jueves, 10 de enero de 2013

Pablo de Tebas, Santo


Ermitaño, 10 de enero
 
Pablo de Tebas, Santo
Pablo de Tebas, Santo

Ermitaño

Martirologio Romano: En la Tebaida (hoy Egipto), san Pablo, eremita, uno de los primeros en abrazar la vida monástica (s. IV).
La vida de este santo fue escrita por el gran sabio San Jerónimo, en el año 400.

Nació hacia el año 228, en Tebaida, una región que queda junto al río Nilo en Egipto y que tenía por capital a la ciudad de Tebas.

Fue bien educado por sus padres, aprendió griego y bastante cultura egipcia. Pero a los 14 años quedó huérfano. Era bondadoso y muy piadoso. Y amaba enormemente a su religión.

En el año 250 estalló la persecución de Decio, que trataba no tanto de que los cristianos llegaran a ser mártires, sino de hacerlos renegar de su religión. Pablo se vio ante estos dos peligros: o renegar de su fe y conservar sus fincas y casas, o ser atormentado con tan diabólica astucia que lo lograran acobardar y lo hicieran pasarse al paganismo con tal de no perder sus bienes y no tener que sufrir más torturas. Como veía que muchos cristianos renegaban por miedo, y él no se sentía con la suficiente fuerza de voluntad para ser capaz de sufrir toda clase de tormentos sin renunciar a sus creencias, dispuso más bien esconderse. Era prudente.

Pero un cuñado suyo que deseaba quedarse con sus bienes, fue y lo denunció ante las autoridades. Entonces Pablo huyó al desierto. Allá encontró unas cavernas donde varios siglos atrás los esclavos de la reina Cleopatra fabricaban monedas. Escogió por vivienda una de esas cuevas, cerca de la cual había una fuente de agua y una palmera. Las hojas de la palmera le proporcionaban vestido. Sus dátiles le servían de alimento. Y la fuente de agua le calmaba la sed.

Al principio el pensamiento de Pablo era quedarse por allí únicamente el tiempo que durará la persecución, pero luego se dio cuenta de que en la soledad del desierto podía hablar tranquilamente a Dios y escucharle tan claramente los mensajes que Él le enviaba desde el cielo, que decidió quedarse allí para siempre y no volver jamás a la ciudad donde tantos peligros había de ofender a Nuestro Señor. Se propuso ayudar al mundo no con negocios y palabras, sino con penitencias y oración por la conversión de los pecadores.

Dice San Jerónimo que cuando la palmera no tenía dátiles, cada día venía un cuervo y le traía medio pan, y con eso vivía nuestro santo ermitaño. (La Iglesia llama ermitaño al que para su vida en una "ermita", o sea en una habitación solitaria y retirada del mundo y de otras habitaciones).

Después de pasar allí en el desierto orando, ayunando, meditando, por más de setenta años seguidos, ya creía que moriría sin volver a ver rostro humano alguno, y sin ser conocido por nadie, cuando Dios dispuso cumplir aquella palabra que dijo Cristo: "Todo el que se humilla será engrandecido" y sucedió que en aquel desierto había otro ermitaño haciendo penitencia. Era San Antonio Abad. Y una vez a este santo le vino la tentación de creer que él era el ermitaño más antiguo que había en el mundo, y una noche oyó en sueños que le decían: "Hay otro penitente más antiguo que tú. Emprende el viaje y lo lograrás encontrar". Antonio madrugó a partir de viaje y después de caminar horas y horas llegó a la puerta de la cueva donde vivía Pablo. Este al oír ruido afuera creyó que era una fiera que se acercaba, y tapó la entrada con una piedra. Antonio llamó por muy largo rato suplicándole que moviera la piedra para poder saludarlo.

Al fin Pablo salió y los dos santos, sin haberse visto antes nunca, se saludaron cada uno por su respectivo nombre. Luego se arrodillaron y dieron gracias a Dios. Y en ese momento llegó el cuervo trayendo un pan entero. Entonces Pablo exclamó: "Mira cómo es Dios de bueno. Cada día me manda medio pan, pero como hoy has venido tú, el Señor me envía un pan entero."

