miércoles, 15 de mayo de 2013

Félix de Cantalicio, Santo


Capuchino, Mayo 18
 
Félix de Cantalicio, Santo
Félix de Cantalicio, Santo

Nació en Cantalicio (Italia) en 1513. Hijo de dos campesinos muy pobres y muy piadosos. De niño tuvo por oficio pastorear ovejas, y allá en el campo, trazaba una cruz en la corteza de un árbol, y ante esa cruz pasaba horas rezando. Le encantaba rezar el Santo Rosario. Y decía que en cualquier oficio y a cualquier hora hay que acordarse de Dios y ofrecer por El todo lo que se hace o sufre.

Cuando ya era mayor, un día estaba arando el campo y de pronto los bueyes se asustaron y se le lanzaron encima. Al sentir que iba a morir allí pisoteado, prometió a Nuestro Señor dedicarse a una vida más perfecta. Salió ileso del accidente y al oír leer un libro de vidas de santos sintió un fuerte deseo de imitar a los grandes amigos de Dios en la oración y en la penitencia. Entonces le preguntó a un amigo cuál era la Comunidad religiosa más exigente y fervorosa que existía en ese entonces. El otro le dijo que eran los padres Capuchinos. Y hacia allá se dirigió a pedir que lo admitieran.

El superior, para que no se hiciera ilusiones le describió de manera muy fuerte las penitencias que había que hacer en aquella comunidad y la gran pobreza en que allí se vivía. Félix le preguntó: "Padre ¿en mi habitación hay un crucifijo?". "Sí, lo habrá", le dijo el superior. "Pues bastará mirar a Cristo Crucificado y su ejemplo me animará a sufrir con paciencia". El superior comprendió que este joven amaba y meditaba la Pasión de Cristo, y lo admitió.

El oficio de Félix desde que entró a la comunidad hasta que se murió, fue por 40 años, el de pedir limosna por las calles de Roma, para ayudar a los necesitados. Era un oficio duro, cansado y humillante, pero él lo hacía con una alegría que impresionaba gratamente a la gente. A su compañero de limosnería le decía: "Amigo: los ojos en el suelo, el espíritu en el cielo y en la mano, el santo rosario". Y repetía: "o santo, o nada". "La única tristeza es la de no ser santo". Y con lo que recogía ayudaba a familias muy necesitadas y a enfermos y gente abandonada.

La gente se admiraba de sus buenos consejos y le preguntaba en qué libro había aprendido tanta sabiduría y él respondía: en un libro que tiene seis páginas: cinco son las heridas de Cristo Crucificado, y la sexta es la Sma. Virgen María.

Siempre alegre, parecía no sufrir. Se chistoseaba con San Felipe Neri. Un día San Felipe le dice: "Fray Félix, que te quemen vivo los herejes, para que te consigas un gran puesto en el cielo". Fray Félix le responde: "Padre Felipe: que lo picadillen los enemigos de la religión para que así se consiga una gran gloria en la eternidad".

Siempre viajaba descalzo por calles y caminos, todos los días. Dormía sobre una tabla. La mayor parte de la noche la pasaba rezando. Se alimentaba con las sobras que quedaban de la mesa de los demás. Cuando ya estaba anciano, un cardenal le dijo: "Fray Félix, ya no cargue más esa maleta de mercados que recoge para los pobres. Ya es tiempo de descansar", y el santo le respondió: "Monseñor: el burro se hizo para llevar cargas. Mi cuerpo es un borriquillo y si lo dejo descansar le puede hacer daño al alma".

Ya desde pequeño nunca se sentía ofendido cuando lo humillaban e insultaban. Cuando alguien lo insultaba u ofendía muy fuertemente le decía: "Que Dios te haga un santo. Pediré a Dios que te haga un buen santo".

Ayunaba muchas veces a pan y agua. Trataba de ocultar los dones sobrenaturales que recibía del cielo, para que nadie los supiera, pero muchas veces mientras ayudaba a Misa se elevaba por los aires.

