viernes, 10 de mayo de 2013

Epifanio de Salamina, Santo


Obispo, Mayo 12
 
Epifanio de Salamina, Santo
Epifanio de Salamina, Santo

Obispo de Constancia, antigua Sálamis
Uno de los Heresiólogos más importantes de la
antigüedad y notable Teólogo Mariano del s. IV.

Martirologio Romano: En Salamina, en Chipre, san Epifanio, obispo, el cual sobresalió por su vasta erudición y por su conocimiento de las ciencias sagradas, y fue admirable también por su santidad de vida, por su celosa defensa de la fe católica, por su generosidad para con los pobres y por su poder taumatúrgico (403).

Etimológicamente: Aquel que presenta su opinión, es de origen griego.
Nace alrededor del año 315 en una aldea cercana a Eleuterópolis, no lejos de Gaza, en Palestina (cfr. Sozomeno, Historia Eclesiástica).

Su formación espiritual es comenzada por S. Hilarión, padre de los monjes de Palestina. Vive algunos años en Egipto junto a los grandes solitarios, donde según su propio testimonio mujeres gnósticas intentan atraerle a su forma de vida.

Adquiere conocimientos de griego, siriaco, hebreo, copto y algo de latín.

Por el año 335 funda en su pueblo natal un monasterio que gobierna durante casi 30 años. El a. 367 los obispos de Chipre le eligen obispo de Constancia, cargo que le hace metropolita de toda la isla.

En el cisma de Antioquía se alinea en contra de Melecio con quien rehúsa restablecer la comunión eclesiástica y a quien acusa de estar en relación con los pneumatómacos. No es seguro que estuviese en el Concilio I de Constantinopla (a. 381), cuyas primeras sesiones preside el mismo Melecio, puesto que no figura entre los firmantes.

Se le encuentra al año siguiente en Roma (San Jerónimo, Epístola, 108,6: PL 22, 881).

Envuelto en querellas eclesiásticas y opuesto a toda especulación metafísica en teología así como a la interpretación de la San Epifanio en sentido alegórico, no sólo condena al origenismo, que estima la más peligrosa de todas las herejías, sino que es implacable en su persecución.

Aproximadamente en el 392 pronuncia un discurso en Jerusalén, invitado por el obispo Juan, en el que pide la condenación de Orígenes. Asiste numeroso público y el propio obispo Juan, defensor de Orígenes. Con este discurso comienza la primera controversia origenista, ya que Juan le contesta esa misma tarde (San Jerónimo, Contra Johannem, II: PL 23,363).

En 394, en carta dirigida al obispo Juan (que le había acusado de haber violado sus derechos al ordenar al monje Paulino sin contar con él) expone con detalle los errores de Orígenes y pide a Juan que le condene (San Jerónimo, Epístola, 51: PG 22,517). Ante la negativa de Juan, Epifanio rompe la comunión con él.

El a. 400 es condenado Orígenes por un Concilio convocado en Alejandría por el metropolita local Teófilo. Epifanio aúna sus esfuerzos con los de Teófilo para expulsar de sus monasterios a los famosos «Cuatro Hermanos Largos» y a otros adeptos a Orígenes.

Al darles asilo San Juan Crisóstomo, Epifanio marcha a Constantinopla para emprender personalmente la guerra contra el Crisóstomo y obtener su condenación. Al llegar a la ciudad, rehúsa la hospitalidad que le ofrece San Juan Crisóstomo, e incluso se niega a participar en la Eucaristía celebrada por él mismo. Ante los motines populares en defensa del Crisóstomo, y apercibido de los manejos de Teófilo (ni el Crisóstomo ni los monjes egipcios eran los terribles herejes que se le habían descrito), abandona Constantinopla, y embarca para Chipre muriendo en alta mar el a. 402.

Su postura pesará mucho en las decisiones del sínodo de la Encina, que depone al Crisóstomo el a. 403 (Focio, Biblioteca, LIX: PG 103,108).

Existe una biografía suya (PG 41,24-113), que, aunque pretende estar escrita por dos de sus discípulos, Juan y Polibio, es muy posterior y contiene más de leyenda que de historia. Su fiesta se celebra el 12 de mayo.