Se pusieron a discutir quién debía partir el pan, porque este honor le correspondía al más digno. Y cada uno se creía más indigno que el otro. Al fin decidieron que lo partirían tirando cada uno de un extremo del pan. Después bajaron a la fuente y bebieron agua cristalina. Era todo el alimento que tomaban en 24 horas. Medio pan y un poco de agua. Y después de charlar de cosas espirituales, pasaron toda la noche en oración.

A la mañana siguiente Pablo anunció a Antonio que sentía que se iba a morir y le dijo: "Vete a tu monasterio y me traes el manto que San Atanasio, el gran obispo, te regaló. Quiero que me amortajen con ese manto". San Antonio se admiró de que Pablo supiera que San Atanasio le había regalado ese manto, y se fue a traerlo. Pero temía que al volver lo pudiera encontrar ya muerto.

Cuando ya venía de vuelta, contempló en una visión que el alma de Pablo subía al cielo rodeado de apóstoles y de ángeles. Y exclamó: "Pablo, Pablo, ¿por qué te fuiste sin decirme adiós?". (Después Antonio dirá a sus monjes: "Yo soy un pobre pecador, pero en el desierto conocí a uno que era tan santo como un Juan Bautista: era Pablo el ermitaño").

Cuando llegó a la cueva encontró el cadáver del santo, arrodillado, con los ojos mirando al cielo y los brazos en cruz. Parecía que estuviera rezando, pero al no oírle ni siquiera respirar, se acercó y vio que estaba muerto. Murió en la ocupación a la cual había dedicado la mayor parte de las horas de su vida: orar al Señor.

Antonio se preguntaba cómo haría para cavar una sepultura allí, si no tenía herramientas. Pero de pronto oyó que se acercaban dos leones, como con muestras de tristeza y respeto, y ellos, con sus garras cavaron una tumba entre la arena y se fueron. Y allí depositó San Antonio el cadáver de su amigo Pablo.

San Pablo murió el año 342 cuando tenía 113 años de edad y cuando llevaba 90 años orando y haciendo penitencia en el desierto por la salvación del mundo. Se le llama el primer ermitaño, por haber sido el primero que se fue a un desierto a vivir totalmente retirado del mundo, dedicado a la oración y a la meditación.

San Antonio conservó siempre con enorme respeto la vestidura de San Pablo hecha de hojas de palmera, y él mismo se revestía con ella en las grandes festividades.

San Jerónimo decía: "Si el Señor me pusiera a escoger, yo preferiría la pobre túnica de hojas de palmera con la cual se cubría Pablo el ermitaño, porque él era un santo, y no el lujoso manto con el cual se visten los reyes tan llenos de orgullo".

San Pablo el ermitaño con su vida de silencio, oración y meditación en medio del desierto, ha movido a muchos a apartarse del mundo y dedicarse con más seriedad en la soledad a buscar la satisfacción y la eterna salvación.
Oh Señor: Tu que moviste a San Pablo el primer ermitaño a dejar las vanidades del mundo e irse a la soledad del desierto a orar y meditar, concédenos también a nosotros, dedicar muchas horas en nuestra vida, apartados del bullicio mundanal, a orar, meditar y a hacer penitencia por nuestra salvación y por la conversión del mundo.
Amen.

   

Pablo de Tebas
Diego Velázquez 010.jpg
Cuadro de Diego Velázquez representando a Antonio Abad y Pablo de Tebas.
Pablo de Tebas, Pablo el ermitaño o Pablo el egipcio fue un eremita egipcio nacido aproximadamente hacia el año 228 en la región de Tebaida, junto al río Nilo y fallecido en el año 342. Es venerado en la Iglesia católica y en la Iglesia copta como santo y es considerado por la tradición cristiana como el primer ermitaño que existió. Su memoria litúrgica se celebra el 15 de enero.
Fue objeto de una hagiografía compuesta por san Jerónimo llamada Vita Sancti Pauli primi eremitae (cf. Migne PL 23 17-28) y escrita durante la segunda mitad del siglo IV. Según este texto Pablo era egipcio de una familia rica y habría recibido una excelente educación, cultivada en el estudio de la cultura egipcia y el idioma griego. Dejó todo para irse al desierto, tras ser denunciado por ser cristiano por algunos familiares que querían apoderarse de su patrimonio, durante la persecución del emperador romano Decio. De acuerdo con la narración de Jerónimo, Pablo no volvió a la ciudad y pasó el resto de su vida en el desierto y se alimentaba del pan que le traía un cuervo. Al final de su vida recibió la visita de Antonio Abad a quien pidió ser sepultado con la túnica que éste último había recibido del obispo Atanasio en una fosa excavada, siempre según los relatos de Jerónimo, por un par de leones.
Se trata en realidad de una serie de lugares comunes sobre vidas de eremitas que hacen ver lo poco que se sabe o sabía Jerónimo de su biografiado. Sin embargo, queda el dato de que desde el año 250 habría comenzado su vida de ermitaño no sin intervenir en algunas ocasiones en las problemáticas de la Iglesia de los alrededores.

