lunes, 13 de mayo de 2013

Solemnidad de la Ascensión del Señor

domingo 12 Mayo 2013

Donde la Ascensión se celebró el jueves: domingo 7 de Pascua C - lecturas
San Pancracio Roma



Leer el comentario del Evangelio por
Beato John Henry Newman : “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

Lecturas

Hechos 1,1-11.

En mi primer libro, querido Teófilo, hablé de todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar.
Al final del libro, Jesús daba instrucciones mediante el Espíritu a los apóstoles que había elegido y era llevado al cielo.
De hecho, se presentó a ellos después de su pasión y les dio numerosas pruebas de que vivía. Durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios.
En una ocasión en que estaba reunido con ellos les dijo que no se alejaran de Jerusalén y que esperaran lo que el Padre había prometido. «Ya les hablé al respecto, les dijo:
Juan bautizó con agua, pero ustedes serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días.»
Los que estaban presentes le preguntaron: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»
Les respondió: «No les corresponde a ustedes conocer los tiempos y las etapas que solamente el Padre tenía autoridad para decidir.
Pero recibirán la fuerza del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra.»
Dicho esto, Jesús fue arrebatado ante sus ojos y una nube lo ocultó de su vista.
Ellos seguían mirando fijamente al cielo mientras se alejaba. Pero de repente vieron a su lado a dos hombres vestidos de blanco,
que les dijeron: «Amigos galileos, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este Jesús que les ha sido quitado volverá de la misma manera que ustedes lo han visto ir al cielo.»


Salmo 47(46),2-3.6-7.8-9.

Aplaudan, pueblos todos,
aclamen a Dios con voces de alegría;
pues el Señor, el altísimo, es terrible,
es un gran rey en toda la tierra.

Dios sube entre fanfarrias,
para el Señor resuenan los cuernos.
canten, canten a Dios;
entonen salmos a nuestro rey.

a Dios que es el rey de toda la tierra,
cántenle un himno de alabanza.
Dios reina sobre las naciones,
Dios se sienta en su santo trono.



Hebreos 9,24-28.10,19-23.

Cristo, en efecto, no entró en un santuario hecho por hombres, figura del santuario auténtico, sino en el propio cielo, donde está ahora ante Dios en favor nuestro.
El no tuvo que sacrificarse repetidas veces, a diferencia del sumo sacerdote que vuelve todos los años con una sangre que no es la suya;
de otro modo hubiera tenido que padecer muchísimas veces desde la creación del mundo. De hecho se manifestó una sola vez, al fin de los tiempos, para abolir el pecado con su sacrificio.
Así como los hombres mueren una sola vez, y después viene para ellos el juicio;
de la misma manera Cristo se sacrificó una sola vez para quitar los pecados de una multitud. La segunda vez se manifestará a todos aquellos que lo esperan como a su salvador, pero ya no será por causa del pecado.
Así, pues, hermanos, no podemos dudar de que entraremos en el Santuario en virtud de la sangre de Jesús;
él nos abrió ese camino nuevo y vivo a través de la cortina, es decir, su carne.
Teniendo un sacerdote excepcional a cargo de la casa de Dios,
acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, limpios interiormente de todo lo que mancha la conciencia y con el cuerpo lavado con agua pura.
Sigamos profesando nuestra esperanza sin que nada nos pueda conmover, ya que es digno de confianza aquel que se comprometió.


Lucas 24,46-53.

Jesús dijo a sus discípulos: «Todo esto estaba escrito: los padecimientos del Mesías y su resurrección de entre los muertos al tercer día.
Luego debe proclamarse en su nombre el arrepentimiento y el perdón de los pecados, comenzando por Jerusalén, y yendo después a todas las naciones, invitándolas a que se conviertan.
Ustedes son testigos de todo esto.
Ahora yo voy a enviar sobre ustedes lo que mi Padre prometió. Permanezcan, pues, en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que viene de arriba.»
Jesús los llevó hasta cerca de Betania y, levantando las manos, los bendijo.
Y mientras los bendecía, se separó de ellos (y fue llevado al cielo.
Ellos se postraron ante él.) Después volvieron llenos de gozo a Jerusalén,
y continuamente estaban en el Templo alabando a Dios.


Extraído de la Biblia Latinoamericana.



Leer el comentario del Evangelio por

Beato John Henry Newman (1801-1890), teólogo, fundador del Oratorio en Inglaterra
Sermón “La presencia espiritual de Cristo en la Iglesia”, PPS, t. 6, n°10

“Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”

La vuelta de Cristo a su Padre es a la vez fuente de pena, porque
implica su ausencia, y fuente de alegría, porque implica su presencia. De
la doctrina de su Ressurección y de su Ascensión brotan estas paradojas
cristianas a menudo mencionadas en la Escritura: estamos afligidos, pero
siempre alegres, " pobres, pero que enriquecen a muchos " (2Co 6,10).

Tal es en efecto nuestra condición presente: perdimos a Cristo y lo
encontramos; no lo vemos y sin embargo lo percibimos. “Estrechamos sus
pies” (Mt 28,9), pero Él nos dice: " no me retengas " (Jn 20,17). ¿Cómo
esto? El caso es que perdimos la percepción sensible y consciente de su
persona; no podemos mirarlo, oírlo, hablar con él, seguirlo de lugar en
lugar; pero gozamos espiritualmente, immaterialmente, interiormente,
mentalmente y realmente de su vista y de su posesión: una posesión más
efectiva y presente que aquella de la que los apóstoles gozaban en los días
de su carne, justamente porque es espiritual, justamente porque es
invisible.

Sabemos que en este mundo cuanto un objeto está más cerca, menos
podemos percibirlo y comprenderlo. Cristo está tan cerca de nosotros en la
Iglesia cristiana, llegando a decir, que no podemos fijar en Él la mirada o
distinguirlo. Entra en nosotros, y toma posesión de la herencia que
adquirió. No se nos presenta, sino que nos toma con él. Nos hace sus
miembros... No lo vemos; Conocemos su presencia sólo por la fe, porque está
por encima de nosotros y en nosotros. Así, estamos afligidos, porque no
somos conscientes de su presencia..., y nos regocijamos porque sabemos que
lo poseemos: " sin haberlo visto, le amáis, y sin contemplarlo todavía,
creéis en él, y así os alegráis con un gozo inefable y radiante, alcanzando
así la meta de vuestra fe: la salvación de vuestras almas " (1P 1,8-9).

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