Eran tantas las veces que repetía la frase "Gracias a Dios", que las gentes sencillas al verlo decían: allá viene el hermanito "Gracias a Dios".

San Carlos Borromeo le pidió unos consejos para obtener que sus sacerdotes se hicieran más santos y le respondió: "Que cada sacerdote se preocupe por celebrar muy bien la Misa y por rezar muy devotamente los salmos que tiene que rezar cada día, el Oficio Divino".

Al franciscano Padre Montalto que iba a ser nombrado Sumo Pontífice le dijo: "Si un día lo nombran Papa, esmérese por ser un verdadero santo, porque si no es así, sería mucho mejor que se quedara como sencillo fraile en un convento". Montalto llegó a ser Papa Sixto V y siempre recordaba el consejo del humilde hermano Félix.

Desde pequeñito se sintió favorecido por la Santísima Virgen y le tuvo un cariño inmenso. Cuando pasaba por frente a las imágenes de Nuestra Señora le repetía aquello que a San Bernardo le agradaba tanto decirle: "Acuérdate que eres mi Madre". Y le decía frecuentemente: "Yo soy siempre un pobre niño y los niños no pueden andar sin la ayuda de la madre. No me sueltes jamás de tus manos".

Pocos minutos antes de morir se llenó de alegría y de emoción y exclamó: "Veo a mi Madre, la Virgen María, que viene rodeada de ángeles a llevarme".

Murió el 18 de mayo de 1587 a los 72 años.

El Papa Sixto V decía que en su tiempo ya se habían obtenido 18 milagros por intercesión de Félix de Cantalicio.

En 1712, el Papa Inocencio XI lo declaró santo.


 

San Félix de Cantalicio, religioso
fecha: 18 de mayo
n.: 1515 - †: 1587 - país: Italia
canonización: B: Urbano VIII 1 oct 1625 - C: Clemente XI 22 may 1712
hagiografía: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI
En Roma, san Félix de Cantalicio, religioso de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, el cual, con admirable austeridad y sencillez, ejerció el trabajo de recaudar la limosna en la ciudad eterna durante cuarenta años, sembrando al mismo tiempo paz y caridad a su alrededor.
patronazgo: patrono de las madres y los niños.

Félix nació en Cantalicio, cerca de Citta Ducale, en la Apulia. Sus padres eran campesinos, muy piadosos. Tan bien supieron educarle, que sus compañeros de juegos, cuando le veían acercarse, gritaban: «¡Ahí viene san Félix!» El santo pastoreaba las vacas desde niño, conducía a su rebaño a algún paraje tranquilo, donde pasaba largas horas en oración ante una cruz que había grabado en el tronco de un árbol. A los doce años entró a trabajar en la casa de un rico propietario de Citta Ducale, llamado Marco Tulio Pichi o Picarelli, quien le empleó primero como pastor y después como cultivador. Era todavía muy joven cuando aprendió a meditar durante el trabajo y pronto alcanzó un alto grado de contemplación. Tanto en Dios como en las criaturas que le rodeaban y aun en sí mismo, encontraba abundante materia de meditación. Más tarde, un religioso le preguntó cómo podía vivir en la presencia de Dios en medio del trabajo y de las ocasiones de distracción. El santo replicó: «Todas las criaturas pueden llevarnos a Dios, con tal de que sepamos mirarlas con ojos sencillos». Su materia predilecta para la meditación era la Pasión del Señor, que no se cansaba de contemplar. Félix era tan alegre como humilde; jamás se dio por ofendido cuando alguien le injuriaba; en vez de responder groseramente, replicaba: «Voy a pedir a Dios que te haga un santo». El relato de la vida de los padres del desierto le produjo cierto deseo de seguir la vida eremítica; pero comprendió que era un género de existencia muy peligroso para él.

