sábado, 11 de mayo de 2013

Andrés Fournet, Santo

Presbítero y Fundador, 13 de mayo
Andrés Fournet, Santo
Andrés Fournet, Santo

Fundador de la Comunidad de Hermanas de la Cruz

Martirologio Romano: En La Puye, de la comarca de Poitiers, en Francia, san Andrés Huberto Fournet, presbítero, quien ejerció como párroco durante la Revolución Francesa y, no obstante su condición de sacerdote proscrito, fortaleció la fe de sus feligreses, y al restablecerse la paz para la Iglesia, fundó, junto con santa Isabel Bichier des Ages, la Congregación de Hijas de la Cruz (1834).

Etimológicamente: Andrés = Aquel que es un Hombre viril, es de origen griego.
Este fue el muchacho que cuando era estudiante firmaba sus libros con esta frase: "Andrés, que nunca será ni religioso ni sacerdote". Y Dios le hizo la jugada de hacerlo sacerdote y fundador de una orden de religiosas. Nació cerca de Poitiers (Francia) en 1752.

En sus primeros años era rebelde y molestón y la única que medio lo podía soportar era su propia madre. Pero esta santa mujer se propuso hacer de esa fierecilla un buen pastor, que salvara otras almas que estuvieran en dificultades.

Su mamá era supremamente generosa con los pobres. Andrés la criticaba porque le parecía que ella daba demasiado, y le decía que a los pobres había que darles las sobras únicamente. Ella le dijo un día: "Mira, vas a la mesa, echas en una bandeja las mejores frutas, los panes más grandes y los traes y los regalas al pobre que está en la puerta pidiendo. Recuerda que lo que se dé al necesitado se le da a Nuestro Señor, y que para el Señor siempre se da lo mejor". En el momento el muchacho no entendió la lección, pero más tarde hará de este consejo de su madre una ley para toda su vida.

Los papás lo enviaron a un colegio a estudiar interno, pero Andrés era el promotor de todos los desórdenes. Parecía que tuviera cien pulgas debajo de la camisa. No era capaz de estarse quieto. Al fin el rector, como castigo, lo hizo encerrar en un cuarto oscuro. Pero el inquieto estudiante se fugó de allí y se fue para la casa. Cuando su padre ya le iba a dar por ello un tremendo castigo, la mamá intercedió por él y obtuvo que le perdonara el castigo con tal de que volviera al colegio y se portara bien. Así lo prometió y así lo cumplió. En adelante su conducta fue excelente.

Al empezar sus estudios de filosofía en Poitiers, perdió el poco fervor que tenía y se dedicó a una vida mundana y de continuos paseos y fiestas y bailes. Pero todo esto le dejaba un vacío inmenso en el alma y una insatisfacción completa y horrible.

Sin consultar a ninguno de su familia se entró de militar. Pero cuando quiso visitar a sus familiares, ninguno lo quiso aceptar. Y tuvo la mamá que ir al ejército y pagar una fuerte multa para que lo licenciaran y lo dejaran retirarse. Quiso buscar puesto como empleado público, pero tenía una letra tan enredada que en todas las oficinas donde pidió empleo fue rechazado.

Fue entonces cuando le recomendaron que se fuera a pasar unas semanas con un tío sacerdote, párroco, que tenía fama de santo. Y allí en compañía de este hombre de Dios, le llegó a Andrés el cambio total en su comportamiento y en su modo de pensar, y se dedicó a los estudios eclesiásticos, y a la oración y la meditación.

Fue ordenado sacerdote y enviado como ayudante de su tío el párroco.

Empezó a predicar y lo hacía con palabras muy elegantes y rebuscadas. Un día al empezar el sermón se le olvidó todo y tuvo que suspender su sermón. Su tío, el anciano párroco, le dijo: "Es que lo que buscas es lucirte y aparecer bien ante los demás, y eso no le gusta a Dios. Debes predicar con más sencillez". Cambió entonces de método y en adelante la gente comentaba: "Antes el padrecito aparecía como muy sabio, pero nadie le entendía nada. Ahora habla como nosotros, y su predicación nos vuelve mejores".

