a quien el nuevo Martirologio conserva, a pesar de haber estudiado el caso de que fuera una mera duplicación de éste.
 

San Félix de Nola
Felix of Nola-1.jpg
Manuscrito del siglo XV, con el santo apaleado y, en segundo plano, oculto per una telaraña
Nacimientoc. s. III
Nola, Campania, Italia
Fallecimientoca. 250
Nola, Campania, Italia
Festividad14 de enero (Santoral católico)
PatronazgoNola, Italia.
San Felix de Nola (m. ca. 250) fue un Obispo de Nola en Italia, que está incluido en el Santoral católico como mártir y confesor de la fe.[1]

 Vida

Las pocas noticias que tenemos proceden de San Paulino de Nola en los poemas que le dedica, escritos entre 395 y 409. Además, Paulí le tuvo como santo protector. También escribieron de él Beda el Venerable, San Agustín y San Gregorio de Tours, y el papa San Dámaso le dedicó un poema.
Según el, Félix nació en Nola en el siglo III, hijo de un rico sirio que había ido a Italia[2] por cuestiones de trabajo. Se ordenó sacerdote y fue ayudado por el obispo de Nola Máximo. Durante las persecuciones de cristianos, fue encarcelado y, según la leyenda, liberado por un ángel.
Félix cuidó del obispo, que se había refugiado y estaba enfermo. El mismo Félix, cuando se reanudaron las persecuciones, tuvo que huir. Cuando murió el obispo, la comunidad cristiana decidió que Félix fuera el obispo de Nola, pero rehusó tal dignidad y prefirió continuar como presbítero su misión evangelizadora. Pasó el resto de su vida viviendo en la pobreza absoluta.

 Veneración


 
Basílica paleocristiana de Cimitile: ahora tumba de Félix de Nola.
Aunque no murió de manera violenta, es reconocido como mártir por los numerosos sufrimientos que pasó durante su vida. Su cuerpo fue oculto en la basílica de Cimitile y su sepulcro se convirtió en lugar de peregrinación: su tumba fue llamada “Ara Veritatis”, porque se decía que podía indicar si el testimonio que se daba era verdadero. En Roma le fue consagrada una basílica.
Su festividad se fijó el 14 de enero. Los campesinos de Nola invocan san Félix como protector del ganado.

Leyendas

Cuando fue detenido por los soldados, fue azotado, encadenado y encarcelado, pero un ángel se le apareció y lo liberó para que ayudase al obispo Máximo: las cadenas cayeron y las puertas se abrieron y el santo pudo marchar. Los soldados persiguieron a Félix para volverlo a encarcelar. Félix se escondió en una cueva o pozo y una araña tejió su telaraña sobre la entrada. Cuando llegaron los soldados y vieron la telaraña, ya no miraron adentro. Fue así como Félix se pudo escapar. Su persecución acabó el año siguiente y Félix, que estuvo escondido en un pozo seco durante seis meses, volvió a sus tareas.
Durante la persecución, los soldados confiscaron sus bienes. Para poder sobrevivir trabajó en el campo, repartiendo los frutos entre los pobres. Una noche, unos ladrones fueron a robarle en el huerto pero al llegar, una fuerza les hizo pasar la noche trabajando en el campo. Cuando amaneció, Félix los vio y les agradeció el trabajo realizado. Los ladrones le confesaron avergonzados la auténtica intención que les había llevado pero fueron perdonados y se marcharon.

Desdoblamiento del santo

A partir de su figura, se dio una duplicación que dio origen a un ficticio obispo mártir del siglo I, también llamado Félix de Nola, que obtuvo tanta difusión como el original, mezclando en su leyenda elementos de la del prevere. Fue incluido en el santoral, festejándolo el 15 de noviembre, aunque no ha existiado nunca.

 Notes

  1. Calendarium Romanum (Libreria Editrice Vaticana 1969), p. 112
  2. Historias posteriores le llaman Hermias y lo describen como militar de profesión.