Todavía se hallaba en duda sobre su vocación, cuando un accidente vino a mostrarle la voluntad divina. Se hallaba un día arando un terreno con un par de bueyes nuevos, cuando su amo se acercó a él. Los animales, asustados por la presencia del propietario u otra razón, derribaron a Félix, quien trataba de contenerlos; aunque el arado le pasó por encima, el santo se levantó ileso. Para agradecer a Dios aquel milagro, Félix pidió ser admitido como hermano lego en el convento capuchino de Citta Ducale. El padre guardián, después de hablarle de la austeridad de la vida conventual, le dejó frente a un crucifijo: «Considera, le dijo, lo que el Señor sufrió por nosotros». Félix rompió a llorar, y el superior comprendió que si sentía tan intensamente la Pasión de Cristo, debía ser un alma elegida.

Félix hizo el noviciado en Antícoli. Desde los primeros meses parecía imbuido en el espíritu de su Orden, pues amaba la pobreza, la humillación y la cruz. Con frecuencia rogaba a su maestro de novicios que le redoblase las penitencias y mortificaciones y le tratase con mayor severidad que a los demás, pues sus compañeros eran, según él, más dóciles y más inclinados a la virtud. Aunque estaba persuadido de que todos eran mejores que él, sus hermanos en religión le llamaban «el santo», como lo habían hecho antaño sus compañeros de juegos. En 1545, hacia los treinta años de edad, hizo los votos solemnes. Cuatro años más tarde, fue enviado a Roma, donde durante cuarenta años, es decir, casi hasta su muerte, salió diariamente a pedir limosna para el sostenimiento de la comunidad. El oficio era muy pesado, pero san Félix se regocijaba por las humillaciones, fatigas e incomodidades que traía consigo y nada lograba distraer su pensamiento de Dios. Con la aprobación de los superiores, que tenían absoluta confianza en su discreción, ayudaba generosamente a los pobres con las limosnas que juntaba. Además, visitaba a los enfermos, a los que asistía personalmente y consolaba a los moribundos. San Felipe Neri le profesaba gran estima y gustaba de conversar con él; a manera de saludo, los dos siervos de Dios se deseaban mutuamente una participación más intensa en la Pasión de Cristo. San Carlos Borromeo envió a san Felipe Neri las reglas que había redactado para los oblatos, pidiéndole que las revisara; san Felipe se excusó de no poder hacerlo y recomendó para ello a san Félix. En vano protestó éste que jamás había hecho estudios; los superiores ordenaron que se le leyesen las reglas y que diese su opinión sobre ellas. El santo recomendó que se suprimiesen algunas disposiciones demasiado severas. San Carlos Borromeo siguió el consejo y manifestó su admiración por la prudencia que lo había dictado. San Félix se trataba a sí mismo con increíble severidad.

Siempre andaba descalzo y portaba un cilicio erizado de picos; ayunaba a pan y agua, siempre que podía hacerlo sin llamar la atención y se contentaba con los mendrugos de pan que encontraba en el fondo de su alforja. Ocultaba celosamente los dones sobrenaturales que Dios le concedía; sin embargo, algunas veces, cuando ayudaba la misa, era arrebatado en éxtasis a la vista de todos y no podía responder al sacerdote. Por todo lo que veía y le acontecía, daba gracias a Dios; tan frecuentemente pronunciaba las palabras «Deo gratias», que los pilluelos de la calle le llamaban el hermano Deogracias. Cuando Félix era ya muy anciano y achacoso, el cardenal protector de la orden, que quería mucho al santo, aconsejó a sus superiores que le relevasen de su oficio; pero Félix les rogó que le dejasen seguir pidiendo limosna, diciendo que el alma se marchita cuando el cuerpo no trabaja. Dios le llamó a Sí a los setenta y dos años de edad, después de consolarle en el lecho de muerte con una visión de la Santísima Virgen. El santo obró numerosos milagros después de su muerte y fue canonizado en 1709.

Los bolandistas publicaron en Acta Sanctorum, mayo, vol. IV, una selección muy abundante de los documentos del proceso de beatificación. El proceso comenzó poco después de la muerte del hermano Félix, cuando todavía vivían los testigos que le habían conocido y visto el ejemplo de sus virtudes. Existen múltiples biografías, pero todas se basan en los mismos materiales.
fuente: «Vidas de los santos de A. Butler», Herbert Thurston, SI

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