miércoles, 9 de enero de 2013

Jesús Presente en la Eucaristía


Este mes de mayo es el mes de La Virgen María y en nuestra diócesis también es mes de primeras comuniones. Los niños que han perseverado por dos años de estudio y dedicación tendrán la dicha de por primera vez en sus vidas recibir a Jesucristo en cuerpo, alma y divinidad. Todo es alegría en la familia; los padrinos ya se han escogido, la fiesta ya se planeó desde hace tiempo, el menú de la fiesta está decidido. Los niños estrenarán traje nuevo y las niñas lucirán su bello vestido blanco. La expectativa y el gozo se desborda en el rostro de estos chiquitines y no es para menos, van a participar del banquete ofrecido por Jesús donde EL se dará como alimento para la vida eterna.
En los elementos que Cristo tomó para este sacramento fácilmente encontramos la finalidad del mismo. En la Eucaristía es fácil descubrir el para qué: pan y vino expresan sobre todo el alimento. Cuerpo separado de la sangre expresa el sacrificio al que el Señor hace alusión al instituir la Eucaristía: Cuerpo que se entrega para la muerte, sangre derramada para establecer un pacto nuevo, un nuevo testamento, una nueva alianza con un nuevo pueblo.
Si comprendemos este sentido de la Eucaristía como alimento, llegaremos a sentirnos incómodos si vamos a su celebración y no tomamos parte al recibirla. La no participación mediante la comunión supone en el fondo a que no hemos comprendido las palabras de Cristo: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre….El que come mi carne y bebe mi sangre vive de vida eterna y yo lo resucitaré el último día”(Jn 6, 51.54).
La Eucaristía como sacrificio nos hace pensar en que cada vez que la celebramos, estamos recordando la muerte del Señor. Tenemos entre manos el más grande signo del amor de Dios: a Cristo inmolado, víctima por nuestros pecados hasta el fin de los siglos. Y de ahí también la respuesta que exige en nuestra vida.
Si Cristo nos ha manifestado su amor así, si la entrega de la propia vida es considerada como la señal más grande de amor, como cristiano debo alimentarme del pan de la Eucaristía en el que Cristo mismo se me entrega. El aceptarla es también signo de amor por mi parte. Es el pan necesario de nuestro ser cristiano en nuestra marcha hacia Dios.

Gracias Padre Celestial por el regalo del sacramento de la Eucaristía en donde Jesucristo se nos da como alimento de vida eterna.

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