Enlaces externos

 
Fiesta: 14 de Enero







Nace: 353 en Burdeos, Francia
Muere: 22 Junio del 431, en Nola, Italia, provincia de Campaña
Su padre era gobernador de familia muy rica. Tuvo como maestros a los mas famosos literatos de su época. Llegó a ser un reconocido abogado con importantes cargos públicos en el Imperio Romano, por lo que viajó extensivamente. Todos le admiraban por su educación y su trato. En Milán se hizo amigo de San Ambrosio y San Agustín. Mantuvo correspondencia con San Jerónimo. Recibió el bautismo de su amigo San Delfín, obispo de Burdeos. 
Se retiró a España donde se casó con Teresa. Tras la muerte de su único hijo cuando este tenía ocho días de nacido, el matrimonio decidió repartir sus riquezas entre los pobres y vivir como hermanos.
En la Navidad del 393, el pueblo pidió al Obispo de Barcelona que ordenase a Paulino sacerdote.
Paulino y Teresa se fueron a vivir a Nola, Italia. Allí junto a la tumba de San Félix construyeron su casa donde vivían austeramente en oración y se dedicaban a la ayuda de los pobres.
En el 409, al morir el obispo de Nola, el pueblo aclamó a Paulino como obispo. Fué un pastor ejemplar por 21 años, hasta su muerte.
Sostuvo una extensa evangelización por correo.  De el se conservas 50 cartas. También escribía bellas poesías. Conocido también por su poder contra los demonios.
En el año 410 Nola fue invadida por los vándalos del rey Gensérico. Se llevaron muchos esclavos, entre ellos al hijo único de una pobre viuda. Paulino se ofreció de esclavo en lugar de aquel joven. Pero aquellos invasores tuvieron un cambio de corazón y devolvieron libres al obispo Paulino y a los demás prisioneros. 
Murió San Paulino el 22 de Junio de 431, a los 74 años de edad y fue sepultado en la iglesia de San Félix.
Su cuerpo fue trasladado a Roma donde es venerado en la Iglesia de San Bartolomé, en la isla del Tiber, junto con el Apóstol.
Otros santos escribieron sobre sus virtudes de obispo modelo, entre ellos San Ambrosio, San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio de Tours.

Según San Francisco de Sales, doctor de la amabilidad, San Paulino vivía un octavo sacramento que consistía en ser exquisitamente amable y bien educado con todos.



Paulino de Nola en la catequesis de Benedicto XVI
12-XII-2007
El padre de la Iglesia que presentamos hoy es san Paulino de Nola. De la época de san Agustín, con quien estuvo unido por una intensa amistad, Paulino ejerció su ministerio en Campania, en Nola, donde fue monje, y luego presbítero y obispo. Ahora bien, era originario de Aquitania, en el sur de Francia, más en concreto de Burdeos, donde nació en el seno de una familia de alta alcurnia. Allí recibió una fina educación literaria, teniendo por maestro al poeta Ausonio. Se alejó de su tierra en una primera ocasión para seguir su precoz carrera política. Siendo todavía joven, desempeñó el papel de gobernador de Campania. En este cargo público destacó por su sabiduría y mansedumbre. En este período la gracia hizo germinar en su corazón la semilla de la conversión. La chispa surgió de la fe sencilla e intensa con la que el pueblo honraba la tumba de un santo, el mártir Félix, en el santuario de la actual Cimitile. Como responsable público, Paulino se preocupó por este santuario e hizo construir un hospicio para los pobres y un camino para hacer más fácil el acceso de los numerosos peregrinos.

