miércoles, 9 de enero de 2013

¡Hosanna al Rey!


Ha llegado el último acto del drama de la vida de Jesús. Era la época de Pascua y tanto Jerusalén como sus alrededores estaban atestados de gente. Un gobernador romano hizo una vez un censo de los corderos que se sacrificaban allí en las fiestas de Pascua y llegó casi a 100,000. Ahora bien: la reglamentación de Pascua exigía que debía haber un grupo de diez personas para cada cordero. Si las cifras de aquel gobernador eran exactas, significa que había casi un millón de personas en la ciudad y sus alrededores. La ley mandaba que todo israelita mayor de 12 años debía ir a la ciudad santa a la fiesta de Pascua, y además de los israelitas eran muchas las personas fervorosas en la religión que iban desde otros países a adorar al Dios de Israel. La ciudad era un hervidero de gente y Jesús no pudo escoger otra fecha más oportuna que ésta para hacer su entrada apoteósica a la capital.
La palabra de Dios en Mateo 21,8 nos dice que, tendieron sus mantos. Esto era la costumbre popular para recibir a un gran jefe. Así los recibían cuando llegaban a posesionarse de su reino y hoy en día todavía se ve esta práctica en algunos países de oriente cuando reciben al jefe de la nación.
Cortaban palmas: Así recibían a sus grandes libertadores en Israel y lo podemos ver por ejemplo con Simón el Macabeo en 1 Macabeos 13,51. Todos llevan ramas en la mano y cada Hosanna que gritaban, todos levantan las ramas y parece un bosque que sube y baja. Bendito el que viene en nombre del Señor es un saludo que según el Salmo 117 hay que dar a un peregrino cuando uno se alegra de recibirlo. Hosanna era un grito de exclamación y de petición de ayuda. Era un “Viva” y un “Ayúdanos”. Se lo gritaban a los grandes líderes cuando hacían su entrada triunfal.
El profeta Zacarías vió que el futuro Rey Mesías entraría a Jerusalén cabalgando sobre un asno, sobre el asnillo hijo de asna, asnillo sobre el cual nadie había cabalgado antes (Zac. 9,9). Es un detalle que le da un carácter sagrado a esta entrada triunfal, porque para ciertas funciones muy sagradas se exigía que el animal que se llevaba, nunca hubiera sido empleado para trabajos. Jesús le daba a esta entrada un carácter mesiánico. Con esto afirmaba deliberadamente que El es el Mesías que Israel estaba esperando.
Esta entrada nos demuestra el gran coraje de Jesús. Llega a una ciudad donde los jefes están en contra suya con odio a muerte. Y no llega a escondidas, sino en una forma que lo ubicaba con toda intención en el centro mismo del escenario y que hacía que todos los ojos se volvieran hacia El. Todos los actos de los últimos días de Jesús lo presentan de una manera valerosa y admirable que no demuestra el mínimo temor a las consecuencias tan graves que su actitud magnífica y sublime le puede acarrear. Jesús en sus últimos días se manifiesta en cada escena como el Mesías, el Enviado de Dios. Si Jesús se hubiera contentado con afirmar que era un profeta, es muy probable que no lo habrían crucificado. Pero el solo se siente satisfecho en el lugar supremo, en el sitio que le corresponde, el de Mesías, Enviado de Dios, Hijo del Altísimo. Quiere este reconocimiento o no acepta ninguno. Los hombres deben reconocerlo como Mesías e Hijo de Dios, o no recibirlo ni aceptarlo….”El que no está conmigo, está contra mí….”

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