 Su culto y la Orden húngara en su honor

En la iconografía cristiana se le representa a menudo junto a Antonio Abad, con el cuervo, los dos leones y su túnica hecha de hojas de palmera. En este santo católico se inspira la Orden de San Pablo Primer Eremita (monjes paulinos), fundada en Hungría en el siglo XIII por el beato Eusebio de Esztergom. Posteriormente durante el reinado de Luis I de Hungría el relicario de su cuerpo fue llevado clandestinamente desde Venecia al reino magiar, donde se les rindió culto primero en la capilla real del palacio de la ciudad de Buda a partir de del 4 de octubre de 1381, y posteriormente el 14 de noviembre fue llevada al monasterio de la orden Paulina de Budaszentlőric, el cual se convirtió en el centro de muchos peregrinos húngaros y extranjeros que acudían a honrar al santo (se sabe por registros posteriores que en 1426 fue en preregrinación el caballero Rainaldo degli de Albizz, y Pierre Choqué). En esta época el relicario de la cabeza de San Pablo aún se hallaba en el castillo de Karlstein en Bohemia, hasta que en 1523 los checos se la entregaron al rey Luis II de Hungría, y el 23 de mayo se unieron por vez primera después de muchos siglos los dos relicarios del cuerpo y cabeza. Luego de la invasión turca otomana de 1521 pocas reliquias de santos lograron ser salvadas y llevadas a sitios seguros. Se desconoce el paradero exacto de los restos de San Pablo y se presume que fueron destruídos.[1]

Referencias

  1. Kovács Péter. (2008) Hétköznapi élet a Mátyás király korában. Budapest, Hungría: Editorial Corvina.

Bibliografía

  • Enciclopedia cattolica (versión italiana), Sansoni, Florencia 1952, pág. 753

 Enlaces externos

Vida del Abad Pablo de Tebas


 

Abad Pablo de Tebas

Vida del Abad Pablo de Tebas

Estimadas hermanas y estimados hermanos, tengan paz!
Durante varias semanas, estuvimos compartiendo en Collatio, la vida del Abad Antonio, quien nos ha edificado con su vida y su enseñanza.
En esta oportunidad, iniciamos una nueva serie de entregas sobre la vida del Abad Pablo de Tebas, primer ermitaño.
Esta nueva serie de entregas estará se realizará en las próximas 6 semanas, tituladas: Prólogo, Pablo huye al desierto, Antonio busca a Pablo, La reunión de los dos ascetas, Dormición de Pablo y su entierro, Exhortaciones finales.
Información complementaria:
San Pablo de Tebas fue honrado como el primer habitante del desierto y el primer ermitaño cristiano. Vivió su ascetismo en Egipto, en la región llamada la Tebaida, hasta su muerte en el año 341, a la edad de 113 años.
Poco después de su nacimiento al cielo muchos querían imitar su vida, llenando los desierto de verdaderos centros monásticos, lleva junto a San Antonio el título de padre del monacato.
Lo que sabemos de él lo debemos a la pluma de San Jerónimo, reunido en el testimonio Vita Sancti Pauli primera Eremitae, sobre la vida de Pablo.
A su muerte, San Antonio enterró el cuerpo cerca de la cueva donde vivía. En el siglo XII las reliquias del santo fueron trasladados desde Egipto a Constantinopla y se coloca en el monasterio de la Madre de Dios Peribleptos, por orden del emperador Manuel (1143-1180).
A raíz de las Cruzadas fueron robados en Venecia, y finalmente llevó a la Ofa en Hungría. Parte de su cabeza está en Roma.
La Iglesia Ortodoxa estableció su fiesta el 15 de enero y la Iglesia Católica Romana 10 de enero.


Pablo de Tebas, Santo
Ermitaño
Martirologio Romano: En la Tebaida (hoy Egipto), san Pablo, eremita, uno de los primeros en abrazar la vida monástica (s. IV).
La vida de este santo fue escrita por el gran sabio San Jerónimo, en el año 400.

Nació hacia el año 228, en Tebaida, una región que queda junto al río Nilo en Egipto y que tenía por capital a la ciudad de Tebas.

Fue bien educado por sus padres, aprendió griego y bastante cultura egipcia. Pero a los 14 años quedó huérfano. Era bondadoso y muy piadoso. Y amaba enormemente a su religión.

En el año 250 estalló la persecución de Decio, que trataba no tanto de que los cristianos llegaran a ser mártires, sino de hacerlos renegar de su religión. Pablo se vio ante estos dos peligros: o renegar de su fe y conservar sus fincas y casas, o ser atormentado con tan diabólica astucia que lo lograran acobardar y lo hicieran pasarse al paganismo con tal de no perder sus bienes y no tener que sufrir más torturas. Como veía que muchos cristianos renegaban por miedo, y él no se sentía con la suficiente fuerza de voluntad para ser capaz de sufrir toda clase de tormentos sin renunciar a sus creencias, dispuso más bien esconderse. Era prudente.

Pero un cuñado suyo que deseaba quedarse con sus bienes, fue y lo denunció ante las autoridades. Entonces Pablo huyó al desierto. Allá encontró unas cavernas donde varios siglos atrás los esclavos de la reina Cleopatra fabricaban monedas. Escogió por vivienda una de esas cuevas, cerca de la cual había una fuente de agua y una palmera. Las hojas de la palmera le proporcionaban vestido. Sus dátiles le servían de alimento. Y la fuente de agua le calmaba la sed.

Al principio el pensamiento de Pablo era quedarse por allí únicamente el tiempo que durará la persecución, pero luego se dio cuenta de que en la soledad del desierto podía hablar tranquilamente a Dios y escucharle tan claramente los mensajes que Él le enviaba desde el cielo, que decidió quedarse allí para siempre y no volver jamás a la ciudad donde tantos peligros había de ofender a Nuestro Señor. Se propuso ayudar al mundo no con negocios y palabras, sino con penitencias y oración por la conversión de los pecadores.

Dice San Jerónimo que cuando la palmera no tenía dátiles, cada día venía un cuervo y le traía medio pan, y con eso vivía nuestro santo ermitaño. (La Iglesia llama ermitaño al que para su vida en una "ermita", o sea en una habitación solitaria y retirada del mundo y de otras habitaciones).

Después de pasar allí en el desierto orando, ayunando, meditando, por más de setenta años seguidos, ya creía que moriría sin volver a ver rostro humano alguno, y sin ser conocido por nadie, cuando Dios dispuso cumplir aquella palabra que dijo Cristo: "Todo el que se humilla será engrandecido" y sucedió que en aquel desierto había otro ermitaño haciendo penitencia. Era San Antonio Abad. Y una vez a este santo le vino la tentación de creer que él era el ermitaño más antiguo que había en el mundo, y una noche oyó en sueños que le decían: "Hay otro penitente más antiguo que tú. Emprende el viaje y lo lograrás encontrar". Antonio madrugó a partir de viaje y después de caminar horas y horas llegó a la puerta de la cueva donde vivía Pablo. Este al oír ruido afuera creyó que era una fiera que se acercaba, y tapó la entrada con una piedra. Antonio llamó por muy largo rato suplicándole que moviera la piedra para poder saludarlo.

Al fin Pablo salió y los dos santos, sin haberse visto antes nunca, se saludaron cada uno por su respectivo nombre. Luego se arrodillaron y dieron gracias a Dios. Y en ese momento llegó el cuervo trayendo un pan entero. Entonces Pablo exclamó: "Mira cómo es Dios de bueno. Cada día me manda medio pan, pero como hoy has venido tú, el Señor me envía un pan entero."

Se pusieron a discutir quién debía partir el pan, porque este honor le correspondía al más digno. Y cada uno se creía más indigno que el otro. Al fin decidieron que lo partirían tirando cada uno de un extremo del pan. Después bajaron a la fuente y bebieron agua cristalina. Era todo el alimento que tomaban en 24 horas. Medio pan y un poco de agua. Y después de charlar de cosas espirituales, pasaron toda la noche en oración.

A la mañana siguiente Pablo anunció a Antonio que sentía que se iba a morir y le dijo: "Vete a tu monasterio y me traes el manto que San Atanasio, el gran obispo, te regaló. Quiero que me amortajen con ese manto". San Antonio se admiró de que Pablo supiera que San Atanasio le había regalado ese manto, y se fue a traerlo. Pero temía que al volver lo pudiera encontrar ya muerto.

Cuando ya venía de vuelta, contempló en una visión que el alma de Pablo subía al cielo rodeado de apóstoles y de ángeles. Y exclamó: "Pablo, Pablo, ¿por qué te fuiste sin decirme adiós?". (Después Antonio dirá a sus monjes: "Yo soy un pobre pecador, pero en el desierto conocí a uno que era tan santo como un Juan Bautista: era Pablo el ermitaño").

Cuando llegó a la cueva encontró el cadáver del santo, arrodillado, con los ojos mirando al cielo y los brazos en cruz. Parecía que estuviera rezando, pero al no oírle ni siquiera respirar, se acercó y vio que estaba muerto. Murió en la ocupación a la cual había dedicado la mayor parte de las horas de su vida: orar al Señor.

Antonio se preguntaba cómo haría para cavar una sepultura allí, si no tenía herramientas. Pero de pronto oyó que se acercaban dos leones, como con muestras de tristeza y respeto, y ellos, con sus garras cavaron una tumba entre la arena y se fueron. Y allí depositó San Antonio el cadáver de su amigo Pablo.

San Pablo murió el año 342 cuando tenía 113 años de edad y cuando llevaba 90 años orando y haciendo penitencia en el desierto por la salvación del mundo. Se le llama el primer ermitaño, por haber sido el primero que se fue a un desierto a vivir totalmente retirado del mundo, dedicado a la oración y a la meditación.

San Antonio conservó siempre con enorme respeto la vestidura de San Pablo hecha de hojas de palmera, y él mismo se revestía con ella en las grandes festividades.

San Jerónimo decía: "Si el Señor me pusiera a escoger, yo preferiría la pobre túnica de hojas de palmera con la cual se cubría Pablo el ermitaño, porque él era un santo, y no el lujoso manto con el cual se visten los reyes tan llenos de orgullo".

San Pablo el ermitaño con su vida de silencio, oración y meditación en medio del desierto, ha movido a muchos a apartarse del mundo y dedicarse con más seriedad en la soledad a buscar la satisfacción y la eterna salvación.


Oh Señor: Tu que moviste a San Pablo el primer ermitaño a dejar las vanidades del mundo e irse a la soledad del desierto a orar y meditar, concédenos también a nosotros, dedicar muchas horas en nuestra vida, apartados del bullicio mundanal, a orar, meditar y a hacer penitencia por nuestra salvación y por la conversión del mundo.
Amen.


San Pablo «el ermitaño», monje eremita
fecha: 10 de enero
fecha en el calendario anterior: 15 de enero
n.: c. 228 - †: c. 341 - país: Egipto
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos», Alban Butler
En la Tebaida, san Pablo, eremita, uno de los primeros en abrazar la vida monástica.
patronazgo: patrono de colchoneros y canasteros.
refieren a este santo: San Pablo «el Simple»

Elías y san Juan Bautista santificaron el desierto, y el mismo Jesucristo fue un modelo de vida eremítica, durante sus cuarenta días de ayuno. Pero, aun reconociendo que el Espíritu Santo impulsaba en la antigüedad a los santos a vivir lejos de los hombres, hemos de considerar esto más como una vocación particular, que como un ejemplo. Hablando en general, tal modo de vida está lleno de peligros y sólo puede convenir a hombres muy bien fundados en la virtud y familiarizados con la práctica de la contemplación.
San Pablo había nacido en Egipto, en la baja Tebaida, y había perdido a sus padres cuando tenía catorce años. Se distinguía por su conocimiento del griego y de la cultura egipcia. Era bondadoso, modesto y temeroso de Dios. La cruel persecución de Decio perturbó la paz de la Iglesia el año 250; el demonio trataba no tanto de matar los cuerpos cuanto las almas con sus sutiles artificios. Durante esos peligrosos días, Pablo permaneció oculto en la casa de un amigo; pero al saber que un cuñado suyo, que codiciaba sus propiedades, se aprestaba a denunciarle, huyó al desierto. Allí encontró unas cavernas que, según la tradición, habían sido el taller de los acuñadores de moneda en la época de Cleopatra, reina de Egipto. Escogió por morada una de dichas cavernas, cerca de la cual había una fuente y una palmera. Las hojas de la palmera le proporcionaban el vestido, su fruto el alimento y la fuente le daba el agua. Pablo tenia veintidós años cuando llegó al desierto. Su primer propósito había sido el de gozar de libertad para servir a Dios durante la persecución; pero, habiendo gustado las dulzuras de la contemplación en la soledad, resolvió no volver jamás a la ciudad y olvidar totalmente el mundo. Bastante tenía con saber que el mundo existía y con orar por su conversión. Pablo vivió del fruto de la palmera hasta los cuarenta y tres años. Desde entonces hasta su muerte, fue milagrosamente alimentado, como Elías, por el pan que le traía cada día un cuervo. Ignoramos en qué forma vivió y se ocupó hasta su muerte, ocurrida cuando tenía noventa años; pero Dios se encargó de dar a conocer a su siervo después de su muerte.
El gran san Antonio, que contaba entonces noventa años, fue asaltado por una tentación de vanidad. El diablo le hacía creer que nadie había servido a Dios tantos años como él en la soledad, inclinándole a imaginar que él había sido el primero en adoptar tan extraordinaria forma de vida. Pero Dios le reveló en un sueño que estaba equivocado, y le ordenó partir inmediatamente en busca de un solitario con más perfecciones que él. El santo se puso en marcha en cuanto amaneció. San Jerónimo relata que san Antonio encontró en el camino a un centauro, mitad caballo y mitad hombre, y que el monstruo o fantasma (san Jerónimo no se atreve a determinarlo) desapareció cuando el santo trazó la señal de la cruz, no sin antes haberle indicado el camino que debía seguir. El mismo autor añade que san Antonio encontró poco después a un sátiro, quien le dio a entender que habitaba en el desierto y que era uno de los seres a quienes los paganos adoraban como divinidades. [Los cristianos de la época no eran menos crédulos que los paganos. Plutarco narra en su vida de Sila que un sátiro fue transportado a Atenas para que lo viese dicho general. San Jerónimo cuenta que en Alejandría existió un sátiro vivo, que fue embalsamado después de su muerte y enviado a Antioquía para que lo viera Constantino. Plinio y otros autores afirman que había gentes que habían visto a los centauros.] Tras dos días de búsqueda, san Antonio descubrió la morada de san Pablo, gracias a una luz que guió sus pasos hasta la entrada. Muchas veces llamó san Antonio a la puerta de la celda, y san Pablo le abrió por fin, con la sonrisa en los labios. Los dos santos se abrazaron y se llamaron por sus nombres, que conocieron por revelación divina. San Pablo preguntó si la idolatría reinaba aún en el mundo. Mientras se hallaban conversando, un cuervo vino volando hacia ellos y dejó caer una pieza de pan. San Pablo dijo: «Nuestro buen Señor nos manda la comida. Durante los últimos sesenta años yo he recibido cada día media pieza de pan en esta forma. Como tú has venido a visitarme, Cristo ha doblado la ración para que nada falte a sus servidores». Habiendo dado gracias a Dios, se sentaron a comer junto a la fuente. Pero surgió una ligera discusión entre ellos para determinar quién de los dos debía partir el pan. San Antonio hacía valer la mayor edad de san Pablo, y éste a su vez alegaba que san Antonio era su huésped. Finalmente, decidieron partir el pan entre los dos. Al terminar la comida bebieron un poco de agua, y pasaron toda la noche en oración.
