jueves, 9 de mayo de 2013

El Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros


Palabras del papa Francisco en la catequesis de la audiencia de hoy
Por Redacción
 Como cada miércoles por la mañana, el santo padre se ha dirigido a la gran multitud de fieles que llenaban hoy la plaza de San Pedro en la Audiencia general. En el día de hoy, el papa Francisco ha hablado del Espíritu Santo en la vida del cristiano. Ofrecemos a nuestros lectores el texto íntegro.
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¡Queridos hermanos y hermanas! El tiempo pascual que con alegría estamos viviendo, guiados por la liturgia de la Iglesia, es por excelencia el tiempo del Espíritu Santo donado "sin medida" (cfr Jn 3,34) de Jesús crucificado y muerto. Este tiempo de gracia se concluye con la fiesta de Pentecostés, en la que la Iglesia revive la efusión del Espíritu sobre María y los Apóstoles reunidos en oración en el Cenáculo.
¿Pero quién es el Espíritu Santo? En el Credo profesamos con fe: "Creo en el Espíritu Santo que es Señor y da la vida". La primera verdad a la que nos unimos en el Credo es que el Espíritu Santo es Kýrios, Señor. Lo que significa que Él es verdaderamente Dios como lo son el Padre y el Hijo, objeto, por nuestra parte, del mismo acto de adoración y de glorificación que dirigimos al Padre y al Hijo. El Espíritu Santo, de hecho, es la tercera Persona de la Santísima Trinidad; es el gran don del Cristo Resucitado que abre nuestra mente y nuestro corazón a la fe en Jesús como el hijo enviado del Padre que nos guía a la amistad, a la comunión con Dios.
Pero quisiera detenerme sobre todo en el hecho de que el Espíritu Santo es la fuente inagotable de la vida de Dios en nosotros. El hombre de todos los tiempo y de todos los lugares desea una vida plena y bella, justa y buena, una vida que no sea amenazada por la muerte, sino que pueda madurar y crecer hasta su plenitud. El hombre es como un viajero que, atravesando los desiertos de la vida, tiene sed de un agua viva, efusiva y fresca, capaz de saciar profundamente su deseo profundo de luz, de amor, de belleza y de paz. ¡Todos sentimos este deseo! Y Jesús nos dona esta agua viva: esta es el Espíritu Santo, que procede del Padre y que Jesús reserva en nuestros corazones. "Yo he venido para que tengáis vida y vida en abundancia", nos dice Jesús (Jn 10, 10).
Jesús promete a la Samaritana darle "un agua viva", con sobreabundancia y para siempre, a todos lo que lo reconocen como el Hijo enviado por el Padre para salvarnos (cfr Jn 4, 5-26; 3-17). Jesús ha venido a darnos esta "agua viva" que es el Espíritu Santo, para que nuestra vida sea guiada por Dios, sea animada por Dios, se nutrida por Dios. Cuando nosotros decimos que el cristiano es un hombre espiritual entendemos precisamente esto: el cristiano es una persona que piensa y actúa según Dios, según el Espíritu Santo. Os hago una pregunta y nosotros, ¿pensamos según Dios?  ¿Actuamos según Dios? o ¿nos dejamos guiar por tantas otras cosas que no son precisamente Dios? Cada uno de nosotros debe responder a esto en su corazón.
A este punto podemos preguntarnos: ¿por qué esta agua puede apagar nuestra sed definitivamente? Nosotros sabemos que el agua es esencial para la vida, sin este agua se muere, ésta sacia, lava, hace fecunda la tierra.
En la carta a los Romanos encontramos esta expresión, escuchadla: "El amor de Dios ha sido reservado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo que se nos ha dado" (5,5). El "agua viva", el Espíritu Santo, Don del Resucitado que mora en nosotros, nos purifica, nos ilumina, nos renueva, nos transforma porque nos hace partícipes de la vida misma de Dios que es Amor.
Por esto, el apóstol Pablo afirma que la vida del cristiano está animada por el Espíritu y de sus frutos, que son "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio de sí" (Gal 5, 22-23). El Espíritu Santo nos introduce en la vida divina como "hijos en el Hijo Unigénito". En otro momento de la Carta a los Romanos, que hemos recordado más veces, san Pablo lo sintetiza con estas palabras: "todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y vosotros... recibisteis el espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar ¡Abba Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados (8,14-17).
Este es el don precioso que el Espíritu Santo lleva a nuestro corazones: la vida misma de Dios, vida de verdaderos hijos, una relación de confidencia, de libertad y de confianza en el amor y en la misericordia de Dios, que tiene como efecto también una mirada nueva hacia los demás, cercanos y lejanos, vistos siempre como hermanos y hermanas en Jesús para respetar y amar. El Espíritu Santo nos enseña a mirar con los ojos de Cristo, a vivir la vida como la ha vivido Cristo, a comprender la vida como la ha comprendido Cristo.
Es por eso que el agua viva que es el Espíritu Santo sacia nuestra vida, porque nos dice que somos amados por Dios como hijos, que podemos amar a Dios como sus hijos y que con su gracia podemos vivir como hijos de Dios, como Jesús. Y nosotros, escuchamos al Espíritu Santo. ¿Qué nos dice el Espíritu Santo? Dios te ama, nos dice esto, Dios te ama, Dios te quiere.
¿Amamos verdaderamente a Dios y a los otros, como Jesús? Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que nos hable al corazón, que nos diga esto: que Dios es amor, que Él siempre nos espera, que Él es Padre y nos ama como verdadero papá, nos ama por entero. Y esto solamente lo dice el Espíritu Santo al corazón. Escuchemos al Espíritu Santo y vayamos adelante por este camino del amor, de la misericordia y del perdón. ¡Gracias!

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