Obras. Ancoratus (El hombre seguro, anclado). Compendio del dogma escrito en el a. 374, trata especialmente cuestiones trinitarias. Termina con dos profesiones de fe: en torno a la primera (cap. 119: PG 43,232233), se duda si era el símbolo bautismal de la Iglesia de Constancia y después aceptado por el Concilio de Constantinopla con ligeros retoques, o si E. transcribía el símbolo de Nicea, después retocado o cambiado por un copista. La segunda (cap. 120: PG 43,233-236) está compuesta por el propio Epifanio.

Panarion (Botiquín o remedio contra todas las herejías). Escrito entre 374-377, citado comúnmente Haereses, enumera 80 herejías, incluyendo doctrinas anteriores al cristianismo. El epítome final (PG 42,833-886) no parece que sea del autor.

Escritos sobre arqueología bíblica: De mensuris et ponderibus (Sobre los pesos y medidas del Antiguo Testamento, escrito en 392) y De XII gemmis (Sobre las 12 piedras preciosas del pectoral del Sumo Sacerdote, escrito en 394).

Cartas. De su abundante correspondencia sólo nos han llegado fragmentos y dos cartas traducidas por S. Jerónimo (PG 22,517-526 y 758).

Doctrina. Radicalmente tradicionalista, su obra es esencialmente polémica. Defensor intransigente del omousios (consustancial) de Nicea y hostil a toda fórmula de compromiso. Encuentra en la educación griega la fuente principal de las herejías. Intolerante en la cuestión de las imágenes y en su lucha contra Orígenes, no aprecia los valores positivos de aquellos a quienes combate. Afirma repetidas veces que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo (PG 43,148). Coloca en la profesión de fe que María fue siempre virgen (PG 43,233). La Iglesia, depositaria de la verdad, es al mismo tiempo vía de acceso a la misma (PG 41,1036).


San Epifanio de Salamina, obispo
fecha: 12 de mayo
n.: c. 315 - †: 403 - país: Chipre
otras formas del nombre: Epifanio de Constanza de Chipre, Epifanio de Salamis
canonización: pre-congregación
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Salamina, en Chipre, san Epifanio, obispo, que sobresalió por su vasta erudición y conocimiento de las ciencias sagradas, y fue admirable también por su santidad de vida, por su celosa defensa de la fe católica, por su generosidad para con los pobres y por su poder taumatúrgico.

San Epifanio nació en Besandulk, pueblecito en los alrededores de Eleuterópolis de Palestina, hacia el año 310. Como preparación para el estudio de la Sagrada Escritura, aprendió desde joven el hebreo, el copto, el sirio, el griego y el latín. El trato frecuente con los anacoretas, a los que iba a visitar regularmente, despertó en él la inclinación a la vida religiosa, que abrazó desde muy joven. Aunque uno de sus biógrafos dice que tomó el hábito en Palestina, lo cierto es que pasó poco después a Egipto para perfeccionarse en la disciplina ascética, en el seno de alguna de las comunidades del desierto. Hacia el año 333, volvió a Palestina, donde fue ordenado sacerdote. En Eleuterópolis fundó y gobernó un convento. Las mortificaciones que practicaba parecían exageradas a algunos de sus discípulos; pero el santo respondía a sus objeciones: «Dios sólo da el Reino de los Cielos a los que sufren por Él, y cuanto hagamos será siempre poco en comparación con la corona que nos espera». Sus mortificaciones corporales no le impedían dedicarse al estudio y la oración; puede decirse que la mayoría de los libros importantes de la época pasaron por las manos de san Epifanio. En el curso de sus lecturas, le impresionaron particularmente los errores que descubrió en los escritos de Orígenes, a quien consideró desde entonces como la fuente de todas las herejías que afligían a la Iglesia en su tiempo.