A la mañana siguiente, san Pablo anunció a su huésped que se acercaba la hora de su muerte y que Dios le había enviado para que se encargase de darle sepultura: «Ve a traer la túnica que te regaló Atanasio, el obispo de Alejandría -le dijo-, porque quiero que en ella envuelvas mi cadáver». Esto era probablemente un simple pretexto para permanecer solo, en oración, hasta el momento en que Dios le llamara a Sí, y también para mostrar su veneración por Atanasio y la gran estima en que tenía la fe y la comunión de la Iglesia católica, por la que el santo obispo sufría entonces grandes pruebas. San Antonio se sorprendió al oírle mencionar esa túnica, cuya existencia sólo podía conocer por revelación. Cualquiera que haya sido el motivo por el que quería ser enterrado con ella, san Antonio se acomodó a su deseo y partió apresuradamente a su monasterio para traerla. Más tarde confesaba a sus monjes que él no era más que un simple pecador que se decía siervo de Dios, pero que le había sido dado ver a Elías y a Juan Bautista en el desierto. Habiendo tomado la túnica, volvió a toda prisa, temeroso de encontrar a Pablo ya muerto, como sucedió en efecto. Cuando se hallaba todavía en camino, Dios permitió que viera subir al cielo el alma de san Pablo, acompañada de coros de ángeles, profetas y apóstoles. Aunque se alegró por el santo, no pudo dejar de entristecerse por haber perdido un tesoro tan recientemente descubierto. En la cueva encontró el cadáver del santo, arrodillado, con las manos extendidas en cruz. Viéndole en tal posición, creyó que estaba aún vivo y, lleno de gozo, se arrodilló a orar con él. El silencio total de san Pablo le hizo pronto comprender que estaba muerto. Mientras san Antonio se preguntaba cómo podría cavar la tumba, dos leones se acercaron quedamente, como si estuvieran tristes, y abrieron un agujero con sus zarpas. San Antonio depositó ahí el cadáver, cantando los salmos del ritual de la Iglesia en aquel tiempo. Después volvió a su monasterio alabando a Dios, y relató a sus monjes lo que había visto y hecho. Hasta su muerte conservó como un tesoro la vestidura de san Pablo, tejida de hojas de palmera y él mismo la revestía en las grandes festividades. San Pablo murió el año 341 a los ciento trece de su edad y a los noventa de vida eremítica. Se le conoce generalmente con el título de «el primer ermitaño», para distinguirle de los otros santos del mismo nombre. Los ritos copto y armenio le conmemoran en el canon de la misa.
El resumen de la vida de san Pablo que Butler nos ofrece en este artículo está tomado de la breve biografía editada en latín por san Jerónimo, muy conocida en Occidente. Aunque es cosa muy discutida, no es imposible que san Jerónimo se haya prácticamente limitado a traducir un texto griego, del que existen versiones en sirio, en árabe y en copto, y que está plagado de datos fabulosos. Sin embargo, es cierto que san Jerónimo consideraba esa biografía como sustancialmente histórica. El original griego parece haber sido un suplemento destinado a corregir la Vida de san Antonio escrita por san Atanasio. Sobre este punto ver F. Nau, Analecta Bollandiana, vol. XX (1901), pp. 121-157. Los dos principales textos griegos han sido editados por J. Bidez (1900), los textos sirio y copto por Pereira (1904). Cf. también J. de Decker, Contribution a l´étude des vies de Paul de Thebes (1905); Plenkers, en Der Katholik (1905), vol. II, pp. 294-300; Schiwietz, Das morgenlandische Monchtum (1904), pp. 49-51; Cheneau d"Orléans, Les Saints d´Egypte (1923), vol. I, pp. 76-86. R. Draguet, Les Peres du désert (1949) tradujo al francés la vida de san Pablo escrita por san Jerónimo; cf. H. Waddell, The Desert Fathers (1936), pp. 35-53.). Hay accesible en español una buena traducción reciente de la "Vida de san Pablo" por san Jerónimo, editada por Cuadernos Monásticos.


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