sábado, 5 de enero de 2013

San Simón de Sisan

 



Nace cerca del año 400 en el pueblo de Sisan, en Cilicia, cerca de Tarso, donde nació San Pablo. De pequeño se dedicaba a pastorear ovejas por los campos, pero en su corazón y en su mente su deseo de ser santo y ver al Padre en el cielo comenzó a crecer y cobrar mayor fuerza. A los 15 años entró a un monasterio, donde se dedicó a rezar intensamente y hacer extremas penitencias para la conversión de su alma, alejar las tentaciones y la conversión de las almas pecadoras.

Ante la extremidad de sus penitencias, el Abad le ordenó irse del monasterio por temor a que otros monjes también siguiera su ejemplo. El santo fue a vivir a una caverna donde permaneció hasta el final de sus días. En dicho lugar, fue protagonistas de las más extremas y duras penitencias para lograr la pureza de su alma. Miles de feligreses acudían a visitar al santo, quien predicaba elocuentemente muchos sermones y homilías; también acudían funcionarios reales y hasta el propio emperador para pedirles consejos muy sabios para lograr la convivencia pacífica y armoniosa en su reino.
No comía sino una vez por semana, y la mayor parte del día y la noche la pasaba rezando. Murió el 5 de enero del año 459. Estaba arrodillado rezando, con la cabeza inclinada, y así se quedó muerto, como si estuviera dormido. En su sepulcro se obraron muchos milagros y junto al sitio donde estaba su columna se construyó un gran monasterio para monjes que deseaban hacer penitencia.
San Simeón
El extremo oriental del Mediterráneo está sembrado de anacoretas en el siglo V y VI. El más conocido y popular de todos ellos es Simeón, llamado más tarde el Estilita. Nació en Sisán a finales del siglo IV, entre los límites de Cilicia y Siria. Tiene cuando es niño el común oficio de pastor. Es cristiano y su saber contiene lo poco que pudieron enseñarle sus padres. Una nevada le impide salir con el ganado y es la ocasión que Dios le propone; va a una iglesia ese día y el sacerdote -un anciano- está predicando las Bienaventuranzas que él no llega a comprender muy bien; pero pregunta para conocer su camino. Tiene unos catorce años.
Comienza una peregrinación por su vida a la búsqueda cada vez de austeridad más intensa, de penitencia, oración y dedicación a Dios.
En Tedela, hay una colonia de monjes. Allí entra. Le despiden pronto por demasiado penitente al descubrir la cuerda áspera que lleva enterrada en carne cuando intentan limpiar la sangre que mana de la herida. Podría ser un obstáculo para los jóvenes monjes al ver lo desmesurado de su penitencia.
Ahora un monte cercano y una cisterna seca son por cinco días el lugar de ayuno y penitencia.
Otro monte cercano al pueblo de Telaniso le brinda ocasión de penitencia en absoluta soledad y sin reservas en el año 412. Ha decidido otra santa locura: pasar la Cuaresma solo a pan y agua y tapiando su puerta con la aprobación de Baso, el sacerdote que dirige también a otros anacoretas.
Más penitencia cerca de Tedela con la búsqueda tan querida de soledad para la contemplación. Construye un muro, como una cerca que le facilite su clausura. Allí se ata un pie con cadena a una gran roca. Le visita alguna gente que conoce su santa existencia y va a verle Melecio, obispo de Antioquía, que le dice bastarle la inteligencia y que no debe atarse como las irracionales bestias.
Obispos y emperadores piden su consejo y las resoluciones del concilio de Calcedonia se adoptan con su aportación. Incluso la herejía arriana fue combatida desde la columna.
Las piedras que sirvieron de base a la columna y los muros semiderruidos del monasterio que se edificó después de su muerte se conservan aún en el lugar solitario que los beduinos llaman hoy Kal’at Simân (castillo de Simeón).
Terminados los mártires ha comenzado una nueva época de testimonio. Los nuevos testigos son ahora los anacoretas. Una forma incomprensible para nuestro tiempo; falta el sincronismo necesario para entenderlo. Pero el conocimiento de Cristo, los millares de gentes convertidas, los pecadores arrepentidos, los animados a ser fieles, los consolados por la penitencia, los motivados a la oración y a la austeridad es muy importante para despreciar o juzgar como improcedente esta forma de seguir a Cristo y de testimoniarle ante el mundo por el camino de la penitencia pública e integral.

SAN SIMEÓN DE SISAN 


MONJE



Cerca de Antioquía, en Siria, san Simeón, monje, que durante muchos años vivió sobre una columna, por lo que recibió el sobrenombre de “Estilita”, y cuya vida y trato con todos fueron admirables (459).



Nace cerca del año 400 en el pueblo de Sisan, en Cilicia, cerca de Tarso, donde nació San Pablo. (Estilita significa: el que vive en una columna).