Cuando ya lo nombraron párroco, Andrés se dedicó a vivir muy elegantemente con lujosas comodidades en su casa cural. Más le interesaba aparecer como un señor muy importante que como un santo sacerdote. Su madre seguía rezando mucho por él. Y un día que había preparado un gran almuerzo para los más ricos de la parroquia llegó un pordiosero a pedirle limosna y entró hasta el comedor. El Padre le dijo que no tenía nada para darle, y el otro observando esas mesas tan bien servidas le dijo: "¿Y todo esto qué es?". Y mirándolo fijamente le dijo: "Padre Andrés, usted vive más como un rico que como un pobre, como lo manda Cristo". Esta frase le impresionó inmensamente al joven párroco. Esa noche se fue a la iglesia y le pidió perdón a Nuestro Señor y desde el día siguiente quitó todos los lujos de su casa parroquial, y se dedicó por completo a ayudar a los pobres. En adelante en vez de invitar a los ricos se iba a visitar a los más abandonados. Desde que dejó su vida de lujos y de comilonas y se dedicó a gastar todo lo que recibía a favor de los pobres, la santidad de Andrés empezó a crecer notablemente.

En 1789 estalló la terrible Revolución Francesa que asesinó a miles de católicos y persiguió sin compasión a todos los sacerdotes. El Padre Andrés tuvo que esconderse y los guardias de la revolución lo buscaban por todas partes. Un día cuando estaba escondido en un armario en una familia, al oír que los perseguidores amenazaban a los demás de la casa, salió y se les presentó a los militares, y estos quedaron tan impresionados ante su venerable presencia, que se fueron y no se lo llevaron preso.

El Padre Andrés se disfrazó de labrador y se fue a vivir en la finca de una señora muy católica. Pero un día llegaron allá los enviados del gobierno en busca de él para llevárselo y matarlo. La señora y Andrés estaban charlando junto a la chimenea cuando de repente llegaron los gendarmes preguntando por el sacerdote. La dama sin más ni más le dio una cachetada al padre diciéndole: "Váyase inmediatamente a hacer sus oficios y deje de estar por aquí sin hacer nada". Los militares creyeron que era un servicial de la casa y no lo siguieron, y así él pudo salir huyendo. Después decía por burla: "Fue lo mejor que usted podía hacer. Si no, me habrían descubierto".

Después tuvo que salir huyendo hacia España y allá estuvo cinco años. Cuando suavizó la persecución, volvió a su querida parroquia de Maillé y se dedicó a reavivar el fervor de sus parroquianos predicándoles misiones y dedicando muchas horas a confesar. Todos lo querían.

Tuvo la suerte de encontrar una mujer con grandes cualidades para la vida religiosa, Santa Isabel Bichier, y con ella fundó la Comunidad de Hermanas de la Cruz, que se llaman también, hermanas de San Andrés. Él fue hasta su muerte el director espiritual de esa comunidad. Un día en que las religiosas no tenían casi harina para hacer pan para sus muchos niños pobres, el santo le dio la bendición a un poco de harina, y con ella pudieron hacer pan para todos.

Muchos laicos y sacerdotes lo buscaban para que les diera dirección espiritual porque tenía el don de saber aconsejar muy bien.

El 13 de mayo de 1834 pasó a gozar de la paz del Señor

Para nosotros la vida de San Andrés Fournet es un ejemplo de cómo aunque en nuestros primeros años no hayamos sido muy fervorosos, si tenemos buena voluntad y deseo de tener contento a Dios, podremos ir avanzando notablemente hacia la santidad.

Fue canonizado el 4 de junio de 1933 por S.S. Pío XI.
San Andrés Huberto Fournet, presbítero y fundador
fecha: 13 de mayo
n.: 1752 - †: 1834 - país: Francia
canonización: B: Pío XI 16 may 1926 - C: Pío XI 4 jun 1933
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Puy-en-Vélay, en la comarca de Poitiers, en Francia, san Andrés Huberto Fournet, presbítero, que ejerció como párroco durante la Revolución Francesa, fortaleciendo, no obstante su condición de sacerdote proscrito, la fe de sus feligreses, y, al restablecerse la paz para la Iglesia, fundó, junto con santa Isabel Bichier des Ages, el Instituto de Hijas de la Cruz.
refieren a este santo: Santa Juana Isabel Bichier des Âges

Entre los santos hay muchos que desde pequeños se sintieron inclinados a la forma de vida que abrazaron más tarde. Pero hay también algunos que en sus primeros años tenían verdadera aversión por la vocación a la que Dios los tenía destinados. A esta última categoría pertenece san Andrés Huberto Fournet. Nació el 6 de diciembre de 1752, en Maillé, cerca de Poitiers, en el seno de una familia acomodada. Tal vez la piadosa madre de Andrés alabó con cierta indiscreción la vocación sacerdotal, porque el niño acabó por detestar todas las prácticas religiosas; se negaba a rezar y a estudiar y, lo único que le interesaba era divertirse. En uno de los libros que tenía cuando era niño, escribió con una letra todavía vacilante: «Este libro pertenece a Andrés Huberto Fournet, que es un buen niño, pero no tiene ganas de ser sacerdote ni monje». Su pereza y frivolidad le crearon serias dificultades en la escuela; en una ocasión se escapó de ella, lo cual le valió un buen castigo. Más tarde, Andrés se trasladó a Poitiers, con el pretexto de estudiar filosofía y leyes, pero en realidad para divertirse a sus anchas. Ingresó en el ejército, pero fue expulsado. Su madre trató de conseguirle un puesto de secretario; pero escribía tan mal, que nadie quiso darle trabajo. Habiendo agotado todos sus recursos, los padres de Andrés le enviaron a casa de un tío suyo, que era sacerdote y trabajaba en una parroquia solitaria y muy pobre. Ahí esperaba a Andrés la gracia de Dios.