Mientras se dedicaba a construir la ciudad terrena descubría el camino hacia la ciudad celestial. El encuentro con Cristo fue el punto de llegada después de un camino arduo, sembrado de pruebas. Circunstancias dolorosas, comenzando por la pérdida del favor de la autoridad política, le hicieron tocar con la mano la caducidad de lo terrenal. Tras descubrir la fe, escribirá: «El hombre sin Cristo es polvo y sombra» (Carmen X, 289). Buscando el sentido de la existencia, viajó a Milán para aprender de san Ambrosio. Después completó la formación cristiana en su tierra natal, donde recibió el bautismo de manos del obispo Delfín, de Burdeos. En su camino de fe aparece también el matrimonio. Se casó con Teresa, una mujer noble de Barcelona, con quien tuvo un hijo. Hubiera seguido siendo un buen laico cristiano, si la muerte del niño a los pocos días no le hubiera sacudido interiormente, mostrándole que Dios tenía otro designio para su vida. Se sintió llamado a entregarse a Cristo en una rigurosa vida ascética.

En pleno acuerdo con su mujer, Teresa, vendió sus bienes para ayudar a los pobres y, junto con ella, dejó Aquitania para ir a vivir a Nola, junto a la basílica del protector san Félix en casta fraternidad, según una forma de vida a la que otros se unieron. El ritmo era típicamente monástico, pero Paulino, que fue ordenado presbítero en Barcelona, comenzó a ejercer también el ministerio sacerdotal con los peregrinos.

Esto le atrajo la simpatía y la confianza de la comunidad cristiana que, al morir el obispo, hacia el año 409, le eligió como sucesor en la cátedra de Nola. S acción pastoral se intensificó, caracterizándose por una atención por los pobres. Dejó la imagen de un auténtico pastor de la caridad como lo describió san Gregorio Magno en el capítulo III de sus Diálogos, en donde Paulino es retratado en el heroico gesto de ofrecerse como prisionero en lugar del hijo de una viuda. El episodio es discutido históricamente, pero queda la figura de un obispo de gran corazón, que supo estar junto a su pueblo en las tristes contingencias de las invasiones de los bárbaros.

La conversión de Paulino impresionó a sus contemporáneos. Su maestro, Ausonio, poeta pagano, se sintió «traicionado», y le dirigió palabras duras, reprendiéndole por su «desprecio», considerado irrazonable, de los bienes materiales, y por abandonar su vocación de escritor. Paulino replicó que su ayuda a los pobres no significaba desprecio por los bienes terrenales, sino más bien valorarlos con el fin más elevado de la caridad. Por lo que se refiere a sus capacidad literaria, Paulino no había abandonado el talento poético, que seguiría cultivando, sino las fórmulas poéticas inspiradas en la mitología y en los ideales paganos. Una nueva ascética regía su sensibilidad: era la belleza del Dios encarnado, crucificado y resucitado de quien ahora se había convertido en trovador. En realidad, no había dejado la poesía, sino que pasaba a buscar inspiración en al Evangelio, como dice en este verso: «Para mí el único arte es la fe, y Cristo mi poesía» («At nobis ars una fides, et musica Christus»: Carme XX, 32).

Sus poemas son cantos de fe y de amor, en los que la historia diaria de los pequeños y grandes acontecimientos es vista como historia de salvación, como historia de Dios con nosotros. Muchas de estas composiciones, los así llamados «Cármenes de Navidad», están ligados a la fiesta anual del mártir Félix, a quien había escogido como patrono celestial. Recordando a san Félix, quería glorificar al mismo Cristo, convencido de que la intercesión del santo le había alcanzado la gracia de la conversión: «En tu luz, glorioso, he amado a Cristo» (Carmen XXI, 373). Expresó este mismo concepto ampliando el espacio del santuario con una nueva basílica, que decoró de manera que las pinturas, ilustradas con explicaciones adecuadas, se convirtieran para los peregrinos en una catequesis visual. De este modo explicaba su proyecto en un carmen, dedicado a otro gran catequista, san Niceto de Remesiana, mientras le acompañaba en una visita a sus basílicas: «Ahora quiero que contemples la larga serie de pinturas de las paredes de los pórticos... Nos ha parecido útil representar con la pintura argumentos sagrados en toda la casa de Félix, con la esperanza de que, al ver estas imágenes, la figura dibujada suscite el interés de las mentes sorprendidas de los campesinos» (Carmen XXVII, versículos 511.580-583). Todavía hoy se pueden admirar aquellos vestigios que hacen del santo de Nola una de las figuras de referencia de la arqueología cristiana.