De pequeño se dedicaba a pastorear ovejas por los campos, pero un día, al entrar en una iglesia, oyó al sacerdote leer en el sermón de la Montaña las bienaventuranzas, en el capítulo 5 del evangelio de San Mateo. Se entusiasmó al oír que Jesús anuncia: "Dichosos serán los pobres, porque de ellos es el Reino de los cielos. Dichosos los puros de corazón porque ellos verán a Dios". Se acercó a un anciano y le preguntó qué debería hacer para cumplir esas bienaventuranzas y ser dichoso. El anciano le respondió: "Lo más seguro seria irse de religioso a un monasterio".



Se estaba preparando para ingresar a un monasterio, y pedía mucho a Dios que le iluminara qué debía hacer para lograr ser santo e irse al cielo, y tuvo un sueño: vio que empezaba a edificar el edificio de su santidad y que cavaba en el suelo para colocar los cimientos y una voz le recomendaba: "Ahondar más, ahondar más". Y al fin oyó que la voz le decía: "Sólo cuando seas lo suficientemente humilde, serás santo".



A los 15 años entró a un monasterio y como era muy difícil conseguir libros para rezar, se aprendió de memoria los 150 salmos de la S. Biblia, para rezarlos todos cada semana, 21 cada día.



Se le considera el inventor del cilicio, o sea de una cuerda hiriente que algunos penitentes se amarran en la cintura para hacer penitencia. Se ató a la cintura un bejuco espinoso y no se lo quitaba ni de día ni de noche. Esto para lograr dominar sus tentaciones. Un día el superior del monasterio se dio cuenta de que derramaba gotas de sangre y lo mandó a la enfermería, donde encontraron que la cuerda o cilicio se le había incrustado entre la carne. Difícilmente lograron quitarle la cuerda, con paños de agua caliente. Y el abad o superior le pidió que se fuera para otro sitio, porque allí su ejemplo de tan extrema penitencia podía llevar a los hermanos a exagerar en las mortificaciones.



Se fue a vivir en una cisterna seca, abandonada, y después de estar allí cinco días en oración se le ocurrió la idea de pasar los 40 días de cuaresma sin comer ni beber, como Jesús. Le consultó a un anciano y éste le dijo: "Para morirse de hambre hay que pasar 55 días sin comer. Puede hacer el ensayo, pero para no poner en demasiado peligro la vida, dejaré allí cerca de usted diez panes y una jarra de agua, y si ve que va desfallecer, come y bebe." Así se hizo. Los primeros 14 días de cuaresma rezó de pie. Los siguientes 14 rezó sentado. Los últimos días de la cuaresma era tanta su debilidad que tenía que rezar acostado en el suelo. El domingo de Resurrección llegó el anciano y lo encontró desmayado y el agua y los panes sin probar. Le mojó los labios con un algodón empañado en agua, le dio un poquito de pan, y recobró las fuerzas. Y así paso todas las demás cuaresmas de su larga vida, como penitencia de sus pecados y para obtener la conversión de los pecadores.



Se fue a una cueva del desierto para no dejarse dominar por la tentación de volverse a la ciudad, llamó a un cerrajero y se hizo atar con una cadena de hierro a una roca y mandó soldar la cadena para no podérsela quitar. Pero varias semanas después pasó por allí el Obispo de Antioquía y le dijo: "Las fieras sí hay que atarlas con cadenas, pero al ser humano le basta su razón y la gracia de Dios para no excederse ni irse a donde no debe". Entonces Simeón, que era humilde y obediente, se mandó quita la cadena.



De todos los países vecinos y aun de países lejanos venían a su cueva a consultarlo y a pedirle consejos y las gentes se le acercaban para tocar su cuerpo con objetos para llevarlos en señal de bendición, y hasta le quitaban pedacitos de su manto para llevarlos como reliquias.



Entonces para evitar que tanta gente viniera a distraerlo en su vida de oración, se ideó un modo de vivir totalmente nuevo y raro: se hizo construir una columna de tres metros para vivir allí al sol, al agua, y al viento. Después mandó hacer una columna de 7 metros, y más tarde, como la gente todavía trataba de subirse hasta allá, hizo levantar una columna de 17 metros, y allí pasó sus últimos 37 años de su vida.



Columna se dice "Stilos" en griego, por eso lo llamaron "Simeón el estilita".



No comía sino una vez por semana. La mayor parte del día y la noche la pasaba rezando. Unos ratos de pie, otros arrodillado y otros tocando el piso de su columna con la frente. Cuando oraba de pie, hacía reverencias continuamente con la cabeza, en señal de respeto hacia Dios. En un día le contaron más de mil inclinaciones de cabeza. Un sacerdote le llevaba cada día la Sagrada Comunión.



Para que nadie vaya a creer que estamos narrando cuentos inventados o leyendas, recordamos que la vida de San Simeón Estilita la escribió Teodoreto, quien era monje en aquel tiempo y fue luego Obispo de Ciro, ciudad cercana al sitio de los hechos. Un siglo más tarde, un famoso abogado llamado Evagrio escribió también la historia de San Simeón y dice que las personas que fueron testigos de la vida de este santo afirmaban que todo lo que cuenta Teodoreto es cierto.



Las gentes acudían por montones a pedir consejos. El les predicaba dos veces por día desde su columna y los corregía de sus malas costumbres. Y entre sermón y sermón oía sus súplicas, oraba por ellos y resolvía pleitos entre los que estaban peleados, para amistarlos otra vez. A muchos ricos los convencía para que perdonaran las deudas a los pobres que no les podían pagar.



Convirtió a miles de paganos. Un famoso asesino, al oírlo predicar, empezó a pedir perdón a Dios a gritos y llorando.



Algunos lo insultaban para probar su paciencia y nunca respondió a los insultos ni demostró disgusto por ellos.



Hasta Obispos venían a consultarlo, y el Emperador Marciano de Constantinopla se disfrazó de peregrino y se fue a escucharlo y se quedó admirado del modo tan santo como vivía y hablaba.



Para saber si la vida que llevaba en la columna era santidad y virtud y no sólo un capricho, los monjes vecinos vivieron y le dieron orden a gritos de que se bajara de la columna y se fuera a vivir con los demás. Simeón, que sabía que sin humildad y obediencia no hay santidad, se dispuso inmediatamente a bajarse de allí, pero los monjes al ver su docilidad le gritaron que se quedara otra vez allá arriba porque esa era la voluntad de Dios.



Murió el 5 de enero del año 459. Estaba arrodillado rezando, con la cabeza inclinada, y así se quedó muerto, como si estuviera dormido. El emperador tuvo que mandar un batallón de ejército porque las gentes querían llevarse el cadáver, cada uno para su ciudad. En su sepulcro se obraron muchos milagros y junto al sitio donde estaba su columna se construyó un gran monasterio para monjes que deseaban hacer penitencia


San Simeón - Estilita (+ 459)


Lo esencial de la santidad es el seguimiento de Cristo, la imitación de Cristo. Pero el estilo y la manera de entenderlo depende mucho de épocas, de lugares y de temperamentos. San Simeón Estilita es más digno de admiración que de imitación, sólo explicable por circunstancias de su ambiente. Gastó todo su ingenio en discurrir cada día una nueva modalidad ascética, siempre progresiva, para ofrecerse a Cristo en oblación constante. Santo extraño. Y aun así, también él nos transmite su mensaje. Muy pocos cumplieron tan perfectamente en su carne "lo que falta a la pasión de Cristo", en frase de San Pablo. Cada uno de los santos nos refleja un rayo del infinito arco iris de la santidad de Dios.

San Simeón es el fundador del movimiento de los estilitas, hombres que vivían en lo alto de una columna, en oración ininterrumpida. Teodoreto, Padre de la Iglesia y discípulo del Santo, nos ha contado su portentosa vida. Fue un milagro de penitencia, de oración, de martirio voluntario.

Era un pastorcito de Sisán, entre Siria y Cilicia. Una vez entró en una Iglesia en el momento en que leían las Bienaventuranzas. Aquellas palabras le impresionaron vivamente. Un anciano monje se las interpretó. Luego, instigado por una luz interior, se retiró a un monasterio, donde asombró por su austeridad a los mismos héroes del desierto. Se pasaba semanas sin probar bocado, dormía sobre piedras, y se había incrustado en la cintura un cilicio de mirto salvaje.

Más tarde se marchó por parajes solitarios, buscando nuevas austeridades. Pasó un año en una cisterna seca. Luego se empareda en una cueva. La fama de sus heroicidades trasciende lejos. Acuden multitudes a contemplar aquel milagro de penitencia. Deseando esconderse a los ojos del mundo, huyó de nuevo a la cima de un monte, para dedicarse sin estorbos a la oración. Pero pronto lo descubrieron y de todas partes acudían para ver y hablar al hombre de Dios, prodigio de penitencia y oración.

Entonces ideó un nuevo tipo de vida ascética: vivir sobre una columna - stylos, estilita, en griego - suspendido entre el cielo y la tierra, expuesto a los soles, los fríos y los vientos, como una estatua viviente, sólo para Dios. Se levantó primero una columna de piedras, de tres metros, más tarde de seis metros, y por fin de dieciocho, para que desde allí nadie le interrumpiera en su oración. Así ya no le podrían hablar.

Las gentes seguían acudiendo, incluso desde España y de Francia, para contemplar aquel hombre admirable, que permanecía imperturbable ante las inclemencias del tiempo, siempre en lo alto de la columna. Allí estaba el hombre de Dios, rezando al Señor día y noche, casi siempre puesto en pie. Unas veces con los brazos en cruz, otras veces los dejaba caer sobre los costados, como un gran cirio sobre el zócalo de la columna. Era "la luz puesta sobre el monte", como cirio o como cruz. Así vivió treinta años sobre la columna, como antorcha que orientaba los ojos de todos hacia Dios.

Así se iba consumiendo Simeón, como lámpara votiva en la presencia del Señor. Allí se estaba, en pura alabanza divina. Y al ver llegar a las multitudes, ofrecía por todos su oración. Allí estaba estilizándose en creciente levitación consumiéndose como un cirio. Aquel mudo predicador les llegaba como nadie al corazón, lloraban sus pecados y se convertían. Simeón, despegado totalmente de la tierra, se consumió como un cirio ante su Dios.

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