Su tío, que era un hombre muy espiritual, se ganó la confianza del joven e hizo brotar en él toda la bondad que se ocultaba bajo su aparente frivolidad. El cambio fue sorprendente. Andrés estudió teología, se ordenó sacerdote y fue destinado a ayudar a su tío en la parroquia. Más tarde, trabajó como vicario en un sitio muy difícil y, finalmente, fue nombrado párroco de Maillé, su pueblo natal, en 1781. Pronto se hizo querer de todos sus feligreses por su liberalidad con los pobres y su gran simpatía. Al principio, acostumbraba invitar a sus amigos a su mesa, que estaba muy bien provista; pero, después de oír las críticas de un mendigo, decidió vender los cubiertos de plata y todo lo que no era estrictamente indispensable. A partir de ese momento, empezó a vivir como un monje, en compañía de su madre, su hermana y un vicario. La sencillez de su vida se reflejaba en la sencillez de su predicación. El sacristán le dijo un día: «Su Reverencia predicaba antes con palabras que nadie entendía. Ahora entendemos todo lo que dice».

La Revolución Francesa puso fin a aquella vida apacible. San Andrés se rehusó a prestar el juramento que el gobierno exigía a los clérigos, y con ello quedó fuera de la ley. A salto de mata y con riesgo de su vida a cada instante, mantuvo la atención por su grey, unas veces en medio del bosque y otras en alguna granja solitaria. A fines de 1792, obedeciendo a las órdenes de su obispo, se fue a España; pero cinco años más tarde, comprendió que no podía abandonar a sus fieles indefinidamente. Así pues, se puso en camino y una noche entró secretamente en Maillé. Pronto se divulgó por todo el pueblo la noticia de su vuelta, y los fieles empezaron a acudir a él. El peligro era mayor que nunca; los perseguidores le buscaban desesperadamente y, en varias ocasiones, estuvo a punto de ser capturado. Una vez se presentaron los corchetes cuando el santo se calentaba junto al fuego en una cabaña. La dueña de la casa no perdió la cabeza: plantó al santo un bofetada en plena cara, como si se tratase de un criado tonto y perezoso, le ordenó que cediera su puesto a los gendarmes y fuese inmediatamente a cuidar el ganado. La estratagema tuvo éxito. Cuando san Andrés refería la aventura, solía decir: «¡Qué mano tan pesada tenía la buena señora! Me hizo ver las estrellas...»

Con Napoleón Bonaparte mejoraron las cosas, pues el primer cónsul cayó pronto en la cuenta de que le convenía hacer la paz con la Iglesia. El P. Fournet volvió a su parroquia y se dedicó a reavivar la fe de sus feligreses, predicó numerosas misiones y confesó incansablemente. En todos sus esfuerzos le secundaba santa Isabel Bichier des Ages, quien, bajo la dirección de san Andrés, había fundado una congregación de religiosas que se dedicaba a instruir a los niños y a cuidar a los enfermos y a los pobres. San Andrés se encargaba de la dirección espiritual de las religiosas y redactó las reglas de la congregación. El nombre oficial era el de Hijas de la Cruz, pero la fundadora llamaba a su religiosas «Hermanas de San Andrés».

A los sesenta y ocho años de edad, la fatiga y la debilidad obligaron al santo a renunciar al oficio de párroco y a retirarse a La Puye. Ahí siguió ocupándose de la dirección de las religiosas y ayudando en las parroquias de los alrededores. Tenía innumerables hijos espirituales, así clérigos como laicos. Según consta en el proceso de beatificación, san Andrés multiplicó el trigo en una ocasión en que las religiosas no tenían pan suficiente para ellas y sus niños. Murió el 13 de mayo de 1834 y fue canonizado el 4 de junio de 1933.

En la bula de canonización hay un resumen biográfico bastante detallado (Acta Apostolicae Sedis, vol. XXV, 1933, pp. 417-428, en latín). Véase también a L. Rigaud en Vie de A. H. Fournet (1885). En italiano existe una biografía anónima, titulada Il beato Andrea liberto Fournet (1885).
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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