En el cenobio de Cimitile, la vida discurría en pobreza, oración y totalmente sumergida en la lectio divina. La Escritura leída, meditada, asimilada, era el rayo de luz a través del cual el santo de Nola escrutaba su alma en su búsqueda de la perfección. A quien se sorprendía por la decisión de abandonar los bienes materiales, le recordaba que este gesto no representaba ni muchos menos la plena conversión: «Abandonar o vender los bienes temporales poseídos en este mundo no significa el cumplimiento, sino sólo el inicio de la carrera en el estadio; no es, por así decir, la meta, sino sólo la salida. El atleta no gana cuando se quita los vestidos, pues los deja a un lado para poder comenzar a luchar. Sólo recibe la corona de vencedor después de haber combatido como se debe» (Cf. Epístola XXIV, 7 a Sulpicio Severo).

Junto a la ascesis y a la Palabra de Dios, la caridad: en la comunidad monástica los pobres se sentían en su casa. Paulino no se limitaba a darles limosna: les acogía como si fuera el mismo Cristo. Les reservaba un ala del monasterio y, de este modo, no tenía la impresión de dar, sino de recibir, en el intercambio de dones entre la acogida ofrecida y la gratitud hecha oración de aquellos a quienes ayudaba. Llamaba a los pobres sus «dueños» (Cf. Epístola XIII, 11 a Pamaquio) y, al observar que se alojaban en el piso inferior, les decía que su oración desempeñaba la función de los cimientos de su casa (Cf. Carmen XXI, 393-394).

San Paulino no escribió tratados de teología, sino que sus cármenes y su denso epistolario están llenos de una teología vivida, penetrada por la Palabra de Dios, escrutada constantemente como luz para la vida. En particular, expresa el sentido de la Iglesia como misterio de unidad. Vivía la comunión sobre todo a través de una profunda práctica de la amistad espiritual. En este sentido, Paulino fue un verdadero maestro, haciendo de su vida un cruce de caminos de espíritus elegidos: de Martín de Tours a Jerónimo, de Ambrosio a Agustín, de Delfín de Burdeos a Niceto de Remesiana, de Vitricio de Rouen a Rufino de Aquileya, de Pamaquio a Sulpicio Severo, y muchos más, ya sean conocidos o no. En este clima nacen las intensas páginas que dirigió a Agustín. Independientemente de los contenidos de las diferentes cartas, impresiona el ardor con el que el santo de Nola canta la amistad misma, como manifestación del único cuerpo de Cristo animado por el Espíritu Santo.

Este es un significativo pasaje de los inicios de la correspondencia entre los dos amigos: «No hay que sorprenderse si nosotros, a pesar de la lejanía, estamos juntos y sin habernos conocido nos conocemos, pues somos miembros de un solo cuerpo, tenemos una sola cabeza, hemos quedado inundados por una sola gracia, vivimos de un solo pan, caminamos por un camino único, vivimos en la misma casa» (Epístola 6, 2). Como puede verse, se trata de una bellísima descripción de lo que significa ser cristianos, ser Cuerpo de Cristo, vivir en la comunión de la Iglesia. La teología en nuestro tiempo ha encontrado precisamente en el concepto de comunión la clave para afrontar el misterio de la Iglesia. El testimonio de san Paulino de Nola nos ayuda a experimentar la Iglesia tal y como la presenta el Concilio Vaticano II: sacramento de la íntima unión con Dios y de este modo de la unidad de todos nosotros y por último de todo el género humano (Cf. Lumen gentium, 1). Con esta perspectiva os deseo a todos vosotros un feliz tiempo de Adviento.

No hay comentarios: