jueves, 9 de mayo de 2013

Libro de Jeremías

       
     
   
 
Un transeúnte en México muestra un cartel que cita el versículo 33:3 del Libro de Jeremías junto con el versículo 6:37 del Evangelio de Juan.
El Libro de Jeremías es el segundo libro profético de la Biblia. Forma parte del Antiguo Testamento y del Tanaj judío y es considerado, junto con Isaías, Ezequiel y Daniel, uno de los cuatro Profetas Mayores.
El mensaje principal de Jeremías es simple: ya es demasiado tarde para evitar la disciplina de Dios, así que aceptadla y alejaos de vuestros pecados. Sin embargo, después de un periodo de castigo, Dios restaurará Judá.
Jeremías con frecuencia usa acciones figurativas para comunicar su mensaje, tales como romper un tarro de barro para mostrar cómo Dios destruirá Jerusalén.

 Autor y época

Jeremías(profeta de Judá, hijo de sacerdotes) nació en Anatot alrededor del 650 a. C. Prácticamente no profetizó fuera de Jerusalén y lo hizo en el período comprendido entre 628 a. C. y 580 a. C., es decir, entre sus 22 y 70 años de edad. Pasó, por lo tanto, casi toda su vida adulta profetizando en su ciudad. Fue testigo de los reinados de Josías, Joaquín y Sedecías.
Fue coetáneo de otros profetas: Nahum, Habacuc y Sofonías. Parece haber intentado amalgamar las experiencias particulares de estos tres junto con la suya propia: en un solo gran texto, que abarcara el período completo. Donde los otros profetas tienen presencia parcial, Jeremías es una figura casi total. Escribe sobre asuntos de su época y su sociedad.

Contexto histórico

El poder caldeo

Por el tiempo en que vivió, Jeremías asistió a las tribulaciones de las últimas décadas de existencia del reino de Judá. Cien años antes, el rey Ezequías había sabido aprovechar y comprender las enseñanzas del profeta Isaías. Al morir el rey en 687 a. C., sus sucesores Manasés y Amón, doblegados por sus problemas políticos y diplomáticos, se vieron forzados a olvidar a Isaías, aceptando tratados perjudiciales para su pueblo y permitiendo incluso la idolatría en el interior del Templo de Jerusalén.
Los asirios habían conquistado Egipto en 663 a. C., y los reyes hebreos debieron cobijarse bajo las alas de esta nueva potencia que crecía en la región. Pero para el tiempo en que nació Jeremías los egipcios eran libres de nuevo. A la muerte de Asurbanipal, el gobernador asirio de Caldea, Nabopolassar, se autoproclamó rey y fundó el imperio caldeo sobre una nueva Babilonia. Aliado con medos y escitas atacó a los asirios y les propinó una resonante derrota, destruyendo la capital Nínive en 612.
Los egipcios, temerosos de esta nueva amenaza, se aliaron con sus antiguos enemigos asirios para enfrentar a los caldeos, pero esta unión fue infructuosa. Nada podía detener al rey de Babilonia: Asur cayó en 614 a. C., seguida por la capital dos años después y por Harrán, última ciudad asiria que resistía, en 610. Los asirios fueron borrados de la faz de la tierra en la victoria caldea de Batalla de Karkemishen 605 a. C. Babilonia era ahora la nueva dueña de Mesopotamia y también aspiraba a serlo del Levante, región que controlaba el acceso al Mar Mediterráneo.
Debido a esta circunstancia, los egipcios intentarán negociar con los caldeos, y todos los pequeños estados del Asia Anterior (como Israel y Judá) se encontrarán una vez más en la incómoda situación de estados "tapones" entre las dos esferas enfrentadas.
Intentando buscar una salida a la disyuntiva, muchos judíos de Jerusalén se volverían en favor del faraón y organizarían un muy fuerte y disciplinado partido proegipcio. En estas circunstancias, y caídos los asirios bajo la espada caldea, murió el rey de Judá, y el nuevo soberano sería Josías, un niño de apenas ocho años de edad.
Pío y religioso, Josías gobernó durante tres décadas y reconvirtió el estado y la religión a la más pura religión yahvista que había sido casi olvidada. Para ello debió rodearse de colaboradores competentes y respetados, que lo ayudaran en su cometido: Sofonías, la profetisa Holda y, a partir de 628 a. C., Jeremías.

 Drama en el Pueblo del Pacto

Ferviente religioso desde 631 a. C., la emancipación política y religiosa del rey se concretó en 627 a. C. La caída de Nínive pareció una gracia del Señor hacia Su pueblo, pero el faraón Neko II, intentando salvar a los asirios de la destrucción, invadió Israel y cruzó con un gran ejército todo el territorio judío para intentar auxiliarlos.
Pero Josías no deseaba permitirlo: se opuso a los egipcios y los enfrentó en la batalla de Meggido, donde fue derrotado y asesinado en 609 a. C.
La muerte del monarca descorazonó a todos aquellos que habían luchado por el retorno victorioso de Dios al Templo, lo que determinó más tarde que se abandonaran todos los planes de reforma religiosa y el retorno a los dos grandes males de Judá e Israel: la esperanza en las salidas supersticiosas y las alianzas oscilantes de uno a otro de los dos dominadores de la región. Más de veinte años duraron las luchas intestinas entre judíos filoasirios y filoegipcios, y esta dicotomía desgarraría hasta las raíces mismas del pueblo judío.
El rey siguiente, Joaquín, inaugura cuatro años de pleitesía hebrea hacia el faraón, pero el hijo de Nabopolassar, Nabucodonosor II, derrota a los egipcios y obliga a Joaquín a someterse como vasallo de Babilonia. Los del partido egipcio, disconformes con el estado de cosas, fuerzan al rey hebreo a rebelarse, lo que determina una invasión caldea en toda regla contra Judá e Israel, uno de cuyos episodios se relata con lujo de detalles en el Libro de Judit.
Jerusalén cayó definitivamente en manos de Nabucodonosor en 586 a. C. y el rey junto con los más señalados de los judíos son deportados al país del conquistador en lo que se conoce como Exilio en Babilonia. A partir de allí, los reyes judíos no serán más que marionetas colocadas en el trono por el jefe caldeo, obligados a actuar como se les dice y asesinados sin miramientos a la menor sospecha de desobediencia.

 Contexto religioso

La religión hebrea se estaba corrompiendo desde tiempos del rey Manasés: se adoraba al dios Baal en las cimas de las colinas, las prostitutas sagradas recibían a sus clientes en el Templo y los sacrificios de bebés y niños en honor a los dioses paganos era un espantoso ritual casi diario.
Josías derribó las estatuas de Ishtar, reina de los cielos, y de Marduk, señor de los dioses, y reprimió severamente la nigromancia y la magia. Se cree que Jeremías tomó parte importante en este retorno a las fuentes yahvistas. Pero la llegada al trono de Joaquín precipitó un nuevo auge del paganismo, como el propio profeta registra en Jer. 44:17-18, acusando como responsables a las clases dirigentes en 5:4-31 con duros y severísimos epítetos.

 Contenido

En el libro se suceden las narraciones y los oráculos proféticos. Muchos de ellos son autobiográficos y están relatados por el mismo profeta en primera persona. Se ordenan de la siguiente manera:
  1. Introducción: narra la vocación y el planteamiento de la misión del profeta
  2. Amenazas proféticas contra Judá
  3. Profecías y discursos para Judá, mezclados con narraciones y fragmentos en primera persona
  4. Profecías mesiánicas (Caps. 30-33)
  5. Autobiografía de Jeremías
  6. Oráculos contra los extranjeros (46-51) y
  7. Apéndice histórico

 Cuestiones textuales

Lo más difícil de comprender en el Libro de Jeremías es la increíble diferencia que existe entre el original hebreo y el texto griego. Por razones inexplicables, los LXX colocan la sección 6 a continuación de 25:13, y toda en diferente orden. El texto griego es mucho más breve (al menos en una octava parte) y en numerosas ocasiones omite versículos completos o trozos de ellos. A veces se salta grupos de varios versículos.
Se ha intentado explicar estos misterios por medio de una supuesta "negligencia" de los traductores. Sin embargo, la teoría más razonable es que los escribas disponían solamente de originales hebreos fragmentarios o deteriorados y obraron en consecuencia.
El libro no ha sido escrito por una sola mano ni de manera corrida: presenta interpolaciones, repeticiones, complementos y sobrecargas de textos que demuestran que ha sido confiado a una comunidad que no vaciló, años después, en agregar, cambiar o comentar el texto, convirtiendo la obra de un solo hombre en patrimonio tradicional de todo el pueblo.
El desorden es, en Jeremías, enorme: es una extraordinaria mezcla de biografías, autobiografía, oráculos, múltiples géneros literarios diferentes y estilos muy diversos.
Por último, sufre de una profunda falta de continuidad en la cronología.

