miércoles, 8 de mayo de 2013

El Espíritu Santo es la vida del cristiano

San Juan 16, 12-15. Pascua. El Espíritu es el don que Jesús pide al Padre para nosotros, que nos ha obtenido con su Resurrección y Ascensión.
 
El Espíritu Santo es la vida del cristiano
Evangelio del santo Evangelio según San Juan 16, 12-15

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Tendría que decirles muchas cosas más, pero no podrían entenderlas ahora. Cuando venga el espíritu de la verdad, los iluminará para que puedan entender la verdad completa. El no hablará por su cuenta, sino que dirá únicamente lo que ha oído, y les anunciará las cosas venideras. El me glorificará, porque todo lo que les dé a conocer, lo recibirá de mí. Todo lo que tiene el padre, también es mío; por eso les he dicho que todo lo que el Espíritu les dé a conocer, lo recibirá de mí.

Oración Introductoria

Señor mío, gracias por darme al Espíritu Santo. Tú me conoces muy bien y sabes que muchas cosas que me suceden no las entiendo y busco explicaciones. Jesús, yo quiero ser templo del Espíritu Santo.

Petición

Señor Jesús, que el Espíritu Santo me consuele y me haga ver las cosas como Tú las ves, con mucha fe. Te pido Señor, que me des el don de la amistad con el Espíritu Santo. Él es el dulce huésped de mi alma, que me guía, me consuela y me da fuerzas para no abandonar el camino del bien.

Meditación del Papa

En la celebración solemne de Pentecostés se nos invita a profesar nuestra fe en la presencia y en la acción del Espíritu Santo y a invocar su efusión sobre nosotros, sobre la Iglesia y sobre el mundo entero. Por tanto, hagamos nuestra, y con especial intensidad, la invocación de la Iglesia: Veni, Sancte Spiritus! ¡Ven Espíritu Santo!. Una invocación muy sencilla e inmediata, pero a la vez extraordinariamente profunda, que brota ante todo del corazón de Cristo. En efecto, el Espíritu es el don que Jesús pidió y pide continuamente al Padre para sus amigos; el primer y principal don que nos ha obtenido con su Resurrección y Ascensión al cielo. Homilía del Santo Padre Benedicto XVI en la solemnidad de Pentecostés en Roma, Domingo 23 de mayo de 2010.

Reflexión

El Espíritu Santo es un don que Jesús nos trae después de su resurrección. Jesucristo nos conoce muy bien y porque nos conoce nos da este gran regalo. Jesús sabe que nuestra vida en la tierra tiene sus dificultades, sus momentos de prueba, sus momentos en que parece que no vemos con claridad a Dios junto a nosotros. Sin embargo, su Espíritu está dentro de nosotros y Él nos irá guiando para tomar las decisiones correctas y más prudentes. No dudemos ni tengamos miedo porque con Él todo lo podemos.
Ahora bien, todo don exige una gran responsabilidad. Cada uno de los católicos debemos cuidar que nuestro cuerpo y alma estén siempre lo mejor dignamente posible para que allí habite el Espíritu Santo, tenemos que cultivar nuestra vida de gracia.
Dios nos ama y no duda nunca en atender a nuestras suplicas. No obstante, Dios nos quiere fieles y entregados confiadamente a Él. Ojalá que cada día, Dios ocupe el primer lugar en nuestra casa, en la oficina y sobre todo en nuestro corazón.

Propósito

Comenzaré mi día pidiendo luz al Espíritu Santo, para que me guíe a lo largo del día y me ayude a obrar y tomar decisiones correctas y buenas.

Diálogo con Cristo

Jesús, gracias por este inmenso don. Yo quiero cuidarlo y acrecentarlo. A partir de ahora viviré con la conciencia de que dentro de mí está el dulce huésped del ama. ¡Espíritu Santo, amigo mío, ven y acompáñame siempre!


Todo buen consejo acerca de la salvación de los hombres viene del Espíritu Santo Santo Tomás, Sobre el Padrenuestro, l. c., 153


miércoles 08 Mayo 2013
Miércoles de la sexta semana de Pascua

En Argentina: Ntra. Señora de Luján
Santa Magdalena Cannosa



Leer el comentario del Evangelio por
Concilio Vaticano II : “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”

Lecturas

Hechos 17,15.22-34.18,1.

