sábado, 5 de enero de 2013

LA FE



 
 
 

EN BUSCA DE DIOS 

“En Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos de los Apóstoles 17, 28) 
EL HOMBRE: UN SER RELIGIOSO 
Los seres humanos somos, por naturaleza, seres religiosos. El deseo de Dios está inscrito en nuestro corazón desde el primer instante de nuestra existencia. Es más; sólo alcanzamos la plenitud de nuestro ser de hombres, nuestra verdadera identidad, cuando establecemos una relación íntima, personal y profunda con Dios que nos ama, y que nos lo demuestra de mil maneras.
En esta relación de los hombres con Dios, es Dios quien siempre da el primer paso. Nos busca, se nos manifiesta, se nos da a conocer a través de acontecimientos, de personas, de palabras, para que acercándonos a Él alcancemos la verdadera felicidad.
¿PODEMOS LOS HOMBRES LLEGAR A CONOCER A DIOS? 
La Iglesia nos enseña que los hombres, creados inteligentes y libres, estamos en capacidad de conocer a Dios por la luz natural de la razón. El orden, la belleza, el desarrollo y la armonía del mundo, y nuestra conciencia, son para nosotros una muestra concreta de la existencia de un Dios que crea y que conserva todo lo que vemos.
Sin embargo, este conocimiento racional de Dios, no es completo, sino frágil y limitado.
LA FE: UN CAMINO SEGURO HACIA DIOS 
Para conocer a Dios como es, los seres humanos necesitamos, además de la luz natural de la razón, el esfuerzo de nuestra inteligencia, la rectitud de nuestra voluntad, el amor de nuestro corazón, y la iluminación misma de Dios.
Esta iluminación de Dios a los seres humanos la llamamos REVELACIÓN. REVELARSE significa quitarse el velo, mostrarse, manifestarse, darse a conocer.
La revelación de Dios nos permite abrir nuestro corazón a Él, entrar en su intimidad, y acogerlo por la FE.
La FE es un don que Dios nos da. Una gracia que nos permite conocerlo, acercarnos a Él  y aceptar su presencia y su acción en nuestra vida.
Cuando acogemos a Dios, nuestra vida se transforma y se vuelve respuesta a su amor y a su bondad, porque sabemos que es nuestro Padre y que desea lo mejor para nosotros.
EL ATEÍSMO
A lo largo de la historia del mundo, muchos hombres y mujeres han aceptado y vivido la presencia de Dios en su vida, y han mantenido su unión íntima y vital con Él; pero también muchos la han olvidado o rechazado. Este fenómeno de la desvinculación de Dios es lo que llamamos ATEÍSMO.
El ateísmo lleva al ser humano a alejarse de Dios y a poner su mente y su corazón en cosas pasajeras como el dinero, el poder, el placer y la fama, que pueden darle satisfacciones más inmediatas, pero ninguna de las cuales llena sus aspiraciones espirituales más íntimas.
El ateísmo es uno de los problemas más graves del mundo actual.

LA REVELACIÓN DE DIOS

DIOS

SALE A NUESTRO ENCUENTRO

 
 
“Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros padres… en los últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo…” (Hebreos 1, 1)
ETAPAS DE LA REVELACIÓN
La revelación de Dios comenzó al principio de los tiempos, con la obra maravillosa de la creación del mundo, y tuvo un segundo momento fundamental en la manifestación de Dios Creador a los primeros hombres.
Cuando los primeros hombres pecaron, y con su pecado rompieron sus relaciones con Dios, Dios no interrumpió el proceso de revelación, al contrario, anunció la salvación de toda la humanidad.
A medida que transcurría el tiempo, Dios, llevado de su amor por los hombres, estableció alianzas sucesivas con Noé, Abrahán, Isaac, Jacob y José, y finalmente, selló un pacto definitivo con el pueblo de Israel y lo hizo su pueblo.
Guiados por Moisés, los israelitas prometieron a Dios cumplir su ley y adorarlo como único Dios, y Dios prometió protegerlos de sus enemigos y darle una tierra propia donde pudieran crecer y desarrollarse.
Durante un largo tiempo, Dios fue formando a su pueblo en la esperanza de la salvación, por medio de los profetas.   
 