 Escribas y forma de composición

La tradición expresa que Jeremías dictó sus profecías a Baruc o que este recogió las enseñanzas de su maestro ya fallecido. Sin embargo, las diferencias de estilo entre las secciones 2 y 3 y las divergencias entre el texto hebreo y el griego demuestran que las profecías de este libro no han sido escritas consecutivamente ni siguiendo un plan de trabajo.

Aspectos teológicos

La esencia del libro es el análisis de las relaciones entre Dios y el Hombre. La concepción de Jeremías se asemeja a la de Oseas, en el sentido de que Yahvéh es el esposo del pueblo mentiroso y traidor. A pesar de ello, lo ama tiernamente y hará todo por protegerlo y defenderlo, aunque también es muy capaz de castigarlo con durísima mano. Por lo tanto, para Jeremías los términos de la Alianza y la aplicación de la justicia divina no son más que aspectos del amor de Dios.
Jeremías se indigna por las injusticias que cometen los ricos y anuncia su pronto castigo (5:26-29), mostrándose desazonado porque la venganza de Dios tarda en llegar. Pero comprende que lo esencial es la Hesed que Yahvéh otorga a Judá: la "gracia" que describía Oseas, simbolizada a través del cumplimiento de la Ley. Pero es una Ley nueva: la Alianza antigua era solo del pueblo en su conjunto y Dios, mientras que los nuevos conceptos de este libro la internalizan y convierten en un acto de cumplimiento individual, de cada hombre por sí mismo, solo y aislado frente a su Dios.
Esta nueva alianza individual e íntima (por oposición a colectiva y pública) deja de ser en realidad un Pacto, puesto que los hombres, de aquí en adelante, llevarán impresas las normas en su corazón y serán responsables de cumplirlas. Ya no hay excusas: Dios se ha asociado, uno por uno, con cada uno de los judíos.

 Influencia

Jeremías debió ser un hombre extraordinario, y los expertos judíos siempre opinaron que su religión habría seguido caminos muy distintos sin él.
Aunque —si se lo lee superficialmente— no parece haber hecho grandes aportes a la teología antigua, el traslado del concepto de pecado de la sociedad al individuo supone un avance religioso y humanístico radicalmente adelantado a su tiempo. Hacia la mitad de su vida, Jeremías escribió que "la nación era incurable". Y hoy se entiende este concepto: la nación está compuesta de hombres, y si muchos de ellos están enfermos, el tejido social completo se corromperá.

Véase también




Entre las grandes figuras del Antiguo Testamento, ninguna tiene una personalidad tan atrayente y conmovedora como JEREMÍAS. Los demás profetas nos han dejado un mensaje, sin decirnos nada, o muy poco, acerca de sí mismos. Él, en cambio, nos abre su alma en varios poemas de una sinceridad estremecedora, que nos hacen penetrar en el drama de su existencia.

Jeremías era miembro de una familia sacerdotal de Anatot, un pequeño pueblo de la tribu de Benjamín, situado a unos pocos kilómetros al norte de Jerusalén (1. 1). Nació poco más de un siglo después de Isaías, y todavía era muy joven cuando el Señor lo llamó a ejercer el ministerio profético (1. 6). En los primeros años de su actividad profética, sus esfuerzos están dirigidos a "desarraigar" el pecado en todas sus formas. Bajo la influencia de Oseas, su gran predecesor en el reino del Norte, Jeremías insiste en que la Alianza es una relación de amor entre el Señor e Israel. Si el pueblo no mantiene su compromiso de fidelidad, el Señor lo rechazará como a una esposa adúltera. Pero sus invectivas violentas y sus anuncios sombríos se pierden en el vacío. Entonces Jeremías se rinde ante la evidencia. El pueblo entero está irremediablemente pervertido (13. 23). El pecado de Judá está grabado con un buril de diamante en las tablas de su corazón (17. 1). Un profeta puede traer a los hombres una palabra nueva, pero no puede darles un corazón nuevo (7. 25-28).

Jeremías vio confirmada esta dolorosa experiencia en los años que precedieron a la caída de Jerusalén. Desde el 605 a. C., Nabucodonosor, rey de Babilonia, impone su hegemonía en Palestina. Frente a este hecho, los grupos dirigentes de Judá no saben a qué atenerse. La gran mayoría es partidaria de la resistencia armada, con el apoyo de Egipto, aun a riesgo de perderlo todo. Una pequeña minoría, por el contrario, propicia el sometimiento a Babilonia, con la esperanza de poder sobrevivir y de mantener una cierta autonomía bajo la tutela del poderoso Imperio babilónico. Muy a pesar suyo, Jeremías se ve comprometido en estos debates. Su posición no ofrece lugar a dudas: es preciso reconocer la supremacía de Nabucodonosor, no por razones políticas, sino porque el Señor lo ha elegido como instrumento para castigar los pecados de Judá (27. 1-22). Una vez que haya cumplido esta misión, también él tendrá que dar cuenta al Señor, que rige el destino de los pueblos y realiza sus designios a través de ellos (27. 6-7). Sin embargo, las palabras de Jeremías no encontraron ningún eco entre los partidarios de la rebelión, y en el 587 sobrevino la catástrofe final, tantas veces anunciada por el profeta: Jerusalén fue arrasada por las tropas de Nabucodonosor y una buena parte de la población de Judá tuvo que emprender el camino del destierro.

Tal como ha llegado hasta nosotros, el libro de Jeremías es uno de los más desordenados del Antiguo Testamento. Este desorden atestigua que el Libro atravesó por un largo proceso de formación antes de llegar a su composición definitiva. En el origen de la colección actual están los oráculos dictados por el mismo Jeremías (36. 32). A este núcleo original se añadieron más tarde otros materiales, muchos de ellos reelaborados por sus discípulos, y una especie de "biografía" del profeta, atribuida generalmente a su amigo y colaborador Baruc. Finalmente, al comienzo del exilio, un redactor anónimo reunió todos esos elementos en un solo volumen.

A lo largo de su actividad profética, Jeremías no conoció más que el fracaso. Pero la influencia que él no logró ejercer durante su vida, se acrecentó después de su muerte. Sus escritos, releídos y meditados asiduamente, permitieron al pueblo desterrado en Babilonia superar la tremenda crisis del exilio. Al encontrar en los oráculos de Jeremías el relato anticipado del asedio y de la caída de Jerusalén, los exiliados comprendieron que ese era un signo de la justicia del Señor y no una victoria de los dioses de Babilonia sobre el Dios de Israel. En el momento en que se veían privados de las instituciones religiosas y políticas que constituían los soportes materiales de la fe, Jeremías continuaba enseñándoles, más con su vida que con sus palabras, que lo esencial de la religión no es el culto exterior sino la unión personal con Dios y la fidelidad a sus mandamientos. Y mientras padecían el aparente silencio del Señor en una tierra extranjera, la promesa de una "Nueva Alianza" (31. 31-34) los alentaba a seguir esperando en él.

Así el aparente "fracaso" de Jeremías –como el de Jesucristo en la Cruz– fue el camino elegido por Dios para hacer surgir la vida de la muerte. No en vano la tradición cristiana ha visto en Jeremías la imagen más acabada del "Servidor sufriente" (Is. 52. 13 – 53. 12).
1.- Jeremías 1
2.- Jeremías 2
3.- Jeremías 3
4.- Jeremías 4
5.- Jeremías 5
6.- Jeremías 6
7.- Jeremías 7
8.- Jeremías 8
9.- Jeremías 9
10.- Jeremías 10
11.- Jeremías 11
12.- Jeremías 12
13.- Jeremías 13
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15.- Jeremías 15
16.- Jeremías 16
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18.- Jeremías 18
19.- Jeremías 19
20.- Jeremías 20
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26.- Jeremías 26
27.- Jeremías 27
28.- Jeremías 28
29.- Jeremías 29
30.- Jeremías 30
31.- Jeremías 31
32.- Jeremías 32
33.- Jeremías 33
34.- Jeremías 34
35.- Jeremías 35
36.- Jeremías 36
37.- Jeremías 37
38.- Jeremías 38
39.- Jeremías 39
40.- Jeremías 40
41.- Jeremías 41
42.- Jeremías 42
43.- Jeremías 43
44.- Jeremías 44
45.- Jeremías 45
46.- Jeremías 46
47.- Jeremías 47
48.- Jeremías 48
49.- Jeremías 49
50.- Jeremías 50
51.- Jeremías 51
52.- Jeremías 52







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