Los que acompañaban a Pablo lo llevaron a Atenas, y después regresaron a Berea con instrucciones para Timoteo y Silas de que fueran a reunirse con él lo antes posible.
Entonces Pablo se puso de pie en medio del Areópago, y les dijo: «Ciudadanos de Atenas, veo que son personas sumamente religiosas.
Mientras recorría la ciudad contemplando sus monumentos sagrados, he encontrado un altar con esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que ustedes adoran sin conocer, es lo que yo vengo a anunciarles.
El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él no vive en santuarios fabricados por humanos, pues es Señor del Cielo y de la tierra,
y tampoco necesita ser servido por manos humanas, pues ¿qué le hace falta al que da a todos la vida, el aliento y todo lo demás?
Habiendo sacado de un solo tronco toda la raza humana, quiso que se estableciera sobre toda la faz de la tierra, y fijó para cada pueblo cierto lugar y cierto momento de la historia.
Habían de buscar por sí mismos a Dios, aunque fuera a tientas: tal vez lo encontrarían.
En realidad no está lejos de cada uno de nosotros, pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como dijeron algunos poetas suyos: «Somos también del linaje de Dios.»
Si de verdad somos del linaje de Dios, no debemos pensar que la divinidad se parezca a las creaciones del arte y de la fantasía humanas, ya sean de oro, plata o piedra.
Ahora precisamente Dios quiere superar esos tiempos de ignorancia, y pide a todos los hombres de todo el mundo un cambio total.
Tiene ya fijado un día en que juzgará a todo el mundo con justicia, valiéndose de un hombre que ha designado, y al que todos pueden creer, pues él lo ha resucitado de entre los muertos.»
Cuando oyeron hablar de resurrección de los muertos, unos empezaron a burlarse de Pablo, y otros le decían: «Sobre esto te escucharemos en otra ocasión.»
Así fue como Pablo salió de entre ellos.
Algunos hombres, sin embargo, se unieron a él y abrazaron la fe, entre ellos Dionisio, miembro del Areópago, una mujer llamada Dámaris y algunos otros.
Tiempo después Pablo dejó Atenas y se fue a Corinto.


Salmo 148(147),1-2.11-12.13.14.


¡Aleluya!
Alaben al Señor desde los cielos,
alábenlo en las alturas,
alábenlo todos sus ángeles,
alábenlo todos sus ejércitos.

reyes de la tierra, todas las naciones,
príncipes y los que gobiernan la tierra,
jóvenes y muchachas, ancianos con los niños.
Alaben el nombre del Señor
pues su Nombre es el único sublime,
su majestad excede tierra y cielo.

Levantó la cornamenta de su pueblo, causa de orgullo para todos sus amigos, para Israel, el pueblo que a él se acerca.


Juan 16,12-15.

Aún tengo muchas cosas que decirles, pero es demasiado para ustedes por ahora.
Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad. El no viene con un mensaje propio, sino que les dirá lo que escuchó y les anunciará lo que ha de venir.
El tomará de lo mío para revelárselo a ustedes, y yo seré glorificado por él.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso les he dicho que tomará de lo mío para revelárselo a ustedes.»


Extraído de la Biblia Latinoamericana.



Leer el comentario del Evangelio por

Concilio Vaticano II
Constitución dogmática “Lumen Gentium” § 4 y 12

“Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena”

El es el Espíritu de vida, la fuente de agua que mana para la vida
eterna. (Jn 4-14). Por él, el Padre da la vida a los hombres, muertos por
el pecado, hasta que resucite en Cristo sus cuerpos mortales (Rom 8,11). El
Espíritu habita en la Iglesia y en los corazones de los creyentes como en
un templo (1 Cor 3,16), ora en ellos y da testimonio de que son hijos
adoptivos. (Gal 4,6) El conduce la Iglesia a la verdad total, la une en la
comunión y el servicio, la construye y dirige con diversos dones
jerárquicos y carismáticos y la adorna con sus frutos. Con la fuerza del
evangelio, el Espíritu rejuvenece a la Iglesia, la renueva sin cesar y la
lleva a la unión perfecta con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa
dicen al Señor Jesús: ¡Ven! (Ap 22,17)...

La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn
2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar
suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el
pueblo cuando «desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos» presta su
consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido
de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios
se adhiere indefectiblemente “a la fe confiada de una vez para siempre a
los santos” (Judas 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero
y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado
Magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino
la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13).

Además, el mismo Espíritu Santo no sólo santifica y dirige al Pueblo
de Dios mediante los sacramentos y los ministerios y lo llena de virtudes.
También reparte gracias especiales entre los fieles de cualquier estado o
condición y distribuye sus dones a cada uno según quiere (1Cor 12,11). Con
esos dones hace que estén preparados y dispuestos a asumir diversas tareas
o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y más la Iglesia,
según aquellas palabras: “A cada uno... se le da la manifestación del
Espíritu para el bien común” (1Cor 12,7).    

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