Finalmente, cuando se cumplió el tiempo previsto, Dios se reveló al mundo en la personade Jesús, su Hijo. Jesús es Dios hecho hombre, un Dios con rostro humano. Jesús es la suprema manifestación del Padre.
TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA
Todos los acontecimientos de la historia de Israel fueron considerados por los israelitas como intervenciones directas de Dios.
Los israelitas transmitieron de generación en generación todas estas acciones de Dios, hasta que finalmente las pusieron por escrito, en libros que desde el principio consideraron sagrados. Así nacieron los libros del ANTIGUO TESTAMENTO.
Igual cosa ocurrió con los acontecimientos de la vida de Jesús y sus enseñanzas. Después de su muerte y su resurrección, los apóstoles, iluminados por el Espíritu Santo, comenzaron a predicar por todas partes lo que habían “visto y oído”, empezando por el maravilloso acontecimiento de la resurrección.
Pasados algunos años, los sucesores de los apóstoles consignaron por escrito lo que los apóstoles les habían enseñado. Este es el origen de los EVANGELIOS, y posteriormente de los demás libros del NUEVO TESTAMENTO, que narran la historia del nacimiento y desarrollo de la Iglesia primitiva.
Apoyada en los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento, y en toda su historia, la Iglesia continúa hoy la misión que Jesús encomendó a los apóstoles: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que Yo les he mandado. Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 19-20). Así, poco a poco, va transmitiéndose por el mundo, la revelación, la manifestación de Dios a los hombres, de todos los tiempos y de todos los lugares.
LA TRADICIÓN Y LA SAGRADA ESCRITURA
Al comienzo, el anuncio de los apóstoles fue una predicación oral. Esta predicación la llamamos TRADICIÓN, y tiene gran importancia para la Iglesia.
Después, iluminados por el Espíritu Santo, los apóstoles y algunos de sus seguidores, pusieron por escrito el mensaje que comunicaban, según las necesidades que se les iban presentando. Así nacieron los Evangelios y demás escritos del Nuevo Testamento.
Los escritos del Nuevo Testamento, unidos a los escritos del Antiguo Testamento, reciben el nombre de SAGRADA ESCRITURA o BIBLIA.
El autor de la Sagrada Escritura, Antiguo y Nuevo Testamento, es Dios mismo. Dios inspiró a los hombres que escribieron los libros sagrados y consignaron en ellos los acontecimientos palabras y hechos que nos muestran la acción de Dios en la historia humana.
En la Sagrada Escritura Dios nos habla a los hombres a la manera de los hombres. Esto quiere decir que, para conocer e interpretar las Escrituras, es necesario buscar lo que los escritores sagrados quisieron decir, y lo que Dios nos manifestó por medio de ellos. Para lograrlo hay que tener en cuenta la época y la cultura de estos autores sagrados, y los “géneros literarios” o modos de escribir y de hablar de su tiempo.
La Sagrada Escritura, la Biblia, no es un libro histórico, ni un libro científico. La Biblia es un libro religioso en el que Dios se nos hace presente de muchas maneras, nos muestra su amor y su bondad, y nos enseña cómo debemos vivir para realizarnos como hombres y mujeres.
La Iglesia nos recomienda con insistencia que leamos la Sagrada Escritura y meditemos en lo que nos dice; en especial los Evangelios, para que adquiramos el más profundo conocimiento y amor de Dios.
EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA
En la actualidad, los Obispos, sucesores de los apóstoles, unidos en comunión con el Papa, Obispo de Roma y sucesor de San Pedro, conforman lo que llamamos el MAGISTERIO DE LA IGLESIA. Su misión es enseñarnos con fidelidad el mensaje de Dios, bajo la guía del Espíritu Santo, teniendo como base la TRADICIÓN y la SAGRADA ESCRITURA.
El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que le viene de Jesús, cuando define Dogmas de Fe. Los Dogmas de Fe son las verdades que los católicos debemos aceptar y creer como verdades reveladas por Dios, o que tienen su fundamento en la Revelación.

LA RESPUESTA DEL HOMBRE

 
NUESTRA RESPUESTA
 
 

A DIOS

“Creen en Dios, crean también en Mí” (Juan 14, 1)
 ¿QUÉ ES LA FE?
La Sagrada Escritura nos habla de “obediencia de la fe”, y la entiende como “adhesión a Dios”. La fe es la adhesión personal del hombre a Dios y  el asentimiento libre a la verdad que Dios nos ha revelado.
El único objeto de nuestra fe es Dios, porque Dios es el único ser en quien los seres humanos podemos confiar y a quien podemos entregarnos sin temor.
Los católicos creemos en Dios Padre, que nos creó y envió a su Hijo al mundo para salvarnos. Creemos en Jesús, el Hijo de Dios, nuestro Salvador. Y creemos en el Espíritu Santo que nos revela quién es Jesús y cuál es su misión.
CARACTERÍSTICAS DE LA FE
La fe es, en primer lugar, un don de Dios, una gracia, una virtud sobrenatural, que Dios mismo infunde en nuestro corazón.
Pero es también un acto humano, plenamente libre y consciente. Un acto humano que nos lleva a aceptar a Dios como nuestro Creador y Padre, a ponernos en sus manos y a entregarle nuestra vida.
Dios nos comunica el don de la fe en el Bautismo, como una semilla, y nosotros tenemos que hacerlo crecer y fructificar con nuestras buenas obras.
Para vivir en la fe, crecer y perseverar en ella, es necesario alimentarnos con la Palabra de Dios, mantenernos unidos a la fe de toda la Iglesia, y orar con insistencia a Dios pidiéndole que nos la aumente.
LA FE Y LAS OBRAS
Pero la fe no puede ser algo abstracto, sin fundamento en la realidad. La fe que decimos tener se hace realidad, se muestra como verdadera fe, en nuestro comportamiento de cada día.
Tener fe, creer, no nos puede dejar permanecer encerrados en nosotros mismos, ciegos a la realidad que nos rodea. Todo lo contrario. Tener fe, creer, nos exige llevar una vida conforme a esa fe, es decir, actuar de una manera determinada. La fe nos pide obras que estén de acuerdo con el mensaje de amor y de misericordia que Dios nos comunica al revelársenos; obras que hagan realidad en actitudes y en actos, las enseñanzas y el ejemplo de Jesús.
El apóstol Santiago nos dice: “¿De qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: ‘Tengo fe’, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y carecen del sustento diario, y alguno de ustedes les dice: ‘Váyanse en paz, caliéntense y llénense’, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve? Así también la fe, si no tiene obras está realmente muerta” (Santiago 2, 14-17).
MODELOS DE FE
La Sagrada Escritura nos presenta muchos personajes que por su vida son para nosotros testigos y modelos de una fe auténtica. Entre estos personajes podemos destacar a Abrahán y a María.
San Pablo, en su Carta a los Romanos, llama a Abrahán “padre de los creyentes” (cf. Romanos 4, 11). La Carta a los Hebreos, que hace un gran elogio de la fe de los antiguos patriarcas, habla de su vida como un continuo acto de fe. Dice: “Por la fe, Abrahán obedeció y salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber adonde iba. Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la tierra prometida… Por la fe, Sara recibió vigor para ser madre… Por la fe, Abrahán, sometido a prueba, presentó a Isaac como ofrenda…” (Hebreos 11, 8.9a.11a.17a.).
María, por su parte, es quien realiza de la manera más perfecta, la obediencia de la fe. Acogió el anuncio del ángel e inmediatamente dio su asentimiento: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1, 38). Por eso Isabel la saludó con la alabanza “¡Dichosa tú que has creído que se cumplirán las cosas que te fueron dichas de parte de Dios!” (Lucas 1, 45).
La fe de María nunca vaciló. Ni siquiera cuando vio a Jesús, su Hijo, padecer y morir en la cruz. Permaneció firme, llena de confianza en Dios.
LA FE DE LA IGLESIA
Aunque la fe es un acto personal, libre y consciente, nunca es un acto aislado. Nadie puede creer solo, así como nadie puede vivir solo. Todo el que cree ha recibido la fe de otro o de otros, y debe, a su vez, comunicarla a otros.
La Iglesia, comunidad de fe, es la primera que cree, y a la vez, la que sostiene la fe particular de quienes somos parte de Ella.
Para entrar a ser parte de la Iglesia recibimos el Bautismo, y en el Bautismo Dios nos da la fe. Después, la Iglesia forma nuestra fe, nos instruye, y nos impulsa a confesarla con nuestra vida, si es necesario.
A lo largo de los siglos y hasta el final de los tiempos, la Iglesia ha guardado y conservado, y seguirá haciéndolo, el tesoro de la fe, para transmitirlo de generación en generación. Por eso decimos que la Iglesia es la madre de los creyentes.
La fe de la Iglesia, nuestra fe, es siempre una y permanece intacta, a pesar de la diversidad de los tiempos, de las culturas y de los hombres.
EL CREDO, SÍMBOLO DE LA FE 
Desde su nacimiento con los apóstoles, la Iglesia expresó y transmitió su fe en fórmulas breves y muy concretas. Más adelante, quiso recoger lo esencial de la fe en resúmenes orgánicos y articulados, destinados principalmente a preparar a quienes iban a recibir el Bautismo. Estas síntesis de la fe reciben los nombres de “Profesiones de fe”, “Símbolos de la Fe”, y “Credo”, tres expresiones que significan lo mismo.
Entre todos los Símbolos de la Fe de las diferentes épocas de la historia de la Iglesia, se destaca el llamado “Credo de los Apóstoles”, porque resume fielmente la fe de los apóstoles y la Iglesia primitiva.
Cuando rezamos el Credo, entramos en comunión con Dios y con toda la Iglesia.



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