En Palestina y en los países circundantes se llegó a considerar a san Epifanio como un oráculo y se decía que cuantos le visitaban salían espiritualmente consolados. Su fama se extendió, con el tiempo, hasta regiones muy distantes y, en el año 367 fue elegido obispo de Salamis (que entonces se llamaba Constancia), en Chipre. Sin embargo, siguió gobernando su monasterio de Eleuterópolis, al que iba de vez en cuando. La caridad del santo con los pobres era ilimitada, y numerosas personas le constituyeron administrador de sus limosnas. Santa Olimpia le confió con ese fin una importante donación de tierras y dinero. La veneración que todos le profesaban le libró de la persecución del emperador arriano Valente; prácticamente fue el único obispo ortodoxo en las riberas del Mediterráneo a quien el emperador no molestó para nada. En 376, san Epifanio emprendió un viaje a Antioquía para convertir a Vital, el obispo apolinarista; pero sus esfuerzos fueron vanos. Seis años más tarde, acompañó a san Paulino de Antioquía a Roma, donde asistieron al Concilio convocado por san Dámaso. Ambos se hospedaron en casa de una amiga de san Jerónimo, la viuda Paula, a la que san Epifanio encontró tres años más tarde en Chipre, cuando se dirigía a Jerusalén para reunirse con su padre espiritual.

San Epifanio era un santo, pero era también un hombre apasionado, y sus prejuicios de hombre de edad le llevaron en algunas ocasiones a excesos lamentables. Así, por ejemplo, después de que el obispo Juan de Jerusalén le había acogido honrosamente como huésped, tuvo el mal gusto de predicar en la catedral un sermón contra el prelado, a quien sospechaba contagiado de origenismo. Como si esto no hubiera sido suficiente, en Belén, que no era su diócesis, se atrevió a ordenar, contra todos los cánones, a Pauliniano, el hermano de san Jerónimo. Las quejas del obispo de Jerusalén y el escándalo provocado por su conducta, le obligaron a llevar consigo a Pauliniano a Chipre. En otra ocasión, furioso al ver una imagen de Nuestro Señor o de un santo sobre la cortina que cubría la puerta de una iglesita de pueblo, desgarró la tela y dijo a los presentes que se sirivesen de los harapos para limpiar el suelo. Cierto que después pagó otra cortina, pero tal vez los habitantes del lugar no quedaron muy contentos. El malvado Teófilo de Alejandría se sirvió de san Epifanio, enviándole a Constantinopla para acusar a los cuatro «hermanos altos», quienes habían escapado de la persecución de Teófilo por apelación al emperador. Al llegar a Constantinopla, san Epifanio se negó a aceptar la hospitalidad que le ofrecía san Juan Crisóstomo, porque éste había protegido a los monjes fugitivos; pero, cuando san Epifanio compareció junto con los cuatro hermanos ante el juez, y éste le exigió que probase sus acusaciones, el santo debió reconocer que no había leído ninguno de sus libros ni conocía nada de sus doctrinas. Muy humillado, sé embarcó, poco después, con rumbo a Salamis, pero falleció en el camino.

San Epifanio es, sobre todo, famoso por sus escritos. Los principales son: el «Anachoratus», una apología de la fe; el «Panarium» o remedio contra todas las herejías; el «Libro de los Pesos y Medidas", en el que describe las costumbres y las medidas de los judíos; y un estudio sobre las piedras preciosas que el sumo sacerdote judío ostentaba en su pectoral. Estas obras, que eran muy apreciadas antiguamente, revelan la vasta cultura del autor; pero, juzgándole con nuestra sensibilidad moderna, san Epifanio carece de sentido crítico y es incapaz de exponer claramente una idea. ¡Con razón, san Juan le describía como «la última reliquia de la antigua piedad»!

Los detalles sobre la vida del santo hay que entresacarlos de las obras de los historiadores de la Iglesia, como Sozomeno y de los controversistas que estudiaron los escritos de Orígenes y la vida de san Juan Crisóstomo. La Academia Prusiana de Ciencias tomó por su cuenta la edición crítica de las obras de san Epifanio, pero la publicación avanzó muy lentamente. Acerca de la vida y los escritos del santo, cf. DTC, vol. V (1913), ce. 363-365; Bardenhewer, Geschichte der altkirchlichen Literatur, vol. III, pp. 293-302; y P. Mass, en Byzantinische Zeitschrijt, vol. 30 (1930), pp. 279-289.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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